A. Alexa. Rescatados (#1 Santa Ana)

IX

Isabella estaba disfrutando de las ocurrencias de Daniela, habían quedado en salir a pasear después del desayuno y ahora estaba esperando que la muchacha se arreglase.

El nudo que estuvo presente en los primeros días, sobre todo después de la insinuación de María de que ella y Alejandro eran algo más que jefe y empleada, se iba soltando de a poco. Los padres la ignoraban, podía sentir su recelo cada vez que entraba en una habitación, pero al menos no la molestaban. Tal vez solo esperaban que cometiera un error para echarla. María, por otra parte, no perdía ocasión para soltar algún comentario hiriente, pero todos los malos tratos que ella podía proporcionarle perdían valor al ver la aceptación de Daniela.

Aquel día la había arrastrado hasta su habitación, diciéndole que no era necesario que presencie lo que estaba por ocurrir. Claro que los gritos se habían escuchado hasta ahí y se había sentido extraña al escuchar que él la defendía. Como si no fuera poca la admiración que sentía por él, aquel gesto hizo que las barreras de su corazón se abriesen un poco más y eso la asustaba de muerte. Había pasado el resto del día con Daniela, entablando conversación y aunque al principio ella fue muy tímida, con el paso de las horas se iba soltando, dejando ver la muchacha inteligente y divertida que era.

Habían caído en una rutina rápidamente. Isabella se encargaba de su desayuno (algo que, según la muchacha, no era su obligación) y de las medicinas y después salían a cualquier parte, solo pasando el rato. Regresaban a la hora de la comida y después, Isabella se había encargado de preparar unos ejercicios que no fueran demasiado para el corazón de la muchacha, pero que la ayudaran a fortalecer un poco sus músculos y la resistencia de su cuerpo. Por las noches, en la casa siempre había alguna reunión y ella se mantenía alejada. Hubiera querido ayudar en la cocina, pero desistió al ver el recelo de las demás empleadas. No quería poner a nadie en una situación incómoda. Cuando todo el mundo se hubiera ido, le llevaba las medicinas a Dani y escuchaba sus parloteos y chismes de la fiesta. No la interesaba mucho que ocurría en las altas esferas, pero Daniela lo contaba de una manera tan divertida que le era imposible no disfrutar.

Al que vio poco fue a Alejandro. Y las pocas veces que lo vio fue por accidente, cuando se encontraban en algún pasillo o cuando él iba a visitar a su hermana y la encontraba ahí. La trataba igual que antes, pero podía sentir que algo había cambiado entre ellos. Pensó que tal vez se sentía incómodo por lo que paso cuando llegó a su casa; o tal vez se arrepentía de lo que hizo y ahora no podía echarse para atrás.

- No era necesario que me trajeras el desayuno, otra vez. - rodó los ojos al escuchar la queja, era lo mismo cada mañana: Daniela protestaba, ella la convencía de que no era una molestia y siempre así, en círculos.

Le sonrió y dejo pasar el comentario, sabía que no iba a llegar a ningún lado. Ella se presentará la mañana siguiente con el desayuno de todas formas. Además, para ella era un regalo poder desayunar con Daniela en su habitación, la salvaba de unas cuantas horas de tener que convivir con los demás.

Ese día se sentía particularmente contenta. En la noche la familia se iba a una fiesta y Daniela le dijo que no iba a ser necesario que la acompañara. Le costó un poco reunir el coraje de pedir una noche libre, pero Daniela no tuvo ningún problema, así que esa noche iba a ver a sus amigas. Era miércoles, día de limpieza en el burdel, así que ellas tampoco trabajaban y Damián por general no estaba en esos días por ahí.

- ¿Me podrías decir cómo fue vivir ahí? – se sintió incómoda ante la pregunta, no quería contarle a la chica inocente las cosas que se vivían en lugares como ese, pero le había contado sus planes y ahora Daniela estaba curiosa sobre su vida antes de venir a su casa.

- Es decir, no las cosas privadas. Pero… - se detuvo, buscando las palabras para explicarle, pero Isabella ya lo había entendido. Le había mencionado que la reconoció de la Fiesta de Verano y que había sido una testigo de su encuentro con el chocolate e Isabella entendió que lo que Daniela verdaderamente quería oír es sobre sus amistades.

Se sentía cómoda con ello, podía hablarle de sus amigas y contarle algunas anécdotas sin entrar en los detalles macabros. Así lo hizo.

No sabía por cuánto tiempo estuvo hablando cuando los gritos provenientes de la habitación de al lado las interrumpieron. No era la primera vez que eran testigo de una discusión, pero sí la primera que podían distinguir lo que se decían. Se sintió mal al espiarlos, pero cuando escuchó su nombre se irguió con interés. Daniela le dedicó una sonrisa de compasión, pero ella también estaba metida en la conversación. 

- ¡Estoy cansada de la presencia de esa mujer en esta casa! – María gritaba cada vez más fuerte, Alejandro se pasó una mano por el cabello porque no entendía que había pasado ahora para semejante reacción.

Había peleado con su esposa cada día desde que trajo a Isabella a casa, pero siempre había una razón que lo provocaba. Ese día su mujer había irrumpido en su habitación, empezó a tirar cosas y a vociferar cosas sin sentido.

A ver, ¿me puedes explicar que te está haciendo para que te moleste tanto? Se ocupa de Daniela, ni siquiera tiene trato alguno contigo. ­– intentó razonar, pero sabía que era inútil.

También sabía cómo iba a terminar la discusión. Se iba a ir a dormir a otra parte esa noche también. Estaba empezando a pensar en la habitación del hotel como su habitación. No quería profundizar en el hecho que había pedido la misma habitación en la que estuvo Isabella después de que la contratara, se decía que era normal que se hospedara en la mejor habitación en su propio hotel.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.