—No debiste venir hasta aquí. —Andrea deslizó una taza de café en su dirección, mientras tomaba la suya entre las manos y la apretaba con fuerza.
—¿Por qué te fuiste? —preguntó directamente, mirándola a los ojos. Pudo ver la indecisión en sus ojos, el malestar que la abrumaba. Ella suspiró, bajando la mirada hacia la superficie lisa que los separaba. Un leve temblor de su mano le indicó que las cosas estaban mal y su corazón se apretó en anticipación.
—Yo… —Dudó, se levantó abruptamente y paseó por la cocina espaciosa, nerviosa. Él también se levantó se sentía incapaz de verla en ese estado y pensar que había sido su culpa. Atrapó sus brazos y la jaló hacia su cuerpo, abrazándola aún sin estar seguro de que su gesto sería bienvenido. Andrea se dejó llevar sin poner resistencia y eso fue peor que si le hubiera abofeteado.
—Lo siento mucho. —Susurró sobre su pelo—. Te juro que nunca quise mentirte, fue una omisión, Andrea. —Apretó un poco más su abrazo—. Sabes lo que Melina me hizo, sabes que nunca podría siquiera pensar en volver a tener algo con ella. Aunque no estuviera contigo. —Enfatizó—. Pero sobre todo porque estoy contigo —levantó su mentón con un dedo para mirarla a los ojos—, no necesito a nadie más que tú.
Sus palabras desataron otra sesión de llanto, se estremeció en sus brazos, apoyando la cabeza en su pecho. Mauricio no sabía cómo sentirse, no sabía qué hacer para calmarla. El solo pensar en que estaba así por su culpa, lo mataba. Algo de calma se derramó en su interior cuando ella pasó los brazos por su cintura, hasta entonces los había mantenido inertes al lado de su cuerpo.
—Yo… —Sollozó—. Yo necesitaba saber. —Dijo entre hipos, haciendo que fuera difícil entender lo que estaba diciendo. Volvió a callarse por unos minutos; Mauricio sintió el momento exacto en el que dejó de llorar y poco después se alejó un poco de él, poniendo distancia entre sus cuerpos.
—¿Estás un poco mejor? —Se atrevió a preguntar, a pesar de no saber dónde estaba parado respecto a su relación. Andrea asintió, volvió a tomar asiento en la silla que había ocupado anteriormente y le hizo una seña para que se sentara a su lado. Estiró la mano para tomar la suya y entrelazar sus dedos.
—Lamento haber reaccionado así. —Dijo unos minutos después—. No voy a justificarme, porque a mí misma no me habría gustado que alguien me hiciera una escena así y esperara perdón. —explicó. Mauricio negó con la cabeza y fue a decir algo, pero lo interrumpió poniendo el índice sobre su boca. No pudo evitar el impulso de besarlo, sacándole una sonrisa—. Solo te voy a decir que fue un cúmulo de muchas cosas que ese día explotaron y lamentó que tú hayas estado en el medio de todo ello. —finalizó.
—¿En medio de qué? —Se arrepintió de inmediato por hacer esa pregunta al ver su semblante cambiar por completo. Volvió a tener la misma expresión que tuvo al abrirle la puerta, como si el mundo se hubiera derrumbado sobre sus hombros y ella no estuviera capaz de seguir soportando el peso.
—Yo… —Su voz se apagó, parecía incapaz de dejar las palabras salir de su boca.
—Está bien. —Se alzó y corrió a su lado, acuclillándose delante de ella—. No necesito saber. —Lo mató lo aliviada que se vio al darse cuenta de que no iba a insistir.
—Necesito tiempo. —Pidió, finalmente mirándolo a los ojos. Algo de su tristeza se había disipado en los últimos minutos, aliviándolo a él también—. Te lo voy a contar, lo prometo. Sé que nos prometimos no mentirnos, pero… —Lo suplicó con la mirada—. Solo necesito tiempo.
—Todo el tiempo que sea necesario. —Asintió, volviendo a abrazarla. Esta vez ella le correspondió el abrazo con más fuerza, suspirando como si se hubiera quitado un gran peso de encima.
—No tuviste que venir. —repitió, ya se habían mudado al sofá de la sala de estar, aún abrazados. Mauricio pasaba la mano sobre su brazo, acariciándola con lentitud, simplemente disfrutando de su compañía. Volver a estar así con ella era un regalo, no iba a mentir y decir que por un momento no se había preocupado por el futuro de su relación.
—Claro que sí. Ni podía dejar que sigamos así, peleados. —Andrea apoyó la cabeza sobre su pecho, sin responder nada. Supuso que se había quedado sin palabras y lo agradecía. No sabía si podría soportar que le volviera a pedir perdón, o que volviera a llorar de la misma manera que solo minutos antes. Siempre había sido débil ante las lágrimas de las mujeres, más aún si se trataba de la mujer que habitaba en cada rincón de su corazón.
—¿Qué le dijiste a tu hermano? —Se incorporó un poco para mirarlo a los ojos, con una nueva preocupación brillando en ellos. Se encogió de hombros, quitándole importancia a ese hecho—. Podría sospechar.
—No te preocupes por eso. Le dije que tenía un problema con un proyecto aquí. —La tranquilizó, pero ella frunció el ceño, no muy convencida.
—Como si eso no fuera fácil comprobarlo. —musitó.
—Él nunca haría algo así. No tiene por qué sospechar de las cosas que le digo. —Se explicó. Andrea soltó una risa seca, algo que lo tomó por sorpresa.
—Claro. —Negó con la cabeza, girándose un poco para que no viera su expresión—. Ustedes no funcionan de la misma manera que nosotros. —concluyó.
—No quise decirlo así. —Se excusó, aunque no sabía exactamente por qué. Tal vez era ese tono de voz abatido que había empleado lo que lo llevó a sentirse mal por lo que dijo.