A. Alexa. Rescatados (#1 Santa Ana)

XVII

Los días pasaron volando. Estaba casi todo el tiempo con sus hermanos, poniéndose a día. Bueno, ella no tenía muchas cosas más para decir de las que ya les había contado, sin entrar en detalles desagradables. Pero se deleitó al escuchar historias de la Universidad de Francisco y de la Academia de Max.

Se sentía culpable porque a veces sentía que todo eso debió ser su vida también y que se lo habían robado. Pero después pensaba que ya habían perdido demasiado tiempo para que ella siguiera desperdiciándolo en rencores. Era consciente que esos sentimientos no se irán en mucho tiempo, pero estaba dispuesta a hacerlos de un lado y disfrutar del momento.

Todavía no había vuelto al trabajo. Extrañaba demasiado a Daniela y ya había hablado con ella varias veces. No le había contado la historia completa, no quería hacerlo por teléfono, pero le había dicho que había pasado algo que cambió su vida por completo y que necesitaba tiempo para ajustarse. Alejandro había contratado una enfermera a tiempo parcial para su hermana y aunque eso le parecía bien, porque no quería dejar a Daniela sin cuidados, le dolió darse cuenta de que ella era reemplazable en su vida.

De él no supo nada. Su hermano lo mencionaba a veces, le pareció una burla del destino que él fuera tan importante en la vida de Francisco. No había historia en la que no era un personaje. Cada vez que lo mencionaba, su corazón empezaba a latir como loco y ella rezaba para que no se le notara. Quería mantener sus sentimientos para sí misma.

- Entonces, ¿qué vas a hacer? – fulminó con la mirada a su hermano menor, ya estaba bastante confundida por sí misma sin que él le hiciera esa pregunta cada cinco minutos.

- ¿Me veo bien? – quiso desviar el tema y Max le siguió el juego, pero ella sabía que no iba a desistir. Era como un perro con un hueso cuando se fijaba en algo.

- Te ves hermosa. La más hermosa. – rodó los ojos, como si él le hubiera dicho si se veía mal. Estaba preparándose para la fiesta sorpresa que Francisco les estaba organizando. Bueno, era “sorpresa” solo de nombre, porque su hermano mayor había hecho tanto alboroto los últimos días que hasta las paredes parecían gritar “Francisco está organizando una fiesta para su cumpleaños”. Ellos le siguieron el juego, pero se estaba arreglando de todos modos, no quería aparecer viéndose como una vagabunda.

- Adulador. – le tiró un cojín, pero él lo atrapó antes de que hiciera impacto con su cuerpo.

Se tenían que ir el día siguiente. Max ya había tomado todos los días libres que le correspondían y Fran necesitaba regresar a la empresa familiar. También estaba el caso que aún no les habían contado nada a sus padres. Le parecía cruel, pero ella no estaba preparada para enfrentarlos. Ya era demasiado difícil retomar la relación con sus hermanos. En parte, tenía miedo. Era consciente que nada de lo que pasó era su culpa, que fue una víctima de las circunstancias y de un hombre demasiado ambicioso por su propio bien, pero debía reconocer que le daba miedo enfrentar a sus padres y que ellos sepan que hizo esos últimos años. Era estúpido, pero no podía hacer nada con ello.

Ellos esperaban que regresara con ellos. No había nada en ese pueblo que la retenía. Estaba el tema del trabajo, pero no sería ni la primera ni la última persona en renunciar. Lo único que la mantenía ahí eran sus sentimientos por un hombre prohibido, que ya tenía una familia y que seguramente solo la quería como una amiga. O tal vez ni siquiera eso. Eso no les podía decir a sus hermanos. Así que no tenía argumentos válidos para no ir con ellos.

Max se acercó y la abrazó por la espalda. Miró el reflejo de ambos en el espejo y entendió que aunque su mente aún procesaba las cosas, su corazón sería incapaz de dejarlo ir. De niña pensaba que estar cerca de Max era más importante que incluso respirar. Su conexión era demasiado fuerte. Por los años que estuvieron separados, luchó a diario para enterar esos sentimientos y anhelos, aprender a respirar por sí misma. Ahora que lo volvía a tener, estaba segura de que no podía dejarlo ir tan rápido. Pero, ¿podía hacerle sudar un poco más? ¡Sí!

- ¿Vamos? – le preguntó, dándole a entender que ya estaba lista. En realidad, no se había arreglado especialmente, un vestido veraniego ligero y unas sandalias altas, un poco de maquillaje y estaba lista.

- ¡Recuerda lucir sorprendida! – le recordó Max, antes de levantar la mano para tocar la puerta de la habitación de Francisco. Había mantenido su habitación, esa donde la trajo Alejandro varias noches atrás, solamente porque a veces necesitaba encerrarse sola y pensar sin la presencia abrumadora de sus hermanos.

No tuvo que fingir la sorpresa. Pensaba que Francisco estaba organizando algo para que hicieran ellos tres solos, pero ahí había gente. Sus amigos. Sus amigas de burdel: Marta, Clara y Alba estaban ahí con Valeria. Daniela y Érica también estaban y se preguntó como hizo su hermano para invitar a la segunda sin que le tirara algo a la cabeza. Y apoyado en la pared en una esquina, también estaba Alejandro.

¿Qué hacía él ahí? Justo había decidido irse con sus hermanos y tenía que verlo para que su mundo entero se sacudiera. Sus amigas corrieron a abrazarla entusiasmadas. Daniela se acercó con vacilación, le felicitó el cumpleaños y le entregó un paquete.

- Para que no te olvides de mí. – susurró para que solo ella lo escuchara.




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