—Bromearía, pero te juro que tu llamada me dejó un poco preocupado, así que nada. —Así lo saludó Pedro al sentarse delante de él en un bar a unas calles del hotel donde se hospedaban. Como ya había ordenado una cerveza para él también, la deslizó con el dedo por la mesa, pero aún no levantaba la cabeza para mirar a su hermano—. ¿Está todo bien? —Para que Pedro se preocupara por algo —o por alguien— de esa manera, la situación debía estar sería, así que ni quiso pensar en cómo se veía.
—Depende de cómo se le mire. —Musito, aun reproduciendo en su cabeza la decisión del jurado del concurso y la cara de espanto de Andrea.
—Cuéntame. —Pidió su hermano, dejando la cerveza de lado y apoyando los codos sobre la mesa para acercarse más a él.
—He ganado el concurso. —Decidió empezar por la buena noticia, luego ya soltaría la bomba restante. Pedro sonrió, satisfecho, pero de nuevo se enserió al ver que no compartía su entusiasmo.
Y la verdad era que Mauricio estaba entusiasmado con la idea de trabajar en esos proyectos, construir esos hoteles se convirtió en una meta bastante apetecible a lo largo de los días; trabajar con Andrea era otro incentivo más. Pero, no podía hacerse el tonto e ignorar la tormenta que se les avecinaba, cualquiera que fuera la decisión de Andrea.
—¿Por qué no estamos celebrando? —Preguntó Pedro con cautela—. ¿Son malas las condiciones del contrato? —Mauricio negó con la cabeza.
—Ni siquiera llegamos hasta ahí. —Confesó.
—¿Los rechazaste? —La preocupación tiñó la voz del menor, pero seguía medianamente tranquilo. Volvió a negar con la cabeza y su hermano soltó un suspiro de alivio.
—En realidad, ya acepté. —Aclaró, recordando su decisión medianamente precipitada.
—¿Cuál es el problema entonces? Me estás preocupando, ahora en serio. —Lo pudo sentir en su voz, estaba más allá de preocupado, seguro a un paso de llamar a sus padres y darles alguna noticia nefasta.
—Digamos que no fui el único ganador. —Se odió por un momento por darle tantas largas al asunto; en general era un hombre que iba siempre de frente, no endulzaba las cosas. Pero en esa ocasión sintió que cada segundo que pasaba sin hablar sobre su nueva socia era un segundo valioso.
—¿Empataste? —Pedro rio, como si eso fuera lo más divertido que había escuchado en su día. Lo fulminó con la mirada, a veces no podía entender como su hermano tenía tan poca comprensión humana.
—Quieren un trabajo en conjunto. —Finalmente reveló, ganándose su atención. Pedro frunció el ceño, esperando el final de esa oración—. Con Andrea Rodríguez.
—Eso es una… —Masculló algo más por lo bajo, saltando del taburete y llevándoselo por delante. Varias miradas se posaron sobre ellos, curiosas. Un camarero hizo amago de acercarse, pero Mauricio le negó con la cabeza, indicándole que todo estaba bien. Casi.
—Siéntate. —Siseó en su dirección, sintiendo como la frustración con la que luchaba todo el día empezaba a abrirse paso en su cuerpo—. Estás haciendo un espectáculo. —Pedro echó una ojeada alrededor del bar, al ver que efectivamente estaba en el centro de la atención, levantó el taburete y se sentó a regañadientes.
—No vas a trabajar con esa… —De un trago se bebió la cerveza. Mauricio agradeció el gesto, porque no sabía cómo reaccionaría si hubiera terminado la frase sobre su mujer.
—Ya te dije que acepté. —Irritado —aunque no sabía precisamente con quién— tomó un trago de su propia jarra—. No voy a dejar pasar esta oportunidad. —Añadió, dejándole en claro que era una decisión tomada.
—¿Lo hablaste con papá? —Negó—. Él va a tener que decir mucho sobre esto. —Advirtió, aunque él mismo empezaba a calmarse.
—Lo sé. Todos tendrán mucho que decir. Pero, es mi proyecto, trabajé mucho en él y no voy a renunciar ahora, así tenga que trabajar con el mismísimo diablo. —Cosa que —dicho sea de paso— Andrea no era. La sola perspectiva de trabajar juntos, en Cancún, por meses, hacía que estallara de alegría. Algo que, claramente, no podía contarle a su hermano. Un ramalazo de culpa lo asaltó: Pedro estaba exaltado por qué no quería que trabaje con el enemigo y él se acostaba con el enemigo. Aunque había dejado de ver a Andrea cómo uno desde la primera noche que pasaron juntos, no podía esperar lo mismo de su familia de la noche a la mañana.
—¿Ella aceptó? —Volvió a negar con la cabeza, su hermano volvió a suspirar—. Tal vez no acepte, así resuelves ese problema de una vez. —Auguró, ajeno al malestar que sus palabras provocaron en su hermano mayor.
—No sería justo. —Pedro parecía sorprendido por sus palabras, bufó—. Ella también trabajó mucho para lograr el proyecto. —Debía tener cuidado si no quería que llegara a sospechar, pero tampoco podía soportar que hablara mal de Andrea.
—O compraron a alguien. Ya sabes cómo son. —Gruñó el otro.
—No lo hicieron. —Estaba completamente seguro de ello. No porque de repente creía que los Rodríguez eran unas blancas palomas, sino porque sabía que, en el caso de pagar a alguien, habrían pagado para que Andrea perdiera. Ella pensaba que no se había dado cuenta de sus dudas sobre el derrumbe de su edificio, pero era más que evidente que los demás Rodríguez tenían algo en contra de ella.