A. Alexa. Rescatados (#1 Santa Ana)

VII

Isabella se había despertado desde hacía varios minutos, pero no quería abrir los ojos. Sus amigas susurraban a su alrededor, sonaban preocupadas. Quiso decirles que estaba bien, pero el egoísmo le ganó. Solo unos minutos más. Solo unos pocos en los que no tendría que explicarles a sus amigas el porqué de su desvanecimiento. Sentía que en el momento en el que lo diga en voz alta, se convertiría en una realidad difícil de soportar.

Marta remojó un trapo en el baño y se lo puso a su amiga en la cabeza. La tenía preocupada. Rememoró los acontecimientos de la fiesta, buscando un indicio de que Isabella se sentía mal. Quizá era evidente y ella lo pasó por alto porque estaba demasiado deslumbrada con la fiesta. No lo aceptaría nunca para los demás, pero su corazón empezó a latir más deprisa desde que el salón se llenó de gente, todos tan elegantes y sofisticados. Claro que ella odiaba la soberbia de los mismos y que pensaran que son mejores que ellas, pero no pudo resistirse a disfrutar de los vestidos de gala y accesorios brillantes y caros. Se sintió como en una nube toda la noche, cogiendo más y más trabajo solo para salir y robar un minuto más de aquel esplendor. Ahora se sentía culpable, porque no había estado pendiente de su amiga.

Damián se había pasado por la habitación varias veces, parecía realmente perturbado. Para nadie era secreto que Isabella era su preferida, muchas hasta pensaban que ellos tenían una relación más allá de lo “profesional” y que era así como se ganaba sus privilegios. Pero Marta sabía que no era verdad. Isabella odiaba a Damián, eso se lo había dicho en incontables ocasiones. Pero, había veces en los que interceptó una mirada de admiración y de cariño genuino en los ojos de su amiga. Era la que mejor la conocía, pero sabía que Isabella se guardaba muchas cosas de su pasado y pensaba que su relación con Damián era una de esas cosas.

Marta se percató en que había despertado y se lanzó a la cama para abrazarla, deseando que así se dé de cuenta que, pase lo que pase, ella siempre estará ahí. No pasó mucho tiempo cuando empezaron a escuchas sollozos provenientes de su amiga y Clara y Alba se apresuraron para unirse al abrazo también.

Cuando los sollozos al fin cesaron, les contó lo que había sucedido. Varias veces interrumpió el relato por el llanto que no podía controlar, pero junto fuerzas para terminar el relato. Las expresiones de sus amigas oscilaban entre sorpresa, furia y lástima. Decidió atesorar ese momento con ellas, porque no sabía cuándo las volvería a ver.

La traición de Damián le dolía en el alma. Pensó que era su culpa. Aquel hombre la había lastimado ya tantas veces y ella era una estúpida que esperaba un poco de bondad de su parte. Damián era la única conexión con su vida anterior y ella se aferraba a eso con uñas y dientes, sintiendo que si lo soltaba se iba a perder para siempre. La Isabella que era antes desaparecería por completo. Pero, eso iba a suceder ahora de todos modos. Se iba a ir de ese infierno para conocer a otro diferente. Solo que ahí no estaría Damián, para recordarle la niña feliz que había sido, ni estarían sus amigas para compartir su dolor.

La puerta se abrió con estruendo y ahí estaba la razón de su angustia. Parecía cansado, como nunca antes lo había visto y también abatido, aunque no se permitió sentir lástima por él. Esta vez no.

— ¿Nos pueden dejar solos? — aquello no era una pregunta y todos lo sabían, así que a regañadientes, las tres mujeres se levantaron y abandonaron la habitación, no sin antes darle una mirada de disculpa. 

El silencio se apoderó de la habitación, esperaba que Damián empiece a hablar pronto, porque no sabía cuánto tiempo podría soportar su presencia sin derrumbarse.

— Espero algún día podrás perdonarme... – empezó vacilante, pero ella lo detuvo con un movimiento de mano.

— ¡Nunca! — respondió seca, pero con una calma que la dejo sorprendida a ella misma también — ¡Confíe en ti y me fallaste! Sabes que esperaba largarme de aquí pronto y ahora me vendiste a quien sabe que depravado. – al pronunciar las palabras, se dio cuenta de que él no le dijo nada de su nuevo “dueño” y el terror empezó a apoderarse de ella - ¿Quién es? – preguntó con urgencia, todos sus pensamientos anteriores relegados al fondo de su mente.

¿Por qué recién ahora empezaba a pensar en su comprador? ¿Sería dueño de otro burdel? ¿O tal vez alguien quién prefería mantener una sola amante a asistir a clubes nocturnos? ¿O un verdadero depravado qué quería hacerle quién sabe qué?

Damián negó con la cabeza con pesar, el terror en sus ojos rompiéndole el corazón. Pero no podía decirle nada, aquel era el acuerdo y aunque no entendía él porque, lo iba a respetar.

— No te lo puedo decir. – hizo caso omiso de la mirada asesina que recibió y se giró para salir, no podía estar ahí ni un minuto más. – Lo conocerás mañana.

— ¿Mañana? Me voy... ¿Mañana? — la pregunta llegó demasiado tarde, Damián había salido de la habitación dejándola en un mar de dudas e incertidumbre.

✨✨✨

Daniela se sentía como si flotara. La noche anterior se había sentido como la Cenicienta en el baile, solo que para ella la magia todavía no se había terminado. Las emociones que la habían asaltado en la fiesta estaban todavía presentes, haciendo que riera como una loca.

Había disfrutado tanto del cambio de aires. Aunque el salón de fiesta fue decorado casi como cada año, había algo diferente en el ambiente. Cada rincón le parecía un mundo nuevo para descubrir, algo tan diferente a su realidad que resultaba embriagador. Perdió la cuenta de las veces que había buscado una excusa para acercarse al barman, un chico encantador que habría de tener un par de años menos que ella, que había hecho su misión de la noche contarle anécdotas sobre el lugar. Imaginaba que la mayoría era inventada, porque carecían de toda lógica, pero disfrutó de la charla y de que alguien, además de su familia inmediata, le prestase atención. Cuando el chico estaba demasiado ocupado para hablar, se entretenía mirándolo preparar las bebidas y echando un vistazo “tras bambalinas”; donde mujeres y hombres preparaban aperitivos y los servían. Se movían en sincronía, parecía que bailaban. Sintió envidia de las dos mujeres que hablaban en la esquina, las envolvía un manto de intimidad que ella no había sentido con nadie en su vida. Aguantó la respiración cuando una de las mujeres de antes chocó con una bandeja llena de dulces de chocolate y se relajó al ver que aquel percance no iba a resultar en una pelea. Si aquello hubiera sucedido entre cualquiera de las damas de la fiesta, daría lugar a un berrinche insoportable.




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