A. Alexa. Rescatados (#1 Santa Ana)

XXVII

- Hola. – Alejandro saludó a su novia con un beso en la mejilla e Isa se movió a un lado para dejarlo pasar.

Llevaban saliendo tres días y ya no podía recordar el tiempo en el que no estuviera en su vida. Esos días se habían visto constantemente, en el parque, el hotel, su casa. Nunca en público, no por falta de ganas de parte de Alejandro, sino por el miedo que se apoderaba de ella, ahogándola al solo pensar en hacer pública su relación.

- Fran está aquí. Las niñas están con mi mamá. – dijo cuándo le preguntó por su familia.

- Francisco ya se va. – dijo este, saliendo de su habitación y encaminándose hacia la puerta. Saludó a Alejandro y se despidió de Isa con un beso.

- Bueno, al parecer estamos solos. – sonrió ella cuando su hermano salió del apartamento.

- Entonces te puedo saludar como se debe. – dijo atrayéndola a su cuerpo y cubriendo su boca con la suya. Isabella se apoyó en él, poniendo las manos en sus hombros y se dejó llevar por las emociones que le provocaba el estar cerca de él. El beso se prolongó demasiado, cuándo se separaron ambos estuvieron jadeantes. Isa lo tomó de la mano, conduciéndolo hacia el sofá y se sentaron.

Alejandro acortó la distancia que ella puso inmediatamente, sin soportar tenerla lejos. Los últimos días fueron un sueño, pero siempre se quedaba con ganas de más. Quería todo de ella y todo lo demás le parecía poco.

- Si hubieras avisado antes que venías, habría preparado algo para cenar. – le reprochó después, cuando estaban sentados en la encimera de la cocina, con ella hurgando en la alacena en busca de algo para comer.

- Si hubiera avisado antes, no sería una sorpresa, amor. – replicó y rio al escuchar el ruido de cacerolas cayéndose al piso. Isabella giró hacia él, fulminándolo con la mirada, lo que provocó que riera más fuerte.

En el parque le había dicho cariño y ella se sonrojó, incapaz de responderle por largos minutos. Al principio pensó que la había ofendido o traído malos recuerdos, pero ella después le aseguró que no era así, solamente que no estaba acostumbrada a apelativos cariñosos. Así que tomaba cada oportunidad para llamarla así, disfrutando de su sonrojo o reacciones como la que estaba teniendo en ese momento.

- Bueno, te toca comer los restos de la comida, ¡sorpresa! – espetó, pero se dispuso a sacar los ingredientes para hacer una cena sencilla y rápida. ¡Cómo si pudiera haber restos de una comida viviendo con Francisco!

Alejandro se levantó de la silla en la que estaba sentando, arremangando su camisa.

- ¿Qué haces? – le preguntó cuándo lo vio tomar un cuchillo y un tomate, empezando a picarlos.

- Te voy a ayudar.

- No es necesario.

- Lo quiero hacer.

- Eres mi invitado. – bufó, aunque en el fondo estaba encantada con el gesto. Claro que no se lo iba a confesar.

- Hemos dicho que vamos a compartirlo todos y eso estoy haciendo. Compartiendo. – le explicó y ella decidió dejar el tema. Además, estaba muriendo de hambre y con ayuda terminaría más rápido y podrá comer pronto.

- Vale.

Pasaron los siguientes cuarenta minutos envueltos en un silencio cómodo, cocinando y poniendo la mesa. Isabella estaba tan hambrienta para cuándo terminaron que se olvidó de modales y se dispuso a comer como si estuviera sola. Alejandro sonrió al verla comer con tantas ganas, pero no dijo nada.

Al terminar de comer no le permitió ayudar con los platos, quería aprovechar el tiempo que tenían para estar solos. Francisco no había especificado cuando volvería, y Alejandro tenía una hija en casa, así que seguro no podía quedarse hasta muy tarde.

- Quiero preguntarte algo. – le dijo él cuándo estuvieron sentados en el sofá, pretendiendo ver una película.

- Dime. – puso pausa y giró para encararlo. Estaba sentada en su regazo, así que el movimiento hizo que sus caras casi se tocaran.

- Quiero invitarte a salir. A comer, a cenar, donde tú quieras. Pero quiero salir contigo. – observó como la expresión de la mujer cambiaba y se preparó para una negativa. Le había prometido paciencia e iba a cumplir esa promesa, pero eso no quería decir que no lo intentaría de vez en cuando.

Isabella tragó saliva, sorprendida por la pregunta. Pero no debió serlo, ella misma había pensado sobre eso todo el día. Ella misma pensó en preguntárselo, solo que todavía no se había animado.

- ¿Me estás pidiendo una cita, Alejandro? – preguntó, simplemente para ganar tiempo y tranquilizar su corazón. No necesitaba actuar como una loca delante de él.

- Sí.

- ¿Cuándo?

- ¿Mañana? – Isabella hizo una mueca.

- ¿El domingo? ­ - preguntó en respuesta y él asintió.

- ¿Estás ocupada antes o estás alargando el momento? – preguntó después de unos minutos, cuándo Isabella ya había vuelto a poner la película.




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