A. Alexa. Rescatados (#1 Santa Ana)

Fragmentos de una historia (Epilogo)

Días atrás

Unos días antes de la ceremonia, Alejandro la había llevado, junto con las niñas, al otro lado del lago, un lugar donde ella jamás estuvo, ni siquiera sabía que había algo ahí. Pero se sorprendió al ver que un par de casas estaban repantigadas por la colina y haya abajo, más cerca de la orilla, vio una que le quitó el aliento.

Era una casa de dos plantas, pero nada ostentosa. Las niñas gritaron emocionadas al llegar, cada día sintiendo más natural esa nueva situación y saltaron del auto para correr hacia el porche de la casa.

Isa quiso reprenderlas, pero al ver que Alejandro estaba demasiado tranquilo, entendió que había algo ahí que ella no sabía. Lo confirmó cuando su prometido sacó una llave y abrió la puerta y las pequeñas entraron corriendo, para después detenerse en medio de la sala de estar. Miraron expectantes a su madre, conscientes que había llegado el momento de la verdad.

Habían aprovechado las horas de trabajo de Isa para ayudarle a Alejandro a arreglar la casa y decorarla como ellos pensaban le gustaría a la mujer. Eso había servido para que las gemelas se relajaran aún más con su presencia y que Ángela soltara unas cuantas veces la palabra mamá, refiriéndose a Isabella. Cuando lo hizo por primera vez tuvo una conversación seria con ella (todo lo sería que podía ser una conversación con una niña de tres años) y le explicó que ella ya tenía a una mamá. Ángela asintió y le dijo que las gemelas también tuvieron a una mamá antes de Isabella y que ella quería también. No pudo rebatir esa lógica, así que dejo las cosas por la paz, pensando en que hablarían de nuevo cuando estuviera más grande.

- Ale, ¿qué hacemos aquí? – él la ignoró, mirando hacia las niñas, dejando que fueran ellas quienes se lo dijeran.

- Es nuestra casa. – dijeron las tres al unísono, por lo que poco se entendió, pero a Isa no le hicieron falta más explicaciones.

- ¿Es en serio? – él asintió, tomándole la mano y llevándole hacia las niñas. – Es hermosa. – dijo entre lágrimas, no habían hablado sobre ese tema y no podía negar que la desesperaba su silencio al respecto, pero al parecer él lo tenía todo resuelto.

La sala de estar estaba amplia, decorada en tonos pastel, conectada con una puerta corrediza con el comedor y la cocina. Al lado de la cocina había dos espacios más, lo cual descubrió eran el cuarto de lavado y la dispensa.

En la segunda planta estaban las habitaciones, seis en total, cada una con un baño propio. Enseguida reconoció la suya, era una réplica casi exacta de la habitación del hotel donde pasó sus días después de salir del burdel. En una ocasión le había dicho a Alejandro que se sentía ahí como en casa, lo cual fue ridículo, pero al parecer él lo tomó en serio. Limpió una lágrima y le dio un beso, a pesar de que las niñas estuvieran con ellos.

- Ven a ver la nuestra. – exclamaron las gemelas, pero primero entraron en la habitación de Ángela, dado que estaba frente a la suya.

- Yo la decolé. – explicó la niña, mientras le mostraba la habitación de color rosa.

La habitación de las gemelas era una mezcla de las dos, la mitad de color amarillo (color favorito de Alessandra) y la otra azul (el de Cassandra).

- Les dije que podían tener habitaciones separadas si querían, pero dijeron que todavía no. – explicó Alejandro, mientras las niñas sacaban cosas de las cómodas y lo mostraban a su madre. – Igual, tenemos una de reserva para cuando la quieran.

- Gracias por pensar en todo. – le dijo, sintiendo que él pensaba en su bienestar al igual que en el de Ángela, en ningún momento pudo notar una diferencia en el trato, otra cosa que la llenaba de felicidad.

✨✨✨

Más tarde, salieron de la casa solos, dejando a las pequeñas que jugaran un poco. Isabella se detuvo frente al lago, estaba atardeciendo. Ni en sus fantasías más locas pudo imaginar que su vida daría ese giro; que pudiera llegar a ser tan feliz.

Pensó cuando varios años atrás, a la orilla del otro lado, perdió su medallón. Era, en ese momento la única conexión que le quedaba de su familia. Sintió que lo único que la mantenía anclada, que le daba sentido a su vida, había desaparecido. Ahora esos sentimientos le parecían ridículos.

- ¿Sabías que ese no es su nombre real? – le preguntó su prometido, parándose frente a ella. Ella negó.

- La lengua de esa tribu quedó olvidada. Cuando el último de sus descendientes murió, no quedaba nadie que la hablara por aquí, así como nadie que supiera pronunciar el bendito nombre.

Isabella lo miró, sorprendida. Ella había escuchado otra historia, o al menos la mitad de la verdadera. La otra la desconocía.

- No es una palabra antigua, solamente lo están diciendo para atraer a los turistas. En realidad, fue durante la visita de un emperador cuando cambiaron el nombre. Al parecer, esa lengua ahora está permitida solamente entre Eclesiastés. Pero también representaba una parte de su historia, así que cambiaron el nombre con la palabra moderna.

- No lo sabía. Gracias por contármelo. ¿Entramos? – Alejandro negó con la cabeza.

- Unos minutos más. – dijo, abrazándola por detrás, ambos perdiendo la vista en el agua.




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