A. Alexa. Rescatados (#1 Santa Ana)

XXXIX

No lo aceptaría nunca en voz alta, pero Carla estaba demasiado nerviosa ante la idea de decirle a Isabella que tenía una relación con Max. A ella le caía bien la mujer, pero últimamente habían perdido el contacto y su última interacción, más o menos, fue cuando irrumpió en la oficina de su hermano diciendo que no la soportaba más.

Ahora que vio que la otra mujer estaba realmente contenta con la noticia y que no paraba de decirle a su hermano que había hecho bien las cosas, esa idea se le antojaba ridícula.

Pero, conoció a Isabella cuando las gemelas estuvieron en el hospital y su insistencia de buscarles un hogar seguro la había vuelto loca. Más después, cuando la doctora se empezó a involucrar en prácticamente cada caso que Carla llevaba. Por eso un día, exasperada, fue a pedirle a Max que controlara a su hermana. Su refugio fue una consecuencia de esa acción.

- Me parece admirable lo que están haciendo por los niños. - le dijo Daniela, que estaba sentada a su lado.

Las habían presentado poco antes, pero inmediatamente le cayó bien la muchacha.

- Sí, es difícil ayudar a todos como quisiéramos, pero estamos haciendo todo lo posible. - respondió, sintiendo el orgullo extenderse por su pecho.

Amaba su trabajo y sabía que estaban haciendo algo para cambiar el mundo de esos niños.

Una carcajada del otro lado de la mesa las interrumpió y ambas voltearon para ver a qué se debía el alboroto.

Estaban cenando en un bar que le habían dicho era de los puntos emblemáticos del pueblo. Los acompañaban los hermanos Montenegro y Teo, el mejor amigo de Isabella y, como supo un poco antes, el nuevo novio de Daniela.  Se sentía bien, a gusto con esas personas.

- ¿Qué pasó? - preguntó a nadie en particular, Max y Fran estaban riendo escandalosamente, mientras su hermana los fulminaba con la mirada. Teo reía también, más recatado y Alejandro parecía luchar con la risa.

- Nada. - le respondió Isa. - Están haciendo el ridículo. - zanjó.

- A Bella no le gusta que hablemos de cosas que decía de niña. - explicó Max entre risas, pero al mirar una vez más a su hermana, decidió no explayarse.

A ellos les gustaba recordar momentos felices de su niñez, pero podía ser que a Isabella no le gustaba por todo lo que pasó después. Así que cuando caía en la tentación de hacerlo, inmediatamente después se arrepentía.

Dejo un beso en la mejilla de Carla, aún sin creer que estuviera con él. Desde la noche que se le declaró todo entre ellos iba a una velocidad vertiginosa, pero no podía decir que no le gustaba la sensación.

Miró a las personas a su alrededor. Su hermana estaba feliz y el brillo que aparecía en su mirada al mirar a Alejandro la hacía resplandecer. Hasta Fran parecía mejor. Al enterarse de que Érica se había ido del pueblo pensó que su hermano caería finalmente por ese precipicio en el que se encontraba desde hacía tiempo, pero él se veía extrañamente tranquilo.

Parecía que la vida de todos se estaba arreglando de a poco. Teo había dejado atrás el semblante triste y apesadumbrado que portaba siempre. Ahora reía más y veía a Daniela cómo a un ángel caído del cielo.

- ¿Se quedan para la fiesta? - la pregunta iba dirigida a él, pero le tomó un instante despabilarse y recordar a que fiesta se refería su hermana.

- Creo que nos podemos permitir unos días más de vacaciones. - escuchó a Carla responder y le dedicó una sonrisa.

Ese viernes se celebraban los cincuenta años desde la inauguración del primer hotel Montenegro, en ese mismo pueblo. Toda su familia estaba invitada, pero él no tenía muchas ganas de asistir. Prefería regresar a la ciudad con Carla y disfrutar de los últimos días libres en su compañía.

Pero también estaba consciente que era la primera vez que su hermana aparecería en público como la novia de Alejandro, además se trataba de un evento familiar. Y no podría vivir consigo mismo si la abandonara en esa ocasión, imaginando lo difícil que sería para ella enfrentarse a la gente en ese pueblo.

La mesa se sumió en un silencio repentino después de esa pregunta, todos disfrutando de la canción que empezaba a entonar el artista. Era una canción en un idioma que no reconoció, pero el hombre la cantaba con tanta fluidez y sentimiento que, a pesar de no entender las palabras, le tocó una fibra sensible en el corazón. Parecía que no era el único a quien le pasaba, todos parecían absortos en la interpretación.

 La canción terminó; Francisco seguía luchando con la marea de sentimientos que le había provocado. Miró a su alrededor, todos en parejas siendo felices y el nudo en su garganta se hizo más fuerte. Con un suspiro se resignó a ser el soltero de grupo.

El sonido de su celular lo sobresaltó, la mayoría de las personas que le llamarían a esas horas estaban con él. Por eso, con algo parecido a temor esparciéndose por sus entrañas, descolgó el aparato y presto atención a la persona que le hablaba desde el otro lado de la línea.

Luchó con todas sus fuerzas para mantener la sonrisa en su cara, para que nadie adivinara que algo había pasado. Colgó con premura, musitando un ahí estaré que no estaba seguro se escuchó.




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