A. Alexa. Rescatados (#1 Santa Ana)

XXVI

- ¡Las extrañé tanto! – exclamó Isabella mientras se perdía en los abrazos de sus mejores amigas. Había deseado verlas desde que llegó, pero con tantas cosas que hacer, recién había encontrado tiempo. Era domingo por la noche, regresó a la casa con las niñas y Valeria en la tarde, mientras sus padres y Francisco se quedaban en el hotel. Sus padres iban a dormir ahí hasta que se fueran de la ciudad, ella quería que fueran al apartamento, pero no querían apretarse.

- Y yo que pensé que nos habías olvidado. – dijo Clara en broma, mientras se adentraba en el lugar y observaba todo a su alrededor. Las otras dos mujeres la siguieron, pero su interés fue más disimulado.

- Como si eso fuera posible contigo llamándome cada día. – replicó Isabella y la otra mujer rio.

Fueron meses antes de que se atreviera contactar con sus amigas, sus heridas fueron muy recientes y necesitaba sanarlas. Pero después de atreverse, no pasaba día que no hablara con al menos una de ellas, o a veces con las tres al mismo tiempo. No se habían visto en tres años, pero no habían perdido el contacto.

- Que lindo es tu departamento. – le dijo Alba, mientras se sentaba en el sofá de dos plazas que estaba en la sala de estar. Isabella agradeció y se fue a buscar algo para beber. Trajo jugo también, para Valeria quien dijo que se les uniría apenas las gemelas cayeran dormidas. No se sentía muy cómoda dándole tantas responsabilidades a una adolescente, Valeria tenía que vivir su vida y ser feliz, pero desde la vez anterior, no se atrevía a decirle nada.

- Lo eligió Fran. A mí con que tuviera una mesa para comer y una cama para dormir me basta. – les dijo desde la cocina y le pareció escuchar un bufido de parte de Clara.

Hizo maniobras para traer una botella de vino y copas para las cuatro, acompañando con algo para comer y se sentó junto a ellas. Se sentía bien, como en los viejos tiempos, pero mejor.

- Así que, ¿Qué me cuentan? – las mujeres hicieron una mueca de disgusto y ella se preparó para malas noticias. No quería saber nada de su antiguo jefe, pero a lo largo de los años sus amigas dejaron caer algún comentario sobre la situación en el burdel y sabía que las cosas no iban tan bien.

- ¿Segura que quieres saber? – le preguntó Marta, la más cautelosa de las tres y la que siempre trataba de protegerla. Isabella asintió.

- Es un desastre. – la que habló fue Clara e Isa lo agradeció en silencio. Clara era demasiado franca, no le ocultaría nada. – Casi no lo vemos, está siempre encerrado en su despacho, bebiendo como si se fuera a acabar el mundo. Cuando no está ahí, sabemos que está en alguno de esos antros perdiendo el dinero que no tiene. – suspiró y tomó aire para seguir hablando. – Ya no hay bailes, Isa, nos quitó esas pocas cosas que nos hacían sentir mejor. Sabes, cuando bailaba podía decirme que era una bailarina artística, famosa, pero ahora eso se fue.

Isabella entendió a su amiga. Si bien ella nunca deseó participar en esas cosas, sabía que las demás chicas encontraban un consuelo en las actividades previas: bailar, beber con los clientes, a veces hasta platicar con ellos les daba una pequeña ventana de posibilidades, podían imaginar que no eran putas que se acostaban con ellos por dinero.

- Ahora solamente vienen, terminan lo suyo y se van. – siguió Alba y una lágrima se deslizó por su mejilla. – Maldita sea, hasta nos prohibió beber a nosotras. No hay dinero, así que lo que hay es para los clientes. ¿Y sabes lo que es ser completamente consciente de todo lo que pasa a tu alrededor? ¡Claro que lo sabes! Antes al menos podía emborracharme hasta perder el sentido y no me importaba tanto.

Dicho eso, se sirvió su segunda copa de vino y la tomó de un trago. Isabella hizo una mueca con solo mirarla. Sentía pena por esas mujeres que tanto quería. Ninguna de ellas había querido ese trabajo, pero las circunstancias las llevaron a ese punto…

- Lo peor de todo es que se está endeudando con todo el mundo. – finalizó Marta, sacando a Isabella de los recuerdos. – Ya hay varias personas que vienen a nosotros para cobrar sus deudas. No recuerdo la última vez que vimos un peso de nuestro trabajo.

- ¡Dios! Sabía que estaba mal, pero eso es terrible. ­­– susurró - ¿Necesitan dinero? Cualquier cosa que pueda hacer para ayudarlas, solo díganme, por favor.

Las mujeres le sonrieron negando con la cabeza. No le sorprendió. Nunca tomarían nada de ella, pero Isa se dijo que iba a buscar la manera de ayudarles.

La conversación se interrumpió por la llegada de Valeria. Las chicas se saludaron y pudo ver que también la niña se sentía feliz de verlas. Ellas fueron importantes en su vida también.

- Lástima que no pudimos conocer a las otras dos. – se lamentó Clara.

- Estaban rendidas, lo siento. – se disculpó. – Pero, voy a llevarlas el fin de semana a la feria, ¿quieren venir con nosotras?

- ¡Claro! – exclamaron las tres a unísono. – Ahora… - volvió a hablar Clara - ¿Qué nos cuentas tú?

Tres horas más tarde y segunda botella de vino acabada, Isabella les había contado de su vida en la capital con detalles, no versiones resumidas que les contaba por teléfono. También se aventuró a hablarles de los sucesos de esa mañana y de la cita que tenía a la mañana siguiente. Con ellas no sentía las reservas que todavía sentía alrededor de otras personas, la habían visto en sus peores momentos y nunca la juzgaron.




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