A. Alexa. Milena (#1 Cuentas pendientes)

23

Las tenues luces del salón le daban un aire sofisticado y a la vez sofocante. El vestido azul que llevaba se adhería a su cuerpo a la perfección y su cabello recogido en un moño dejaba al descubierto gran parte de la piel. Estaba sentada en la barra, bebía un vaso de vino con lentitud y se mantenía oculta en las sombras. Había visto a Ramiro Sotomayor y a su madre llegar media hora atrás, pocos minutos después aparecieron sus propios padres y hermana. Ignoró la punzada de rabia que sintió al verla tan campante junto al alcalde, porque ese no era el problema del que tenía que ocuparse hoy.

Los Lawrence aparecieron diez minutos después, pero la tensión se podía cortar con un cuchillo, a pesar de los intentos de Ramiro de aligerar el ambiente. Sonrió sobre la copa, divertida al verlo sintiéndose inferior delante de alguien. Luego se dedicó a observar a Anastasia Lawrence. Era hermosa, no podía negarlo. Una belleza exótica que la dejaba sin aliento a ella también, ni hablar de un hombre. Podía verla al lado de Martín, siendo su musa, posando para él como ella misma había hecho. Eso le molestaba sobremanera, por razones en las que no quería pensar demasiado.

La mujer parecía fuera de su elemento, buscando a su alrededor con una mezcla de expectación y terror. Moría de ganas de saber que había sucedido entre ellos dos, esperaba sonsacárselo a Martín más tarde.

—El joven está entrando. —El camarero, a quien había reconocido como uno de la sede en Bornea, le advirtió.

Milena se giró un poco más en su silla, deseando poder escuchar la conversación. Pero, ya se había convertido en una experta en el comportamiento de la gente, así que pudo notar la tensión que se apoderó de Martín al ver a los presentes, la misma que había advertido antes en Anastasia. La sonrisa de la viuda Sotomayor pareció demasiado falsa hasta a esa distancia, mientras Ramiro miraba de un lado a otro esperando la explosión. Una risa estridente cortó el momento incómodo, todas las miradas —incluyendo la de Milena—se posaron en Alina. La adolescente se ruborizó al verse protagonista del momento, su madre la tiró para que se sentara de nuevo con una mirada de reproche.

A continuación se sentaron los demás, Martín lo hizo a regañadientes. No pasaron ni cinco minutos cuando se levantó y caminó a la barra, buscando con la mirada al barman. Milena le deslizó el vaso de whiskey que había pedido cuando llegó, sabiendo que llegaría.

—Parece que lo necesitas más que yo. —pronunció, aún protegida por la oscuridad. Martín entrecerró los ojos para verla mejor, aunque había reconocido su voz—. ¿Una cena familiar? —Se hizo la desentendida.

—Una emboscada, más bien. —El rencor en su voz era evidente y una parte de ella se regocijó al ver su reacción ante la señorita Lawrence.

—Pobrecito. —Tomó otro sorbo de su vino y se deslizó de la silla alta, rozándolo en el proceso—. Necesito tomar un poco de aire. —tiró el anzuelo, le guiñó un ojo al camarero y salió bamboleando las caderas.

El soplo del aire frío hizo que su piel se erizara, se apoyó en la baranda y se dejó envolver en la brisa. Esperó con paciencia la llegada de Martín, aunque la Milena que fue años atrás se empeñaba en salir a la superficie y decirle que no se debía sentir así de importante, que Martín no tenía por qué acudir a la mínima provocación. Además, ahí estaba una mujer hermosa esperándolo, una mujer que no era casada y con la que ya estaba prometido, a quien ya había amado.

Luchó por mantener a esa mujer encerrada, regresarla a la jaula que había creado para ella en lo más profundo de su ser. Últimamente, salía con más frecuencia, amenazando con arrebatarle el poder. No podía permitírselo, aunque tuviera que matarla definitivamente, aniquilarla de una vez por todas.

—Se está mejor aquí. —Su voz la sorprendió, se reprendió por bajar la guardia en un lugar plagado de enemigos.

—Ya te lo dije. —Se giró para mirarlo de reojo, con una sonrisa sensual en sus labios—. ¿Me quieres contar? —intentó, aunque ya sabía de antemano que se encontraría con una pared.

—Es mi madre. —Dijo escuetamente—. Finalmente, recordó que tenía otro hijo. —Rio sin una pizca de humor, Milena se abstuvo de hacerlo.

—Necesitaba algo. —concluyó.

—Exactamente. —Estuvo de acuerdo el hombre.

—Al menos se acordó de ti. La mía me borró por completo. —compartió, más para hacer conversación que porque le dolía el rechazo de Samanta Fuentes.

—¿Te sientes mejor? —Martin miraba había su pierna herida, ella apenas recordaba el dolor.

—Mejor. —Se giró por completo para encararlo, acercándose un paso hacia él—. Tuve un enfermero excelente. —Apoyó la mano sobre su hombro y la de Martín viajó inmediatamente a su cintura, acercándola aún más a su cuerpo.

—Fuiste una buena paciente. —Susurró sobre sus labios, antes de rozarlos con su boca—. Aunque me gustaría que eso no volviera a suceder. —Milena negó con la cabeza en una promesa muda antes de juntar finalmente sus labios.

Estar con Martín, besarlo, acariciarlo, se estaba convirtiendo en una adición que no necesitaba, pero que no podía dejar de lado. Se sentía viva a su lado, como una mujer completa, sensual. Cuando estaba con él era el único momento en el cual la Milena que odiaba estaba callada, sin atormentarla.

Un jadeo llenó el aire, pero no fue un jadeo de placer, no pertenecía a ellos dos. Se giraron al unísono, separándose un poco al ver quién era el testigo de su arrebato de pasión. Anastasia Lawrence los miraba con los ojos empañados, con la mano apretada alrededor de su bolso, sus dedos poniéndose blancos por la fuerza que empleaba.




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