Isabella tocó la puerta y después se removió inquieta. Tal vez no fue una buena idea ir ahí después de todo. Casi cedió al ataque de cobardía y se preparó para irse, cuando escuchó su voz desde el otro lado de la puerta. Suspiró.
- ¿Puedo pasar? – Alejandro sonrió al verla y le mostró la silla delante de él con un ademán. Era extraño que ella estuviera ahí, nunca lo había buscado con intención. Se sintió un poco asustado al recordar lo que pasó la noche anterior. ¿No iba a renunciar?
- Alejandro, con respecto a lo que paso anoche… yo... lo siento mucho... sé que no debí decir eso, pero... – las palabras murieron en su boca cuando él se levantó y se detuvo a su lado, apoyándose en el escritorio.
- No tienes que explicar nada. Sé cómo es mi esposa y de lo que es capaz de provocar en las personas. Pero, tampoco sé qué hacer al respecto. Está embarazada y me temo que tantas discusiones le hagan algo al bebe, por eso trato de no pelear.
Ella sonrió, negando con la cabeza.
- No vine para quejarme. He vivido estas escenas casi toda mi vida de adulta. Sé cómo manejarlas. Solo que ayer no fue un buen día y rompí mi propia regla de no pelear. Por eso quería disculparme.
Reprimió las ganas de preguntarle por qué no fue un buen día, quería que le contara todo lo que la entristecía y él sería capaz de resolver todos sus problemas personalmente. Pero, no tenía ningún derecho a hacerlo, él era solo su jefe, no podía tomarse esas libertades.
- Ah, una cosa más – un rubor tiñó sus mejillas obligándolo a moverse de su actual posición y esconderse detrás de la seguridad del escritorio de roble. – Lo que ella dijo, sobre yo yendo al club…
- Como les dije a ellos, lo que haces o dejes de hacer en tu tiempo libre no nos incumbe. Pero, si te deja más tranquila, nunca pensaría eso de ti. Sé lo que te costó salir de ahí.
La chica soltó un suspiro audible y lo miró con una sonrisa en los labios.
- Gracias. – se levantó para irse, dejándolo confundido. ¿Por qué le había dado las gracias, exactamente?
Isabella se sentía un poco más tranquila después de la conversación con Alejandro. Se había convencido de que iba a disculparse por responderle así a su mujer, pero en el fondo sabía que quería aclararle porque había ido al burdel.
En realidad, no le debía explicaciones de ningún tipo, pero no había podido dormir en toda la noche imaginando qué pensaría él de ella. No le gustaba preocuparse por lo que piensan otras personas, pero no podía evitarlo. Le estaba dando a Alejandro un lugar especial en su vida.
✨✨✨
El día siguiente amaneció soleado. Se levantó a regañadientes de la cama, gruñendo al ver la hora. Tendría que ducharse rápido si iba a llegar a tiempo para ver a Daniela. Y ella odiaba ducharse rápido. Los primeros años que pasó en el burdel pasaba las mañanas en la ducha, con agua caliente quemándole el cuerpo, tratando de borrar los recuerdos y el dolor con el agua. Se convirtió en una costumbre a través de los años y ahora prefería no ducharse a hacerlo con rapidez.
Se sobresaltó cuando la puerta se abrió con estruendo, malos recuerdos haciendo acto de presencia, pero se relajó al ver a Dani. La muchacha prácticamente danzaba y tenía una sonrisa de oreja a oreja. No pudo resistirse, le sonrió de vuelta.
- Érica está por llegar. – Isabella quería preguntarle quien era Érica y porque tanto alboroto, pero Daniela siguió antes de que pudiera decir nada. – Vamos, tienes que vestirte. Ya deberían estar aquí. – reparó en la mirada confundida de Isa y se golpeó con una mano en la frente. La otra mujer rio. – Es mi prima. Es increíble. Bueno, eso creo. No la vi en añoooos. No venía mucho. Pero anoche llamó a Ale y le pidió si podía pasar una temporada aquí. Él estuvo encantado. Así que, ahora está por llegar.
Isabella rio por su entusiasmo. Al parecer, Daniela quería mucho a su prima y presentía que le podía hacer bien un poco de compañía no impuesta. Solo esperaba que la prima no hubiera cambiado con los años y no la decepcione.
Aún no se había puesto el suéter del todo cuando la muchacha la arrastró hacia la entrada. Lo acomodó justo a tiempo, ya que la puerta se abrió enseguida y entró Alejandro con una pelinegra despampanante. Bien podría decir que era la mujer más bella que había visto hasta entonces y ella trabajó en un burdel. Había visto su parte de mujeres hermosas. Se imaginó si ahora estaba tan hermosa, como sería si le brillaran los ojos. Porque se percató enseguida en la falta de alegría en sus orbes azules.
Saludó a sus tíos con timidez, se puso un poco eufórica al abrazar a Daniela y después se detuvo para observarla de pies a cabeza. Isabella sabía que era linda, muchos le decían hermosa, pero en comparación con la belleza que la estaba evaluando, se sintió un patito feo.
- Hola - la muchacha la saludó con una sonrisa sincera que ella respondió - ¡Tú debes ser la esposa de mi primo!
Alejandro tropezó con las maletas que cargaba, Daniela soltó una carcajada escandalosa y el señor Pablo se había girado, pero sus hombros se sacudían sospechosamente.
- ¡No! – Gritó Carolina, después esbozó una sonrisa para recuperar la compostura - Es una de nuestras sirvientas.
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Editado: 22.08.2021