A. Alexa. Rescatados (#1 Santa Ana)

XXIV

Ángela no durmió en toda la noche. Alejandro supuso que tal vez la fiesta fue demasiado para su corta edad y se arrepentía de haberla traído. Pero, ahora no podía hacer más que acompañarla en su insomnio y tratar de mantenerla entretenida.

Daban las siete de la mañana cuando por fin se cayó rendida. Parecía muy tranquila y eso le dio esperanzas de que esta vez su sueño no fuera a ser interrumpido. Se acostó a su lado tratando de conseguir un poco de sueño el mismo y agradeció la decisión de Francisco de que el desayuno se sirviera a las once de la mañana. Su amigo había dicho que todos iban a ser muy cansados por la fiesta y querrán dormir. Alejandro sabía de una persona así.

Le pareció que pasaron segundos cuando unos golpes en la puerta lo despertaron. El reloj sobre la mesa lo sacó de su error, había pasado una hora. Todavía demasiado temprano para visitas. Se levantó a regañadientes, pensando que tal vez fuese una emergencia y caminó hasta la puerta para abrirla. Al instante se encontró de cara con un papel blanco que le hizo fruncir el ceño. Le tomó unos instantes salir de su confusión y entender que pasaba, así que tomó el papel, que resultó no ser un papel, sino una carpeta demasiado conocida, y lo bajó para ver el rostro de la mujer que estaba en su puerta.

Lucía nerviosa y pasaba su peso de un pie al otro. No entendía que hacía ahí, pero la esperanza empezó a florecer dentro de él. Isabella miraba hacia cualquier parte menos a él y se removía incómoda.

- ¿Puedo pasar? – preguntó finalmente, su voz apenas un susurro. Alejandro asintió y se hizo a un lado para dejarla entrar en la habitación. La expresión en su cara le dijo que sabía dónde se encontraban. Desde hacía tres años esa habitación en particular no tuvo otro huésped que no fuera el mismo, no se sentía capaz de imaginar a otras personas en ese espacio que había reclamado como suyo.

Isabella miró a través de la habitación y casi soltó un suspiro de alivio al ver que no había nadie más. Venir ahí fue un impulso del que se arrepintió después, pero en ese momento ya estaba delante de su puerta. El pequeño bulto que se entreveía entre las sabanas le hizo sonreír y volteó para regresar al pequeño antesala, no quería despertar a la niña.

Alejandro seguía ahí y la miraba con confusión, la carpeta aun en sus manos. ¡La bendita carpeta!

- Eso… - dijo, señalando el pedazo de papel que no le había permitido dormir esa noche – no me interesa. ¿Vale? Si tienes que decirme algo, vas a decírmelo de frente, en la cara. No puedes venir y dejarme un papel como si estuvieses haciendo un negocio.

- No quisiste escucharme, ¿recuerdas? – ella asintió a regañadientes, no podía permitirle que echase por tierra su discurso, lo había ensayado muy bien. - ¿No lo leíste? – preguntó y ella lo fulminó con la mirada.

- Te dije que no quiero leer nada. Dime lo que tienes para decirme y terminemos con esto.

Alejandro dejó la carpeta en la mesita del pasillo y se sentó en el sofá que estaba ahí. Le hizo una seña para que lo imitara, pero Isabella permaneció de pie, mirándolo fijamente. No sabía cómo sentirse por el hecho de que no hubiera querido leer lo que le había dejado, a él le pareció un método frío e impersonal, como un negocio (bien lo había dicho ella) pero después de su negativa y sus palabras en el jardín, le pareció la mejor opción.

- No es mía. – soltó de repente, perdiendo la mirada ahí donde descansaba la niña que no tenía ni una gota de sangre suya, pero a la cual amaba más que a sí mismo. Isabella no entendió de inmediato, hasta que se atrevió a seguir la mirada de él. – No es mi hija. – aclaró.

- ¿Cómo? – preguntó con un hilo de voz, sentándose en el mismo sofá, pero lo más alejada de él.

- Había estado con otro mientras salíamos. Un tipo pobre, sin un apellido importante. Sus palabras, no las mías. – aclaró con amargura. – Cuando nosotros terminamos, siguió con él. Pero cuando se dio cuenta de que estaba embarazada, yo era un padre mucho más… - calló un momento, buscando la palabra. – preferible. Yo sí tenía un apellido, tenía dinero, era el candidato perfecto.

Isabella permaneció en silencio, sin saber qué decirle. Ella sabía lo mucho que había querido a su hijo no nacido, era lo único que lo mantenía cuerdo en esos tiempos, no quería imaginarse el golpe que fue para él enterarse de que no era suyo.

- Un día el tipo apareció, buscando más dinero. Le había pagado para que renunciara a su hija. ¿Entiendes? Vendió una vida a lado de ese ser hermoso por unos cuantos dólares. – ella entendía. Ella misma veía las marcas de la crueldad humana en los cuerpos de sus propias hijas.

>> La amé desde el primer instante que la vi. Era tan pequeña, tan perfecta. Y después, durante mucho tiempo, ella fue mía. Yo era su papá, quien le daba de comer, quien la arrullaba por las noches cuando no podía dormir. Y un día, así sin más, ya no lo era. Ella no era mi hija y me la iban a quitar.

Isa tenía ganas de acercarse, de consolarlo. También conocía el miedo de perder a tus hijos, ella vivía con él constantemente y mucho se temía que si Max no lograba hacer nada, ese miedo iba a quedarse con ella para siempre. Pero, no se atrevió. Alejandro parecía perdido en el pasado y ella no quería interrumpirlo, sacarlo de ahí. No sabía a donde los llevaría ese relato, pero iba a quedarse hasta el final, no iba a huir esa vez.




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