A. Alexa. Milena (#1 Cuentas pendientes)

21

Una punzada de dolor hizo que apriete los dientes y se apretujó a la barandilla, acomodándose sobre la escalera para que este menguara un poco. El frío calaba sus huesos y deseó haber traído su chaqueta con ella, aunque eso iba en contra de su propósito. Maldijo en voz baja cuando, a causa de un movimiento, la sangre volvió a manar de su pierna; apretó con fuerza la herida manchando sus manos de sangre escarlata. Las restregó sobre el vestido roto que apenas cubría su cuerpo, tratando de limpiarlas. La pérdida de sangre estaba empezando a afectarla. Lo supo cuando el frío empezó a entumecer su cuerpo y la inconsciencia a apoderarse de ella. Luchó con fuerza para mantenerse despierta al menos un poco más, pero fue una batalla inútil.

Los faros de un coche le molestaron, sin embargo, no fue capaz de abrir los ojos para ver quién se acercaba. Escuchó un golpe, pero no logró distinguir de dónde provenía el sonido.

—¡Milena! —Le pareció escuchar a alguien gritando su nombre a través de la neblina que cubría su mente. Sintió a alguien zarandearla, hablándole a gritos, pero ya no tenía ni la más mínima fuerza para responder. Se dejó llevar como una muñeca de trapo; sintió el cambio de la temperatura en el ambiente cuando la llevó adentro de la vivienda—. ¡Milena! —Logró abrir un ojo para mirar al hombre que tironeaba de su vestido para quitárselo —seguramente buscando la fuente de la sangre— y le sonrió a medias, desmayándose segundos después.

🥀🥀🥀

Los rayos del sol le molestaban, trató de girar sobre su espalda para seguir durmiendo, pero el dolor se disparó en su pierna haciéndola gritar. Se irguió un poco, apoyándose en sus brazos y observó el lugar en el que se encontraba. La habitación le fue vagamente familiar, pero aún no lograba orientarse por completo. Llevaba una camiseta blanca de hombre que le llegaba hasta los muslos, donde empezaba a vislumbrarse una venda blanca.

Una mancha rojiza se veía a través de la tela, indicándole que el sangrado aún no había parado por completo. Tal vez la herida resultó ser más profunda de lo que creía.

La puerta se abrió, dejando pasar a un Martín desaliñado. Iba descalzo, vistiendo unos pantalones holgados y una camiseta negra, con su pelo enmarañado. Dos bolsas negras se adivinaban bajo sus ojos, al parecer no había dormido en toda la noche.

—Despertaste. —Musitó, acercándose al escritorio y dejó ahí la bandeja que llevaba en manos, luego caminó hasta ella, dejándose caer al borde de la cama—. ¿Te duele? —Echo una mirada de reojo a su pierna vendada, Milena se encogió de hombros con desgana.

—Un poco. —Confesó, mirando en dirección a la bandeja que había traído—. ¿Qué es? —curioseó, con sus tripas rugiendo ante el olor de la comida.

—La sopa. —Martín se levantó para traerle la bandeja, posándola a su lado—. Te va a hacer bien. —Milena asintió, tomando el cuenco entre sus manos temblorosas y empezó a comer con voracidad—. Después vamos al hospital. Anoche me asusté y traté de curarlo por mí mismo, pero… —La mujer dejó caer la cuchara con brusquedad, creando un sonido chirriante cuando esta golpeó la bandeja. Negó con la cabeza frenéticamente, mareándose.

—No. —exclamó con una lágrima asomándose en sus ojos. Su mirada viajó hacia la mancha de sangre en su venda, se encogió sobre la cama con miedo—. ¡No! —repitió, con voz aguda. Martín movió la bandeja para evitar que se cayera de la cama por sus movimientos bruscos, luego atrapó sus manos para tranquilizarla.

—¿Qué pasó? — preguntó contundente, apretando sus manos para llamar su atención.

—No lo sé. —Sollozó, mirando sus manos unidas con extrañeza—. Salió de la nada. —Murmuró—. Iba hacia mi coche y él… salió de repente y… —Se interrumpió dejando salir un grito ahogado—. Todo pasó demasiado rápido. —Lloró, echándose hacia sus brazos, buscando un poco de seguridad.

—¿Qué? —Martin estaba atónito, acariciaba su espalda tratando de calmarla, aunque su propia mente estaba corriendo a mil por hora—. Tenemos que llamar la policía. —resolvió, pero ella se colgó aún más fuerte de su cuello, impidiéndole moverse.

—Solo… quédate conmigo. —imploró, haciendo que desistiera de sus planes por el momento.

—Tengo que revisarte la herida. —La tomó del antebrazo y la hizo echarse para atrás, limpió sus lágrimas con el pulgar con cuidado y dejó un beso sobre su frente—. ¿Me dejas ver? —pidió. Milena retiró la manta con la cual se había cubierto, dejándolo quitarle la venda.

El corte, efectivamente, era más profundo de lo que ella había pensado. Se le había pasado la mano con la puñalada, pero ya no había sentido lamentarse. Arrugó la frente cuando le echó alcohol a la herida, aunque se las arregló para no pronunciar palabra. Aguantó hasta que volvió a cubrirla con las gasas y vendarla.

—¿Mejor? —Asintió, estirando la camiseta para cubrirse los muslos, aunque él ya conocía cada milímetro de su cuerpo.

—¿Me puedes abrazar? —La respuesta de Martín fue acostarse a su lado en la cama y envolverla en sus brazos; Milena puso la cabeza sobre su pecho y se acomodó mejor, dejándose llevar por su calor—. Tengo sueño. —murmuró, levantando un poco la cabeza para mirarlo a los ojos.

—Son los calmantes. —Explicó—. Duerme.

—¿Vas a quedarte conmigo? —La vulnerabilidad se hizo evidente en su voz, Martín asintió volviendo a besarle la frente.

—Lo prometo. —No pasó mucho tiempo antes de que se durmiera, llevada por el alivio momentáneo de los medicamentos y el calor del cuerpo masculino que la arropaba.

Cuando despertó la próxima vez, el sol estaba poniéndose en el horizonte. Sentía la respiración de Martín sobre su cabeza, habían permanecido todo el tiempo en la misma posición. Sin querer despertarlo, se movió con cuidado, cojeó hasta el baño con dificultad. Una mirada al espejo fue suficiente para que entendiera el trauma por el que pasó su cuerpo, se veía desaliñada y frágil. Suspiró, echándose agua sobre el rostro para despabilarse, el golpe del frío hizo que acomodara un poco sus ideas.




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