A. Alexa. Rescatados (#1 Santa Ana)

XXXVII

Si Isabella pensaba que salir del hospital para ir a su casa supondría un cambio en su vida estaba equivocada. No pensaba que era posible, pero su madre la tenía más controlada que las enfermeras, prohibiéndole levantarse de la cama y poniendo el grito en cielo a la sola mención de hacer algo por la casa.

Sus hijas se comportaban como dos angelitos a su alrededor, podían pasar horas jugando con sus muñecas sin moverse del piso, solo para no molestarla. Valeria se ocupaba de los quehaceres de la casa y aunque Isa al principio se preocupó porque descuidaría sus estudios le aseguró que sus notas estaban perfectas y que no tenía que preocuparse por ella.

Con Alejandro era más de lo mismo. Pasaba por su casa cada día, a veces jugaba con las niñas para distraerlas, a veces se quedaba viendo una película con ella. La llevaba y traía de las sesiones de rehabilitación, quedándose a veces por más de tres horas esperando que terminara. Y aunque le gustaba tanta atención, siempre sentía un pequeño temor de que lo hiciera por obligación, por lástima y que estuviera descuidando su propia vida por ella.

En fin, estaba muerta de aburrimiento y sentía que se iba a volver loca.

Un punto de luz eran sus amigas del club, junto a Daniela y Érica que le traían chismes de su vida y de la vida del pueblo, amenizándole así un poco los días. Por su parte sabía que Daniela ya estaba de novia con Teo y saber a sus dos buenos amigos enamorados y felices le producía mucha felicidad. Se pasaban los días visitando puntos de interés en el pueblo, que no eran muchos, pero por como Daniela relataba sus excursiones parecían lugares sacados de un cuento de hadas. También sabía que su hermano le había declarado el amor a Érica de una manera extraña y que la pelinegra escapó y que lo evitaba desde entonces. Se preguntó porque Francisco no le había contado nada de eso.

Lo que si no podía sonsacarles era porque sus otras amigas se veían cada día más demarcadas y decaídas, se cerraban en banda a sola mención de que algo no iba bien.

- Estoy muy contenta con tu progreso. – le dijo ese día su fisioterapeuta después de terminar una sesión de ejercicio. – Nos falta mucho, pero vamos muy bien.

Isabella se sentó en un sofá, ahora con más facilidad, porque había recuperado un poco de movilidad en sus extremidades. Cuando empezó la terapia sus ánimos estaban por el suelo, la depresión mostrando sus garras e intentando atraparla, pero su familia y Alejandro eran un motor demasiado fuerte para ella, por ellos no se podía dejar caer. Por eso había luchado en silencio con esos pensamientos y puso todo de sí para ver al menos un resultado mínimo. Sería suficiente para levantarle el ánimo, para darle esperanzas.

Todavía la asaltaban esos pensamientos de vez en cuando, pero con menos intensidad y frecuencia. Además, hablar con una psicóloga era obligatorio si quería volver a su puesto pronto, por lo que tocaba el tema en esas sesiones también y aliviaba su alma.

- ¿Cuándo crees que podré volver al trabajo? – la mujer frunció el ceño y ella se apresuró a aclarar su pregunta. – Trabajo administrativo. Detrás de una silla. Pensar en practicar medicina en este estado es impensable, lo sé.

- Date un par de semanas más. Después vemos cómo evoluciona todo. – dijo finalmente. – Es muy importante que no corramos, la recuperación está ahí, pero hay que ir despacio.

- Muy bien. Vemos que pasa en ese tiempo. – aceptó, contenta de no haber recibido un no rotundo, como se temía.

Salió de la sala un poco más animada que de costumbre y sonrió al ver que Alejandro la esperaba apoyado en una de las paredes, con la mirada fija en el celular.

Levantó la cabeza al verla acercarse y le devolvió la sonrisa, sintiendo su corazón aletear como la primera vez que la vio.

- ¿Estás muy cansada? – preguntó cuándo se acercó a él y le dio un tierno beso.

- No tanto. ¿Vamos? ­ - el hombre sonrió, pero ella no se fijó porque ya se había encaminado hacia la salida. – Me dijo que si todo va bien como hasta ahora podré regresar a trabajo de a poco.

Alejandro asintió, a pesar de sentir temor de que se apresurara demasiado y retroceda en su recuperación, sabía que no podía pedirle que espere más. Ella intentaba esconderlo, pero él se daba cuenta de que su encerramiento en la casa le estaba pasando factura.

- ¿A dónde vamos? – preguntó a cabo de un rato, al ver que no estaban yendo hacía su casa.

- Te tengo una sorpresa. – dijo escuetamente e Isabella sintió emoción frente a la idea de ir a algún lugar que no fuera su casa o el hospital.

Cuando entendió a donde se dirigían casi saltó de la felicidad. Estaban entrando en un camino que ella conocía muy bien y que siempre le traía buenos recuerdos.

Alejandro había pedido un permiso especial días antes para poder entrar al parque por la entrada de empleados porque su estacionamiento quedaba más cerca del lugar donde quería llevarla. Cuando finalmente aparcó, ayudó a Isa a bajar y reprimió las ganas de tomarla en brazos para que no caminara. Sabía que eso la lastimaría y también sabía que en el momento que no pudiera más, se lo diría.

Iban a paso de tortuga, ella apoyada contra su cuerpo, observando a su alrededor como si fuera la primera vez que venía, deleitándose con el aire fresco y los olores de la naturaleza. Cuándo finalmente llegaron a ese lugar frente al lago que ambos veían como un símbolo de su amor, dado que ahí habían pasado algunos de los momentos más bellos, Alejandro la dejó en el banco para regresar corriendo al auto para tomar las cosas que había preparado.




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