Dos años y medio después de partida de Isabella
Sus hermanos rara vez se ponían de acuerdo. Podía contar esas veces con los dedos de una mano. Cinco en el momento presente.
Los fulminó con la mirada, mientras ellos se ahogaban en la risa. Decidió ignorarlos y volvió la mirada a su padre, quien la miraba con diversión.
- No es tan malo. – se defendió y los idiotas rieron más fuerte.
- Cariño, ha sucedido cinco veces en medio año. Y ya tienes a Val y a las gemelas. ¡No puedes salvar a todos los niños por tu cuenta! – le explicó usando la voz que había usado cuando tenía cinco años y hacía algún berrinche.
- Pero no puedo simplemente ignorarlo. – gritó exasperada. Las risas aumentaron. ¡Cállense ya! – pararon por un segundo, para volver a estallar en carcajadas aún más estruendosas. ¡Idiotas!
Había atendido cinco niños más que estaban en condiciones similares a las dos niñas que ahora llamaba hijas y se había involucrado en sus casos tan profundamente que estaba volviendo loca a la trabajadora social. Por eso su padre la había llamado para informarle que había formado una fundación para niños abusados y estaba en proceso de construir una casa refugio que iba a proporcionarles techo y comida y uno que otro pequeño placer de la vida.
La intención de su padre era buena y la idea le encantaba. Pero empezar la conversación diciendo que se sentía como cuándo veinte años atrás le explicaba que no iba a poder traer a cada cachorro que encontrara en la calle y ella le respondió que si ellos no podían vivir con ella, entonces ella iría a vivir con ellos y se dirigió a paso digno hacia la puerta, no era la mejor manera.
Como mínimo, había provocado que sus hermanos rieran sin parar por veinte minutos, sus risas interrumpidas solamente por tirar algún comentario y volver a reír como poseídos.
- Por eso creo que esta es la mejor opción. Además, Carla (la pobre mujer que tenía la desgracia de llevar esos casos) me pareció muy entusiasmada con la idea de llevar el proyecto. Ella también quiere ayudar a esos niños, pero las vías legales no son las más fáciles para manejar.
Isabella asintió. No había nada para refutar. Su padre estaba desprendiendo una gran parte de su fortuna para financiar el proyecto y ella se sentía orgullosa de él. Tal vez sí podía hacer algo para hacer del mundo un lugar un poquito mejor.
✨✨✨
- ¿Entonces, crees que no habrá problemas? – Isabella sonrío mientras se ponía el lápiz labial. – Digo, porque yo pensé que iba a llamarme antes del fin de semana, pero no. Así que no sé qué hacer, porque yo me siento bien, pero nunca se sabe, ¿verdad?
- Estoy segura. – se apresuró a responder cuando la otra mujer hizo una pausa, porque si no seguiría hablando hasta el fin de tiempos. A pesar de su timidez, cuando Daniela se ponía a hablar, difícilmente se callaba.
- Bien. Porque no quiero convertirme en la sensación de la noche. – respondió con un tono lastimero e Isa hizo una mueca.
Teo le había dicho que los resultados estaban tardando demasiado en regresar de la capital y estaba preocupada porque su amiga continuara sin tomar los medicamentos, pero él le había asegurado que ella estaría bien. Además, le dijo que cómo ambos iban a estar en la fiesta, no veía porque la chica no podía asistir. Claro, eso no se lo podía decir a Daniela, porque la preocuparía sin razón, pero hizo una nota mental para estar prevenida.
- ¡Daniela, puedes apurarte, por el amor de Dios, que vamos a llegar tarde! – se escuchó la voz estridente de la señora Carolina y Daniela se apresuró a terminar la llamada. Aún faltaban horas para que empiece el evento, pero su madre se había puesto en modo histérico y volvía locos a todos en la casa.
- ¡Ya voy, mamá! – gritó de vuelta y rezó para que la mujer la dejara en paz por unos minutos.
- Érica, ¿al final vas a ir a la fiesta, sí o no? – se escuchó de nuevo la voz de su madre y Daniela sonrió a su reflejo. Su prima parecía ser la próxima víctima.
- Alejandro… - Carolina se calló al ver a su hijo mayor bajar con su hija en brazos. No podía llamarla nieta, no después de saber que no llevaba su sangre. Pero se esforzaba en que la niña no se diera cuenta de su rechazo, porque eso provocaría una brecha irreparable entre su hijo y ella. Solo le quedaba esperar que Alejando entienda que era una locura criar a una niña que no era suya. O que volviera con su madre, así al menos la gente no tendría nada de que hablar.
- Estamos aquí. – dijo y se sentó con la niña en el sofá grande. Lo observó mientras jugueteaba con ella, sin lograr a comprender su encaprichamiento.
Alejandro estaba ansioso. Incluso más que su madre, pero lo ocultaba mejor. Quería verla desesperadamente. El encuentro de una semana atrás, en el supermercado le parecía un avance de una película y él quería ver la película completa. No podía dejar pasar la noche sin hablar con ella. Necesitaba decirle todo. Necesitaba pedirle perdón por ser un cobarde y no ir a verla hacia tiempo, por esperar que ella volviera. Quería explicarle que se sentía un error aparecer en su vida sin más y alborotarla. Quería decirle muchas cosas, pero tenía miedo que fuera demasiado tarde. Que ella hubiera seguido con su vida y ya no sintiera lo mismo por él. El amor era una perra.
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Editado: 22.08.2021