A. Alexa. Rescatados (#1 Santa Ana)

XXXVIII

Volver a trabajar una semana después fue una bendición para Isa. Se sentía mejor desde que pasaba sus días haciendo algo más que descansar y haciendo terapia. No podía salir de su oficina todavía y sus colegas habían hecho un trabajo genial llevando el hospital en su ausencia, así que no tenía mucho que hacer tampoco. Los reportes que leía mostraban una imagen muy diferente de la que encontraron al llegar y eso le llenaba de orgullo. Habían logrado que el hospital volviese a ser como era antes de la dirección pésima del doctor Rojas.

Unos toques en la puerta hicieron que levantara la vista de los papeles que revisaba y se sorprendió al encontrarse con la madre de Alejandro. No la había visto desde esa fiesta de inauguración que ahora parecía haber sucedido siglos atrás. Tampoco tenía ganas de verla, sabía lo que pensaba sobre ella y no quería un enfrentamiento. Pero tampoco podía echarla de su despacho.

- Pase. - dijo a regañadientes y la mujer entró vacilante, observando todo a su alrededor, más su mirada en ningún momento se posó en ella.

Isabella aguardó que dijera algo, pero parecía que Carolina no tenía intenciones de hacerlo.  A decir verdad, ella tampoco, por lo que se recostó en la silla, esperando que algo pasara.

- Me alegro de que estés mejor. - dijo a cabo de algunos minutos e Isa musitó un débil gracias, pensando en si esa declaración era sincera o no.

Después de eso, el silencio volvió a envolverlas. La tensión se podía cortar con un cuchillo y ninguna de las dos sabía cómo hacerla desaparecer.

Finalmente, Carolina tomó aire y se dispuso a decirle por qué vino.

- No he visto nunca a mi hijo tan destrozado como cuando estuviste en coma. - empezó, el nudo en su garganta creciendo aún más.

No le gustaba estar ahí, con esa mujer, pero Pablo tenía razón en algo. Estaba perdiendo a su hijo y debía pensar en si para ella era más importante Alejandro o su imagen en el pueblo. Ella nunca tuvo dudas que sus hijos iban antes que nada, pero al parecer había hecho un trabajo pobre mostrándolo. Por eso había decidido hacer un primer paso para demostrarle a su hijo que lo amaba por encima de todo, aunque eso significara tragarse su orgullo y llegar a una especie de tregua con esa mujer.

- No me gusta ver a mis hijos sufrir. - prosiguió, sentándose en la silla enfrente de Isabella. - He visto sufrir a Daniela desde el momento que nació. Y ahora me ha tocado ver a mi otro hijo muerto en vida. Y me he dado cuenta de que puedo soportar muchas cosas, menos eso.

Isabella la miró entonces, fijamente. Ella también era madre, tal vez ninguna de sus hijas salió de su vientre, tal vez no las llevó dentro de sí por nueve meses, pero no creía poder amarlas más si ese fuera el caso. Ella también había visto a sus hijas sufrir, a pesar de su corta edad. En algo se podía entender con esa mujer.

- No me gustas, jamás me vas a gustar como la compañera de mi hijo. - el golpe fue esperando, pero igualmente le dolió. Procuró que no se le notara, no quería mostrarse demasiado vulnerable. - Pero, por alguna extraña razón, Alejandro te ama y durante estos meses pude ver que no es un capricho, o algo pasajero.

Tomó aire de nuevo, preparándose para ir en contra de todo lo que le enseñaron desde niña, de contra de cada idea que le inculcaron de maneras poco ortodoxas sus padres.

- Nunca podré verte como una hija, como lo hacía con…  - se detuvo, pero Isabella supo a quién se refería.

María había sido su nuera soñada e Isa jamás podría competir con eso. Menos mal que lo último que quería era competir con esa víbora.

- Pero podemos llegar a un acuerdo, por Alejandro. Si lo amas tanto como dices hacer, espero lo puedas cumplir.

- ¿Qué acuerdo? - preguntó finalmente, pensando que con tal de que Ale fuera feliz, ella haría cualquier cosa.

- Podemos tolerarnos. No voy a ser un obstáculo en su camino. Pero eso no quiere decir que mi opinión sobre ti cambié. Podemos ser educadas cuando nos encontremos y poco más.

- Puedo vivir con ello. - aceptó Isa, sintiendo que eso era lo mejor a lo que podía aspirar con la madre de Alejandro.

Nunca esperó una relación perfecta, siendo sincera se estaba preparando para una batalla continua, pero eso que proponía Carolina era algo que podía hacer.

La mujer asintió y se levantó sin decir nada más, salió por la puerta sin despedirse y la dejo sola.

✨✨✨

El día que tanto esperaba y temía había llegado. Alejandro y ella lo habían hablado, largo y tendido y habían llegado a la conclusión de que si querían seguir con lo suyo, las personas más importantes de la vida de ambos debían saberlo. Es decir, sus hijas.

Alejandro se mostraba tranquilo respecto a Ángela, pero eso no la extrañaba. Esa niña era un amor, consentida y loquita por su padre. Además, todavía era lo suficiente pequeña para aceptar las cosas por cómo se le decían y no hacer demasiadas preguntas. Claro, le atemorizaba el hecho de que a la niña no le guste su presencia en su vida, que la rechacé y otras cosas más, pero pensó que era algo de esperarse y sabía que ambos tendrían que trabajar para ganarse el cariño de esas niñas.




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