— Necesito que me des una mano, ¡no puedo más! — Isabella levantó la vista hacia su amiga, Marta estaba con una bandeja de champán vacía y la miraba suplicante.
Tomó la bandeja de sus manos antes de que se le cayera y la posó en la barra a su lado. Miró preocupada a su amiga.
— ¿Te sientes mal? ¿Quieres que llame a un doctor? — Marta soltó una carcajada ruidosa y luego se sentó en la silla que momentos antes ocupaba su amiga.
— Isa, no tendrías por qué llamar a ningún doctor, ¡te tenemos a ti! Y tampoco necesito de un doctor, necesito de una amiga que me reemplace unos minutos.
— Me podías pedir que me tire un balazo, de paso. — soltó un suspiro, sin saber si fue de alivio al saber que en realidad no le pasaba nada a la loca de su amiga, o porque tendrá que enfrentarse a los leones.
Hasta ese momento había evitado eficientemente salir afuera, ayudando en la cocina y al DJ, pero sabía que no puede decirle que no a Marta. Tomó una bandeja llena y salió a la sala. La atmósfera era distinto a como estaba acostumbrada, era más tranquilo y no había borrachos que no se podían sostener en sus pies, aún. Se concentró en servir, sin hacer contacto visual con nadie, no quería problemas esa noche. A pesar de ser una fiesta que todos disfrutaban, esa noche se sentía tensión en el aire.
Sintió una mirada en su espalda, desde que había salido de la cocina, pero la ignoró pensando que era alguien de su desagradable clientela. Terminó el círculo, tratando de no hacer caso a los comentarios de las señoras que servía en esos momentos y se dio la vuelta para seguir con su labor, cuando lo vio. Una sonrisa genuina apareció en sus labios sin poder retenerla y se sorprendió cuando él se la devolvió. Era una sonrisa amable, nada que ver con las lascivas que le proporcionaban la mitad de los hombres presentes.
Imágenes de su noche se agolparon en su mente y trató de mantener la compostura y las lágrimas a raya. No se le había pasado por la cabeza que lo iba a ver ahí y tampoco esperó que verlo de nuevo tuviera ese efecto en ella.
Sacudió la cabeza para alejar pensamientos extraños que la asaltaban y se dispuso a seguir trabajando, ajena a las miradas envenenadas que le mandaban desde una de las mesas.
Si no hubiera sido porque su madre se lo impidió estaba a punto de hacer un escándalo, sin importarle quien la viera. Sabía que su esposo había estado en ese lugar al menos una vez, pero lo que no esperaba era una demostración tan abierta de… ni ella sabía que era lo que acababa de ver. Alejandro se había mantenido al margen toda la noche, ignorándola por completo y manteniendo solo conversaciones de cortesía de las que no podía escapar. Así que verlo pendiente de aquella mujer desde que puso un pie al salón y regalarle esa sonrisa que ella nunca antes había visto, la había sacado de sus casillas. Tenía la sensación de que todo el mundo se dio cuenta de aquella conversación silenciosa que llevaron y no podía soportar tanta humillación.
Cuando vio a Marta salir al salón, Isabella no vaciló en ir y entregarle la bandeja. Quería volver a la seguridad de la cocina y dejar atrás el gentío. Si no se iba pronto cedería al impulso de acercarse a la esquina donde estaba, solo para verlo un poco más de cerca. Pero no podía ni debía hacerlo. Él no era un cliente de ese lugar, en realidad, la única vez que estuvo ahí fue la noche de su despedida, así que procuraría no dar indicios de conocerlo, para no manchar su imagen.
Ensimismada, no se percató de Clara que salía llevando una bandeja repleta de dulces hasta que fue demasiado tarde. Los reflejos rápidos de la otra mujer evitaron un desastre mayor, pero el uniforme de Isabella terminó manchado de chocolate. Con una sonrisa de disculpa se alejó de su amiga y fue hasta su habitación para cambiarse. No sabía si tenían uniformes de repuesto en algún lugar, pero ella tenía una camisa blanca en su habitación, de sus días en la universidad. Seguro nadie notaria la diferencia.
Cuando salió de su habitación hizo una mueca al ver que las luces se habían apagado, Damián le había dicho que lo iba a arreglar, pero al parecer no estaba en la lista de prioridades. Sintió una mano apretarle el brazo y se preparó a golpear al atrevido, pero en ese momento las luces volvieron a encenderse con un parpadeo y vio que su agresor era en realidad una mujer.
— ¿Qué te traes con mi marido, zorra? — las palabras eran un susurro, pero un escalofrío la recorrió al percibir la furia de la mujer. No era su primera vez con una mujer celosa, pero aquella vez no se sentía avergonzada de decir que sintió algo de miedo.
— En primer lugar, no tengo idea quien eres y por lo tanto quien es tu marido y en segundo, ¿qué crees que se podría traer una mujer de aquí con un hombre?
Amplió su sonrisa al ver la sorpresa en el rostro la mujer y más aún después de miles de insultos y amenazas a los cuales no les prestó atención. Si, la mujer le daba mala espina y algo en sus ojos la asustaba, pero no iba a dejarse pisotear por nadie.
— Pero qué manera tan fea de expresarse para una señorita de alta sociedad, hasta parece una de nosotras. — la mano de la mujer voló hacia su cara, pero la atrapó a tiempo para evitar la bofetada. Se midieron con la mirada y parecía que ninguna iba a desistir, hasta que se escuchó otra voz en el pasillo.
— ¿Qué pasa aquí? — Isabella soltó finalmente la mano de la mujer y se alejó un par de pasos, iba a dejar que su jefe lidie con la mujer loca.
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Editado: 22.08.2021