Alejandro cumplió su promesa. Todos los días pasaba por el hospital, esperando su momento para verla. Le hablaba de lo que pasaba ahí afuera, con sus familiares, sus hijos, en los negocios.
Supuso que los demás hacían lo mismo, pero no se podía contener, hacerlo le hacía sentir mejor, como si ella estuviera ahí con él.
Los primeros días casi dormían delante de su habitación, pero con el paso del tiempo tuvieron que regresar aunque medianamente a sus vidas, a sus obligaciones.
Los padres de Isabella habían llegado dos días después de lo sucedido, entre la distancia y la complejidad de encontrar un vuelo con tan poca anticipación. Desde entonces se habían instalado en su departamento, cuidando de sus nietas y viniendo a visitar a su hija varias veces al día.
Max había tenido que volver a la capital después de una semana, aunque a regañadientes. El caso era que habían tenido un avance importante en la investigación sobre los padres de las niñas y él quería estar ahí. Como había predicho Carlos, el buen doctor se rompió después de varios días de interrogaciones y delató a sus cómplices, haciendo que la policía organizara una de las operaciones más grandes de las últimas décadas e hicieran caer un imperio criminal muy poderoso. La noticia fue mundial y aunque Maximiliano se sentía contento de sus logros, le molestaba que entre los arrestados y fallecidos el día del operativo no pudiera identificar los padres de las gemelas.
Carla había vuelto con él. Entre su secuestro, su estadía en el hospital y haberlo acompañado después para ir con su hermana, había perdido varias semanas de trabajo y el refugio no era un lugar que pudiera funcionar sin su directora.
Francisco estaba dividido entre el trabajo y su hermana. La ausencia de su padre se sentía en la dirección de la empresa, además el poco podía hacer desde ahí. Viajar a la capital era fuera de cuestión, no quería dejar a Isabella sola y tampoco desprotegidas a sus sobrinas. No podían saberlo con seguridad, pero presentía que todavía no había pasado el peligro.
La que parecía florecer desde la tristeza era Daniela. No que no sufriera por su amiga, porque le desgarraba el corazón verla en esa cama, inmóvil. Precisamente era ese sufrimiento lo que la impulsaba hacia adelante. Ver la mortalidad de una persona de esa manera tan inesperada le hizo ver que nadie tenía la vida garantizada más que ella. Hasta las personas más sanas podían sufrir accidentes, podían ser víctimas en un tiroteo. Por eso decidió empezar a vivir a pesar de su condición cardiaca.
Valeria se estaba dividiendo entre la escuela, Isabella y sus hermanas. Desde que Natalia llegó a la ciudad, ella pasaba más tiempo con las gemelas, liberando así a Val de tanta responsabilidad. Pero a la adolescente le gustaba ayudar, sentirse útil, así que de vez en cuando llevaba a las niñas a pasear al parque o a comer un helado, siempre con la molesta presencia policial. Un día de esos se había cruzado con Alejandro en el hospital, el hombre se veía especialmente abatido, se cumplían tres meses desde que empezó una relación con Isabella, de los cuales la mayoría del tiempo pasó en su habitación del hospital, en vez de disfrutar su noviazgo. Ese día se atrevió a proponerle cuidar a su hija, llevarla a algún lado con las niñas para que él pudiera pasar el día tranquilo. Él le dio permiso, agradeciéndole la consideración. La salida con las tres niñas no fue un cuento divertido. Estaba asustada de que no se cayeran bien, las gemelas le llevaban tres años a la pequeña Ángela, pero al parecer entre terremotos se reconocían y Valeria tuvo que sufrir las consecuencias. Al dar por terminada la jornada, las niñas estaban exhaustas, así que se durmieron inmediatamente y Valeria se las quedó mirando, a pesar de caerse del cansancio, se sentía contenta. Ellas no sabían de la relación entre sus padres, pero ese día Valeria vio un atisbo de lo que podía ser su vida cuando Isabella despertara y le gustó demasiado.
Alejandro puso una rosa roja en el pequeño vaso que Natalia había traído en un intento de hacer esa habitación un poco más acogedora. La intención era bonita, pero nada podía enmascarar el olor del hospital y las máquinas que les recordaban constantemente el estado en el que se encontraba su mujer.
Le dio un beso en la mejilla, parte de su rutina y se sentó a su lado. Ese día no quería contarle nada, estaba demasiado enojado con el mundo, con ella también.
- Amor, sé que te dije que te tomes tu tiempo, pero esto está siendo demasiado. Por favor, despierta, ¿sí? No sabes cuánto te necesito, cuanto te necesitamos todos. Isa, por favor.
La respuesta no llegó, no que la esperara. Estaba cansado de los doctores diciéndoles que no podían asegurarles nada, así que ese día irrumpió en el despacho de Teo, exigiéndole que le diga algo más, cualquier cosa. El otro hombre le dijo entonces que con cada día que Isabella pasaba sin despertarse, porque ya le habían quitado los medicamentos, la esperanza se perdía un poco. Él lo presentía, pero que se lo dijeran así de lleno le rompió el corazón en miles de pedazos.
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Se sentía extraña. Su cuerpo le era pesado, como si se estuviera hundiendo bajo el peso de mil rocas. Hizo el intento de moverse, pero un dolor agudo recorrió el lugar donde se suponía estaba su brazo y gimió. Aunque no estuvo segura si era un gemido mental, porque no sintió nada salir de sus labios.
El pánico se estaba apoderando de ella, su mente confusa. No podía deducir donde era y porque todo le dolía. Intentó recordar, pero sus recuerdos también estaban difuminados. Entre la neblina pudo ver a sí misma en el hospital, preparándose para ir a la cita con Alejandro, pero desde ese momento todo era negro.
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Editado: 22.08.2021