A. Alexa. Siempre contigo

14

Le encantaría poder decir que no se estaba aburriendo, pero no era un mentiroso. Los discursos de los presidentes de varias asociaciones no habían cambiado —literalmente— en nada respecto a los últimos años. Casi podía recitarlos a memoria.

—¿Te aburres? —Edna dio voz a sus pensamientos, pero negó con la cabeza, incapaz de romperle el corazón a su hermana. Ella había puesto mucho esfuerzo en ese evento, no era culpa suya que los demás no.

—No. —Añadió, al ver que ella no confiaba mucho en su respuesta. Pasó una mano sobre sus hombros para atraerla hacia sí mismo, quedaba pequeña —y adorable— a su lado. No que se atrevería a decírselo.

—Papa convocó una reunión para mañana. —Le informó, aunque ya le había llegado el correo con el aviso. Amaba eso de su padre, habían pasado el día entero juntos, después de no ver a sus hijos por tanto tiempo y en ningún momento mencionó el trabajo. Les avisó por medios oficiales, delineando una barrera entre su vida familiar y corporativa.

—Lo sé. Espero que todo esté bien. —Porque aún no se confiaba de la reacción tan pacífica de Valerio, estaba seguro de que había algo que él desconocía.

—Claro que sí. Todos entendemos tu postura. —Lo tranquilizó Edna, dejando un beso sobre su mejilla y se fue correteando de su lado, en busca de sus amigas. Sonrió al verla, estaba tan llena de vida y alegría que a veces temía que alguien rompería su corazón.

Por el rabillo del ojo la vio. Estaba bebiendo champán con su familia, pero por su expresión se pudo dar cuenta de que no le gustaba estar ahí. Se dedicó a observarla disimuladamente, sus padres estaban demasiado enfrascados en su conversación y Pedro había desaparecido también, seguramente persiguiendo a una de sus amigas especiales.  Sintió que su corazón se saltaba un latido al verla alejarse de la mesa y salir del salón. Por primera vez en la noche agradeció la poca imaginación del comité organizador —que le perdone su hermana— y sonrió.

—Ahora vuelvo. —Les informó a sus padres, pero solo su madre dio acuse de haberlo oído, le sonrió distraída antes de volver la atención a su marido.

Negando con la cabeza por su comportamiento empalagoso tantos años después de casarse, salió por la puerta lateral del salón, perdiéndose entre los pasillos laberínticos del hotel donde se celebraban las fiestas. Subió al segundo piso, al lado contrario del baño de las damas y se adentró en una pequeña habitación que servía de despensa. Dejó la puerta entreabierta. La vio llegar a metros de distancia, iba concentrada en su celular, fruncía el ceño como si lo que estaba viendo no le gustase demasiado. Cuando estaba por pasar al lado de la puerta, estiró un brazo y jaló de ella, ahogando su grito con sus labios. Pensó que su idea no fue la mejor cuando su mano le cruzó la cara de una bofetada que le hizo dar dos pasos atrás.

Andrea hizo amago de salir del habitáculo, pero la detuvo con un brazo, prendiendo la luz —tal vez esa debió ser su primera acción—.

—Hola a ti también. —A pesar de que su mejilla punzaba por el dolor —quien diría que tenía tanta fuerza— y que Andrea lo miraba con dagas en los ojos, encontró la situación divertida.

—¿Mauricio? —La compresión llegó a ella, hizo una mueca y sacudió la mano con la que lo había golpeado—. ¿Te volviste loco? —Espetó, acercándose de una zancada a él y revisando su mejilla. El toque de sus dedos alivió y agravió el dolor a partes iguales, pero se abstuvo de decir nada.

—Supongo que está no fue mi mejor idea. —Musito, poniendo una mano sobre su cintura para atraerla un poco más a sí.

—Me asustaste mucho. Pensé que era un imbécil pervertido. —Finalmente sonrió ella también, posando un beso en su mejilla palpitante—. ¿Te duele? —Preguntó, preocupada.

—Viviré. —Se encogió de hombros con desinterés—. ¿Puedo besarte ahora? —Bromeó, ella respondió con ese beso tan ansiado.

Volver a tenerla entre sus brazos había valido todo, se dijo. El peligro de ser descubiertos, la bofetada, todo. Porque estar con Andrea era su cosa preferida en el mundo y pensó que caminaría a través del infierno si eso significaba llegar a ella.

—Necesitaba verte. —Le había ayudado a sentarse en una mesa un poco destartalada y él seguía delante de ella, con las manos sobre su cintura y los labios a milímetros de los suyos.

—Yo también. —Lo besó una vez más, como si necesitaba confirmar sus palabras—. Mucho. —Añadió con una sonrisa.

—Quería decirte algo. —La decepción se filtró en la mirada de la mujer, ladeó la cabeza con desconcierto. Finalmente negó.

—Puedes decirme lo que quieras por mensaje. O por llamada. O por correo. —Enumeró, haciéndolo reír—. Pero besarme no. Así que hablamos después. —Apretó su camisa en puños y lo atrajo un poco más a sí —si eso era posible siquiera—, robándole otro beso. Por un momento se vio tentado a seguir con su encuentro fortuito y dejar de hablar, pero sentía que iba a explotar si no se lo decía.

—Espera. —Ella hizo un mohín cuando se alejó de nuevo—. Es importante. —Añadió, al ver que iba a protestar de nuevo.

—Ahora me estás asustando. —Se enserió de inmediato, su mirada traviesa se vio sustituida por una cautelosa.

—No te asustes. —Pidió—. Es solo que… —Empezó, pero ahora no lograba encontrar las palabras para decir lo que quería. Tomó aire, tratando de calmarse—. Ahora que vamos a trabajar en Cancún a tiempo completo, no creo que pueda vivir en el hotel. —Ella retiró las manos de su camisa y las apoyó en la mesa, apretando los bordes de la misma. Apretó también las piernas, empujándolo hacia atrás—. He pensado en encontrar un apartamento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.