Las luces alrededor del almacén estaban apagadas y Milena podría jurar que justo unas horas atrás brillaban cuando pasaban desde Bornea. Si ya no estuviese completamente segura de la implicación de Enzo en la desaparición de Irina, eso fue una alerta roja potente. Dmitri aparcó lo más alejado que pudo de la estructura para que no los vieran venir, pero lo suficientemente cerca para cualquier eventualidad. Salieron despacio, alerta a todo a su alrededor; el silencio estaba ensordecedor, aumentaba su tensión. Le echó una ojeada al guardaespaldas, el rostro de Dmitri estaba crispado mientras estaba atento a cada movimiento.
—Es demasiado silencioso. —dijo en voz baja, aunque le pareció que el eco se escuchó en todo el lugar.
—Nunca percibí mucha actividad por aquí. —replicó el guardaespaldas, cerrando la puerta del coche con cuidado. Milena lo imitó, palpando su cintura hasta sentir el calor confortante del arma—. Pero, tienes razón. Este silencio me pone los pelos de punta.
Caminaron en silencio, medio agachados, hasta que se acercaron a unos metros de la estructura. No podía deducir que se encontraba en ese almacén, afuera no había ni una sola caja que lo delatara. Le recordaba los almacenes donde Nikita guardaba sus cargamentos de droga, asumió que se trataba de lo mismo. Pero, si estaba en lo correcto, la falta de los guardias y del movimiento era inusual.
—Algo está mal. —dijo más para sí misma que para Dmitri, pero él estaba justo detrás de ella y la escuchó.
—Deberíamos llamar los refuerzos. —negó aún sin mirarlo, no quería dar la alerta antes del tiempo. Dmitri suspiró a sus espaldas, pero no dijo nada.
Rodearon la estructura hasta llegar a una puerta trasera y la forzaron sin mucho esfuerzo. Esta chirrió cuando la abrieron; aguantaron el aliento unos segundos, esperando una reacción. Al no escuchar pasos adentro, se adentraron en la oscuridad. Sentía la presencia de Dmitri a su lado, pero no podía ver nada a su alrededor. Las ventanas estaban tapiadas, aumentando la negrura del lugar. Pasaron estancia por estancia, con la tensión creciendo. Si no estuviera tan concentrada en cada pequeño rumor, habría pasado por alto el pequeño quejido.
—Llama los refuerzos. —le siseó a Dmitri, él la miró sin entender—. Ahora. —le urgió. Mientras el guardaespaldas salía por la misma puerta que usaron para entrar, ella se precipitó hacia el centro de la habitación—. Irina. —ahogó una exclamación, corriendo a su lado.
Hizo caso omiso del charco de sangre en el que la mujer yacía, porque eso haría que perdiera los estribos. Dmitri llegaría pronto con la ayuda. Mientras tanto, quitó su campera y presionó la herida de su abdomen, Irina apretó los dientes ante el dolor.
—La ayuda está en camino. —Le susurró, deslizando una pierna para posar la cabeza de la mujer sobre ella, alejarla del frío cemento. Observó a su alrededor, atenta a una amenaza invisible, manteniendo el puño sobre la herida palpitante—. ¿Qué pasó? —preguntó, más por mantenerla despierta qué porque realmente necesitaba una respuesta. Ya todo era demasiado claro.
—Nos traicionó. —Irina tosió, una lágrima se deslizó sobre su mejilla. Milena arqueó una ceja, pensando en sus palabras.
—¿Quién? —la urgió, esa respuesta si la interesaba. Si alguien estaba pasándole información a los italianos, muchas más vidas podían estar en peligro. Irina cerró los ojos, luchando por responderle, pero Milena podía ver que las fuerzas la abandonaban.
—Es curiosa la percepción de la traición que tiene mi querida esposa. —La voz salió tan de repente que Milena ni siquiera tuvo tiempo de tomar su alma del suelo; giró con lentitud, para no provocar al italiano—. En realidad, la única traidora es ella. —Enzo dio unos pasos en su dirección, pero se detuvo a unos metros, mirándolas como meros insectos por pisar.
—¿Qué pasó? —Decidió hacerse la tonta, fingir que no sabía por qué estaban ahí, en esa situación.
—No insultes mi inteligencia, piccola. —Enzo manoteaba con el arma con descuido, si no supiera que era un asesino entrenado, tendría miedo de que se le escape un tiro—. Tú lo sabías todo, ¿verdad? —Soltó una carcajada, impidiéndole responder—. ¿Qué clase de mujer eres? —Se enserió y la escrutó con la mirada—. ¿Realmente no te importa que te hayan visto la cara de estúpida todo este tiempo? —Terminó gritando, furioso.
—No. —Dejó de lado la actuación, ya sabía que no podía engañarlo. Enzo lo sabía todo y solo había una persona que podía haberle dicho todo aquello. Sintió la rabia trepar por su cuerpo, alternándole los nervios—. Soy el tipo de mujer que no permite que le vean la cara de estúpida. —Lo corrigió—. Tú también sabías que ella no te amaba, que lo ama a él. —Enzo asintió, pero ella no se dejó engañar, su ira estaba lejos de templarse.
—Pero era mía. —gruñó, dándole una mirada despectiva a Irina. Milena apretó un poco más su agarre, pero no se atrevió a mirar abajo, no quería perder de vista a Enzo. En cualquier segundo podría explotar—. Y me traicionó.
—Nunca fue tuya. De la misma manera que Novak nunca fue mío. —Soltó una risa seca—. Pero yo supe aceptarlo y vivir la situación a la altura. —El italiano pareció pensarlo por un momento, pero pronto volvió a zapatear como un niño pequeño.
—En fin… —Rio—. Eres un problema ahora, piccola. —La señaló con el arma, pero por alguna extraña razón Milena supo que no iba a dispararle.
—¿Me vas a matar también? —provocó, fingiendo una calma que no sentía. No por ella, sino por la vida que se le estaba escapando entre las manos. Ya no sentía la tensión en el cuerpo de Irina, sentía que se estaba yendo despacio. ¿Dónde estaba Dmitri con la ayuda?
—Debería. —Asintió, para después negar con la cabeza—. Pero alguien debe contarle al ruso como murió la perra que amaba.
El disparo llegó tan de repente que Milena solo pudo gritar. Sintió la sangre caliente salpicar su cara, miró los ojos vacíos de la mujer que yacía en su regazo. Buscó su propia pistola en el piso, pero para cuando la encontró, se encontraban de nuevo solas en el almacén.