A. Alexa. Rescatados (#1 Santa Ana)

XXXIII

Max leyó y releyó el mensaje de Fran, debatiéndose entre sentirse aliviado porque su hermana seguía viva o deprimirse porque la prognosis no estaba muy buena. Dejó el celular al ver que se le acercaba el jefe de comisaria, un hombre ya entrado en años que, a los ojos de Max, debería estar ya en pensión. El hombre lo miró mal, irritado por su intromisión en su caso, pero sabía que no podía hacer nada.

Los policías de la ciudad se creían superiores y aquel detective había usado todas sus influencias para conseguir la información.

- Estábamos esperando los resultados forenses. – dijo a modo de explicación al ver lo impaciente que era su interlocutor. Max asintió instándole a que prosiguiera, pero el hombre calló por unos instantes. Aunque no le caía bien, sabía que la víctima era su hermana y lo que estaba a punto de decirle no era fácil.

- ¿Y bien? – preguntó finalmente, al ver que el hombre mayor no pensaba seguir en un futuro cercano.

- Todavía les quedan cosas por procesar. – empezó. – Pero, el freno no funcionaba. Y el airbag tampoco. – Max entendió sin necesidad de que lo dijera, pero él pensó que lo mejor era confirmárselo, para evitar malentendidos. – Tenemos que esperar los resultados de todos los análisis pendientes, pero estamos tratando el caso como un intento de homicidio. – Max se sentó en la silla que estaba más cercana, ignorando la mirada del hombre.

Estaba entrenado para no perder la compostura, pero en esos momentos no era un detective de policía, era el hermano de la mujer que, por cómo se veían las cosas, alguien odiaba lo suficiente para intentar matarla.

- ¿Tienen alguna pista? – preguntó después y el jefe se resignó al hecho de tener que soportar al joven por el resto de investigación. Podía quejarse y darle largas, pero eso no haría ningún bien para su caso y podría poner a un asesino en libertad.

- Vamos a empezar con las interrogaciones lo antes posible. Usted sabe… - vaciló un poco, pero en esos casos no había lugar para sutilezas. – Su hermana no es muy querida aquí, por lo que esperó que la lista de sospechosos podría ser más grande de lo que nos gustaría.

Max negó con la cabeza, la idea no cerrándole de todo.

- Si fue por su antiguo trabajo, lo habrían hecho cuando vivía y trabajaba aquí, ¿no cree? – el otro hombre asintió, viendo que su teoría no era muy sólida desde ese punto de vista. – Aunque no digo que lo debamos descartar. – aclaró, pensando en Damián y en la familia de Alejandro, los únicos perjudicados por el regreso de Isabella. – También hay gente que fue despedida del hospital después de que ella tomara las riendas. Imaginó que unos cuantos serán resentidos. – se aclaró la garganta, el hombre tenía razón, la lista no era para nada corta. - ¿Hay algún lugar donde podamos hablar a solas? – preguntó finalmente. – Hay algo que quiero comentarle, puesto que es su caso. Pero es confidencial, no puede saberlo nadie más.

El jefe asintió, indicándole que pasara a su despacho. Lo que oyó a continuación no le gustó. La sola posibilidad de las pandillas en Santa Ana hacía que se le retorcieran las entrañas. Nunca tuvieron problemas de ese tipo y por muy orgulloso que fuera, sabía que su departamento no tenía posibilidad si se veía involucrado en una investigación del crimen organizado.

✨✨✨

Cassandra estaba entregada por completo a la película que estaba viendo. Carla suspiró, era pasada la medianoche, pero las niñas se negaban a dormir. Y ella no tenía corazón de obligarlas.

Alessandra estaba sentada en un sillón, pero no estaba viendo la película. Estaba metida en sus pensamientos infantiles, deshilachando distraídamente su vestido color azul. Pensó que se veía más grande que sus cinco años. Y sabía que había vivido más experiencias que algunas personas de veinte. Eso le dolía en el alma. Por esa mirada perdida ella había decidido meterse en la boca de lobo y terminó secuestrada. Viéndola ahora, el intento había valido la pena.

Se acercó a ella y se apoyó en el reposabrazos, sin estar segura de cómo empezar una conversación.

- ¿Viniste para llevarnos de aquí? – la voz de la niña interrumpió su debate interno y le frunció el ceño. No entendía del todo la pregunta.

- ¿Por qué piensas eso? – le preguntó y Alessandra se encogió de hombros. La otra niña había dejado de ver la película y ella también miraba a Carla expectante.

- Mamá se fue esta mañana y dijo que nos quedaríamos con Val. Pero ella también se fue y ninguna ha regresado. Y tío Fran tampoco vino. – Carla intentó seguir el razonamiento de la niña, pero sin mucho éxito. Tal vez los golpes recibidos le habían afectado el cerebro de manera irremediable. - ¿Se cansaron de nosotras? ¿Ya no nos quieren? – preguntó, su labio inferior temblando pero negándose a llorar.

Carla miró de una a otra y apartó un poco el cuerpecito de Alessandra para sentarse a su lado. Hizo un gesto para que Cas se acercara igual, lo que la niña obedeció inmediatamente.

- Claro que las quieren. – empezó, pero rápidamente se dio cuenta de que no tenía ni idea que decirles. ¿No podía decirles de golpe que su mamá estaba hospitalizada? Además, nadie le avisaba nada desde hacía horas, por lo que ni ella misma tenía toda la información. – Su mamá nunca las dejaría. Solamente, ella ahorita no puede estar aquí con ustedes, por eso me pidió que viniera yo. – las niñas la miraron con lágrimas en los ojos y se maldijo por ser una inepta. Y se suponía que los niños eran su especialidad. – Vamos a ver, no las voy a llevar a ninguna parte. – enfatizó. – Y tío Fran y tío Max y Val van a venir por aquí, a verlas. ¿Vale? – ambas asintieron y Carla se sintió un poco mejor. – Y en cuanto pueda, mama también va a venir. – lo esperaba del corazón. – O nosotros iremos a verla a ella. Ya nos pondremos de acuerdo.




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