A. Alexa. Rescatados (#1 Santa Ana)

III

El aire se había vuelto pesado de repente, como si una tormenta se avecinase y ambos lo sintieron. Alejandro levantó la mirada hacía la mujer, esperando por una respuesta, pero al verla parada ahí, pálida y temblando, sintió el pánico cernirse sobre él. Pensó que aquellas pastillas que tenía en sus manos de verdad eran un medicamento, que la chica tenía algún problema de salud y con su estúpida broma le había provocado un ataque o algo peor. Isabella cerró los ojos y él se levantó apresurado pensando que iba a caer desmayada en cualquier momento. Pero ella abrió los ojos de repente y a pesar de seguir pareciendo como si hubiese visto un fantasma, había algo en sus ojos, una fuerza que no había advertido antes, que hizo que parara en seco y se quedara cómo paralizado en el centro de la habitación. 

— Es...es... — Isabella sintió como el mareo, el malestar iba dejando su cuerpo de apoco, como el miedo se transformaba en algo diferente, en algo con que convivía a diario, pero que nunca permitió que se notara. Había aprendido hace mucho tiempo que mostrar miedo es mucho mejor que dejar entrever la furia y el fuego que habitaba en su interior. El hombre que estaba frente a ella tenía su futuro en sus manos. No le parecía un estúpido ni un borracho cómo aquellos que pasaban la mayoría de su tiempo en el club, sabía que en cualquier momento iba a conectar los puntos y darse cuenta de sus intenciones. Se sentía perdida y en un instante, decidió que si aquello era su final, al menos alguien la escucharía. Por primera vez desde hacía años, no se iba a quedar callada. 

- Es despreciable. – susurró y tomó una bocanada de aire. Las palabras que salieron de su boca a continuación, tenían mucha más fuerza. – Son despreciables los hombres que vienen aquí. Creen que con un poco de dinero pueden tenerlo todo en la vida. Muchos de ellos tienen familias, hijos que cada noche esperan su llegada a casa y ellos están aquí. Están aquí perdiendo el tiempo y el dinero que deberían de gastar en sus mujeres, sus hijas. Un dinero con el que podrían ayudar a los demás, a los que necesitaban ayuda desesperadamente. Pero, ellos están aquí. – su voz era tranquila, calmada, pero en el trasfondo se podía sentir la furia latente, que quería hacerse paso hasta la superficie; como un tornado que se iba formando despacio y que esperaba el momento justo para desplegar su fuerza completa. 

- Y no, no todas estamos aquí porque nos gusta esto. – hizo un gesto de mano mostrando el interior de la habitación, y a continuación soltó una risa cínica. – ¿A quién quiero engañar? A nadie le gusta esto. Cada persona aquí dentro tiene una historia, una razón, un motivo para vivir la vida que vive. Pero la mayoría logran adaptarse, aceptar esta como su realidad y vivirla al máximo. Yo simplemente no pude. No puedo aceptar que este sea mi destino. – Alejandro estaba estático, mientras hablaba la mujer se desplazó hacia la ventana, perdió su vista en algún punto más allá de los árboles que custodiaban la plaza principal del pueblo. Aquello se sentía demasiado íntimo, demasiado privado. Él se sentía como un intruso escuchando una conversación privada, que no le incumbía.

- ¡Siempre quise ser doctora! – una risa seca acompañó las palabras que lo sacaron de sus pensamientos. Ella parecía que hablaba para sí misma, ignorando su presencia, pero él no podía obligar sus piernas a moverse, salir de la habitación y dejarla sola con sus pensamientos. – De hecho, estoy a pocas semanas de graduarme, pero, ¿¡de que me sirve eso aquí!?

Isa sintió la primera lagrima descender y sabía que era solo la primera de muchas. Ella siempre era una estudiante aplicada, tenía una facilidad de retener información asombrosa. Por eso, después de hacer paces con su situación actual y con la ayuda de Marta, decidió terminar la secundaria vía internet. Lo hizo en tiempo record, con su buena memoria y todo el tiempo libre que tenía, aquello no supuso ningún problema. El problema vino después, cuando sintió que no era suficiente. Le costaron muchas lágrimas y suplicas para convencer a Damián que le permitiera inscribirse a la facultad de medicina. Había preparado bien sus argumentos y él no pudo rebatir ninguno. Sus estudios no tenían nada que ver con el trabajo que desempeñaba en el burdel. Así que un buen día él le dio el visto bueno. Le había ayudado a matricularse, le había proporcionado todo el material necesario para una estudiante de medicina y cubrió todos los gastos adicionales de una carrera. Esa era la razón por la que su próxima graduación tenía un sabor agridulce. Por fin tendría un título, una vía de escape, pero la suma que Damián había invertido en sus estudios había alcanzado números que ella no sería capaz de juntar en mucho tiempo. La única forma que tenía para hacerlo era con su trabajo y a Damián no le interesaba precisamente como doctora. 

— Lo que encontré, ¿lo haces siempre? — Alejandro había unido los puntos: sus insistencias a que bebiera, su decepción cuando él se rehusó, como se puso al no encontrar las pastillas. Y si, desde que posó sus ojos sobre ella, no le parecía una chica como todas las demás ahí, había en ella una inocencia que nadie esperaría en aquel lugar. Cuando dijo que estaba estudiando medicina, fue la última parte del rompecabezas en encajar, pero en lugar de satisfacer su curiosidad, solo trajo más preguntas. 

- Hace algún tiempo, sí. No es tan difícil teniendo en cuenta la clase de personas que pasan por aquí. – la respuesta sincera los sorprendió a ambos, en fin, era tarde para mentir, ya todo estaba claro y era solo cuestión de tiempo para que Damián se entere y el infierno se desate para ella. 

- Y siempre funcionó, hasta... ¡hasta que llegaste tú y lo arruinaste todo! – Alejandro dio un respingo, sorprendido por el ataque a su persona. No entendía porque de repente se convirtió en el blanco de la rubia, aunque suponía que era porque había descubierto su pequeño secreto; o simplemente porque se encontraba ahí y ella necesitaba a alguien con quien descargar su enojo. 




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