A. Alexa. Rescatados (#1 Santa Ana)

XX

El apartamento le gustaba. Era espacioso, con suficientes habitaciones para acomodarlos a todos y estaba muy luminoso. Además, se encontraba en el centro del pueblo, cerca del hospital y de la escuela de Valeria. El que iba a tener que viajar hasta el restaurante que se había empeñado en llevar él mismo, sería Francisco, pero eso a su hermano no le importaba.

Se asomó por la ventana y miró la plaza principal que se extendía frente a sus ojos. Había cambiado en tres años, esto estaba por seguro. El pueblo entero estaba cambiando.

Años atrás, Isabella se había preguntado porque no luchaban por más autonomía, por ser una ciudad con todas las letras. En Santa Ana existían franquicias de cada institución necesaria para el funcionamiento independiente, pero a los presidentes municipales de esos años eso no les importaba. Ellos habían disfrutado con la idea de ser un pueblo que tenía toda la independencia que necesitaba a la vez que su nombre se relacionaba directamente con la capital. Eso les daba cierto prestigio que les importaba más que el bienestar de sus ciudadanos.

Desde hace un par de años, las corrientes políticas estaban cambiando. Con la toma de poder de un nuevo partido, los altos rangos de la capital estaban resueltos a convertir el pueblo en una extensión más del mismo. Para la gente normal podía parecer que nada cambiaria. Seguirán teniendo su hospital, sus escuelas, sus centros administrativos. Pero quienes se atrevían a dar una mirada más profunda, se darían cuenta de que cada institución estaba ahora directamente subyugada a la institución central de la capital, a tal punto que no se podía sacar el más simple documento sin su visto bueno. Con todo eso, la caja de la municipalidad también se había trasladado a la capital, siendo ahora ellos los que gestionaban el presupuesto del mismo.

Lo dicho, para quienes veían solo la superficie, el cambio estaba bien. Para los otros se notaban las fisuras en el sistema y se podía advertir quien saldría perdiendo.

Uno de los cambios proporcionados por el cambio era lo que la trajo de regreso al lugar donde pensó no regresar nunca. El hospital del pueblo (que en los últimos años había sufrido unos cuantos golpes duros a nivel económico y de personal) había caído bajo el ala del hospital donde ella era jefe de cardiología y los directivos le habían hecho la propuesta de trasladarse y asumir el mando ahí. Era un cambio grande y atemorizante, pero también un gran desafío y un saltó enorme en su carrera.

Había pasado una semana entera sin dormir sopesando la decisión. Francisco se iba a trasladar en esa misma época, porque había decidido encargarse personalmente del proyecto que estaban desarrollando junto a los hoteles Montenegro, pero ella tenía la sensación de que había más en ese cuento. Le agregaba a eso el temor constante de que los padres verdaderos de las gemelas regresen a sus vidas y aunque sabía que no podía hacer mucho para protegerlas, sacarlas de la capital y de la línea directa de fuego en caso eso ocurriera le parecía una buena idea. Y Valeria le había dicho inmediatamente que ella encantada volvería ahí, que con sus traumas le sería más fácil vivir una vida normal en un entorno menos caótico que el de la gran ciudad.

Así: su hermano iba a vivir ahí, para sus hijas era mejor tomar distancia y alejarse del posible peligro y su hija mayor estaba que saltaba de felicidad ante la idea.

La única pregunta restaba: ¿estaba ella capaz de enfrentar su pasado?

La aterraba la idea, pero ella nunca fue una cobarde. Así que a cabo de una semana, había dado su respuesta positiva, había formado un grupo de profesionistas capaces y dispuestos a trasladarse para ocupar las sillas principales de la junta médica y estaba lista para emprender un nuevo desafío personal y profesional.

✨✨✨

Valeria observaba su habitación e Isabella se removía incomoda a su lado. Francisco le había dicho que el departamento estaba completamente acomodado, pero ella no estaba viéndolo. En la habitación de la adolescente había solo una cama, una mesa y un armario. Las cosas eran nuevas y bonitas, pero todo le parecía demasiado… poco.

- ¿Les gusta? – les preguntó Francisco con una mueca extraña y ella pensó en que había que gustarles ahí.

- Eh… sí. – él parecía entusiasmado y Valeria sería incapaz de arruinar su felicidad. Además, ella había vivido en cuartos sucios y malolientes, ese era el cuarto de una princesa a comparación. Pero Isabella le había contado de su nuevo cuarto y de las decoraciones y de todas esas cosas que fascinaban a las mujeres y ahora se sentía un poco… decepcionada.

- ¿Nos robaron y no nos dimos cuenta? – preguntó a su hermano y él le devolvió la mirada, confundido. Después pareció entender a qué se refería y se golpeó la frente con una mano.

- Por Dios, Isabella, no soy idiota. Pensé que le gustaría decorar su habitación ella misma. En casa cayó en tu habitación y ya no logró salir. – miró a Valeria, quien tenía un brillo extraño en sus ojos. Rezó que no fueran lágrimas. – Compré solo lo necesario para que puedas funcionar, pero lo demás quise que lo eligieras tú. Si no quieres, me puedo encargar ahora mismo de arreglarlo.

Supuso que tener sus brazos envueltos a su alrededor quería decir que no necesitaba arreglar nada. Ella se quedó pegada a él por un largo rato y su hermana salió después de darle una palmada en el hombro. Ella si parecía a punto de llorar.




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