Los Montenegro no volvieron a casa el día siguiente. En cambio, estaban todos en el hospital. Daniela había tenido una recaída y la habían internado de emergencia. Isabella no se había separado de su lado, a pesar de las malas miradas de las enfermeras y el demás personal. Al menos el médico era lo suficientemente amable para incluirla en sus exámenes y demás pruebas. Ella conocía la mayoría de esos procesos, pero agradeció la práctica. Además, a pesar de ser la primera en su clase, la única experiencia que tenía fue la residencia que hizo paralelamente con la universidad y hasta entonces se habían limitado a dejarla observar.
El ajetreo le ayudó a no pensar tanto en Alejandro. Los encuentros que tuvieron antes de la hospitalización de Dani habían sido peligrosos para su corazón, así que decidió que tenía que mantener sus distancias.
El cuarto día el médico al fin estaba contento con los resultados de las pruebas y le dio el alta a la muchacha. Había llevado a Isabella a un lado para darle una serie de instrucciones y ella agradeció que el hombre no tuviera tantos prejuicios.
Por unos días más, Daniela permaneció en su cama, su actividad física reducida al mínimo. Pero Isa pudo notar que, si bien se recuperaba físicamente, su ánimo estaba decayendo al estar todo el día encerrada. Por eso decidió aflojar un poco. No se separaba de ella ni a sol ni a sombra, pero al menos ahora podía salir y tomar un poco de aire.
Al final de la segunda semana, estaba de nuevo la misma. Sus exámenes habían salido bien y podía volver a la normalidad. Isabella estaba exhausta, pero feliz de ver que su amiga estaba bien. Porque había dejado de verla como su paciente. Eran amigas. Y la quería mucho. No soportaría que algo le pasara.
Alejandro las esperaba en el auto fuera del hospital y Daniela le dio las buenas nuevas con una voz cantarina. El corazón de Isabella se encogió al ver el cariño con el cual la miraba. Sus hermanos la habían mirado de la misma manera. Hasta que ya no lo hicieron.
- ¿Por qué no te tomas un par de días libres? – empezó a negar, pero Daniela habló apoyando a su hermano.
- Por favor. Te lo ganaste. Te juro que hasta yo no me soportaba estos días. Érica me va a cuidar, no me va a dejar sola. – Isabella lo pensó por un minuto, pero la idea de alejarse unos días de Alejandro de repente le pareció maravillosa. Más que por el trabajo, estaba cansada de buscar nuevas maneras para esquivarlo. Asintió finalmente.
Luego entendió que no tenía a donde ir.
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El burdel estaba cerrado. La lluvia de hace dos semanas había provocado una inundación y las reparaciones todavía estaban en marcha. Así que decidió pasar sus días libres con sus amigas. Era eso o un hotel. Y en el hotel estaría sola con sus pensamientos.
Un poco después, lamentaba su decisión.
- ¡No quiero ir! – siseó, pero las demás mujeres la ignoraron descaradamente. El burdel estaba cerrado, pero Damián había decidido hacer una fiesta para sus amigos más íntimos. Y las chicas estaban invitadas. ¡Invitadas! No tenían que trabajar, solo divertirse. Pensó que tanto beber al fin le había fundido el cerebro y lo volvió loco.
- ¿Desde cuándo no sales a divertirte, eh? – preguntó Clara, saltando a su alrededor. Le habían dicho que no había nada malo en ir, que serían como un grupo de amigas que fue a una discoteca. ¡Solo que eso no era una maldita discoteca!
- ¿Desde nunca? – Clara hizo un ademán con la mano restándole importancia a sus palabras. Podía seguir protestando, pero Clara tenía más fuerza de voluntad que nadie que ella conoció. Era capaz de arrastrarla.
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- No he visto a Damián en años. – murmuró Francisco mientras seguía a Alejandro hacia la entrada de Diosas. Al final había tenido que irse con su hermano a casa, pero regresó lo antes posible. Había ido a casa de Alejandro para buscarla, pero él lo arrastró a una fiesta que había organizado Damián. Vamos a sufrir juntos, le había dicho.
Se sorprendió al ver que no había mucha gente. Veinte como máximo. Al parecer era verdad que Damián había decidido hacer una fiesta decente.
- Miren a quien he encontrado por ahí. – gritó Alejandro para hacerse escuchar por encima de la música. Varias cabezas voltearon a verlos.
Francisco se quedó paralizado. Damián perdió todo el color de su cara, parecía un cadáver. El vaso se deslizó de las manos de Isabella, rompiéndose en mil pedazos.
- ¡Bella! – la voz de Francisco estaba teñida de confusión. Isabella no tenía por qué estar ahí. ¡Demonios! No debía estar en ningún lugar cerca de ellos.
Escuchó risas a su alrededor y se esforzó a escuchar que decían. Una mano le apretó el hombro y el aliento de borracho lo golpeó de lleno.
- Ah, príncipe Villareal. – odiaba que lo llamaran así. Pocos de sus amigos tenían menos dinero que él, pero siempre fue blanco de su envidia. - ¡Te entiendo! - le dijo, como en confianza. Bien, porque él no entendía nada. – Es una que no se olvida fácil. – las palabras del borracho no tenían ningún sentido para él, pero al parecer sí para los demás, porque varios rieron, las mujeres jadearon y su hermana palideció.
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Editado: 22.08.2021