A. Alexa. Rescatados (#1 Santa Ana)

XVIII

Alejandro se despertó cuando el sol brillaba ya alto en el cielo. Se había quedado dormido abrazado el suave cuerpo de Isabella y el placer era tal que no pensó en nada más. Ahora, ese color le faltaba y se sentó aturdido, buscándola con la mirada. En la habitación pudo apreciar solamente su ropa tirada a todas partes, pero no había otras señales que alguien había estado ahí con él. Se pasó una mano por el cabello, confundido.

Su celular empezó a sonar desde alguna parte y se levantó para buscarlo. Necesitaba ponerle un poco de sentido a su despertar. Para cuando lo encontró, quienquiera que lo llamaba había colgado y se quedó viendo una docena de mensajes perdidos y unos cuantos mensajes. Abrió el de Daniela primero, era el que más le importaba. Su hermana le decía como todos estaban muy tristes porque le había salido un inconveniente en las oficinas y no pudiera regresar a la fiesta, pero que uno de los hermanos las llevaría a casa. Frunció el ceño. Luego recordó, mortificado, que había abandonado la fiesta para ir tras Isabella y que no había vuelto. Su hermana le estaba dando una excusa para su desaparición.

Los demás mensajes y llamadas no tenían importancia. Eran de su madre y su esposa. Las ignoró y se dispuso a llamar a Daniela, que era la que lo estaba llamando antes. Su hermana respondió a primer tono:

- ¿Por qué no contestabas? – le preguntó sin esperar que hablara siquiera.

- ¿Por qué me llamabas? – le preguntó en respuesta y casi pudo sentir que rodaba los ojos. Su hermana se había convertido en una atrevida últimamente, no sabía si eso le gustaba tanto.

- Ya está pasado el mediodía y hasta yo me preocupé de que no dieras señales de vida. - ¿era tan tarde? Alejandro buscó un reloj con desesperación, pero no había nada en la habitación.

- Sí, sí. Ya estoy por regresar. – en realidad, primero pensaba en ir a buscar a Isabella, pero no se lo iba a decir a su hermana. Presentía que ella había unido los puntos y que para ese momento sabía lo que pasaba entre él y su doctora, pero no se sentía cómodo hablando con ella por eso.

- Me alegro de que al menos pudieron despedirse. – las palabras de su hermana fueron como puñales en su corazón, ¿ella no quería decir…?

- Sí. Bueno, no. ­– estaba hecho un tonto que no podía hablar normalmente.

- Ella me pareció muy feliz esta mañana cuando nos despedimos. Creo que le va a hacer bien regresar con su familia. – Daniela siguió parloteando, pero él ya no la escuchaba.

¡Se había ido! Sin decirle nada, se escabulló de la cama que compartieron la noche entera y se fue. Tal vez era lo mejor. Él le había dado todo lo que tenía y ella lo había tomado. Y ahora era tiempo de empezar una nueva vida para ella y regresar a la suya para él. Él sabía que no podía durar para siempre. Que el tiempo que tenían era robado. Pero, ¡maldita sea, dolía muchísimo!

Se puso la ropa y salió de ahí como el alma que lleva el diablo. No podía soportar estar en ese lugar un segundo más. Estaba tan ensimismado que no se fijó que la recepcionista estaba ondeando algo en su dirección o que le dio el objeto al botones que lo persiguió hasta el aparcamiento. Entró en el auto y salió disparado, dejando al pobre muchacho luchando para recuperar la respiración.

✨✨✨

Daniela había observado a su hermano por días. Se veía miserable. Incluso más que cuándo estuvo a punto de contraer matrimonio con la bruja que ahora ostentaba el título de su esposa. Suponía que era porque en ese momento sabía que estaba renunciando a algo, pero no tenía en claro el que. Ahora había encontrado el que, así que eso lo hacía más difícil.

Iba a trabajar temprano por las mañanas y regresaba tarde por la noche. Después se encerraba por horas en su despacho y Daniela sentía que entraba en su habitación de madrugada. No le prestaba atención a nada más que a sus obligaciones profesionales y las pocas veces que interactuaba con la familia, terminaba en una pelea.

Podía decirse que era la única que tenía aunque un mínimo de contacto con él. Y solamente porque era testaruda y no se iba a dejar por vencida. Iba cada día a su oficina para llevarle el almuerzo y para que comieran juntos. Terminaban comiendo en silencio, porque ignoraba todos sus intentos de entablar una conversación. Ella se contentaba con al menos pasar el tiempo con él, no le importaba si le gruñía como un perro rabioso. Pero no podía seguir así por mucho más tiempo, necesitaba a su hermano de vuelta. Recordó que en una ocasión pensó que estaría dispuesta a arriesgarse a un corazón roto con tal de sentir el amor, pero viendo a su hermano, no estaba tan segura de eso.

- ¿Entonces, como está la gran ciudad? – estaba hablando con Isabella, se habían mantenido en contacto por mensajes de texto, era la primera vez que la llamaba. Su amiga le había dicho que podían hablar, pero si ella le prometía que el tema de su hermano nunca sería tocado. A regañadientes, Daniela aceptó.

- Más o menos como cuando la deje. Digo, la ciudad está bastante cambiada, pero la sensación es la misma. – Dani sonrió al escuchar a su amiga, si no fuera porque Alejandro estaba miserable, celebraría que haya vuelto con los suyos.

- Me alegro de que estés feliz.

- Bueno, lo soy. Aunque no es muy fácil, ¿sabes? Siento que al primer paso en falso que dé, voy a despertar y volver a estar en el burdel. Además, no les he contado todo a mis padres y me hace sentir como una mentirosa. Pero, Dani, ¿cómo les dices a tus padres que fuiste una prostituta por diez años?




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