A. Alexa. Siempre contigo

Especial [2]

Edna terminó de ponerse el pendiente y se quedó mirando su reflejo en el espejo. Revisó su aspecto de pies a cabeza y suspiró contenta. Estaba bien. No quedaba ninguna evidencia de la noche agitada que había tenido. Lo prefería así.

No se avergonzaba de su vida nocturna. No. No tenía ningún problema en aceptar que le gustaba un poco —mucho— divertirse yéndose de copas, beber algún trago de más y cerrar la noche con un hombre interesante si se daba la oportunidad. Pero, tampoco le gustaba hablar sobre ello. Era su vida privada y quería que permaneciera así.

—¿Ya te vas? —Lo había visto salir del baño por el espejo, pero el impacto fue más grande al girar y mirarlo de frente.

A Elías lo cubría solo una toalla mal anudada y se había apoyado en el marco de la puerta, devorándola con los ojos.

Sintió su cuerpo responder de inmediato ante su visión, pero procuró que no se le notara en el rostro. Elías era una de las pocas cosas que no tenía controladas en su vida. Un choque violento de sus dos vidas, el único que conocía a Edna Gallego en todas sus facetas. Eso la asustaba hasta la médula. No porque temiera que él pudiera hablar de sus indiscreciones nocturnas, sinceramente le daba igual que la gente se enterara, sino porque eso le dejaba una puerta más abierta hacía su corazón.

Otra cosa de la que Edna se enorgullecía era su franqueza. Tanto con los demás, como consigo misma. Y aceptaba que desde hacía unas semanas dejó de pensar en Elías cómo un compañero de trabajo y su ligue ocasional. Se había convertido en algo más. Claro que aún no se lo había dicho. Se lo reservaría por un tiempo.

—Tengo cosas que hacer. —Se encogió de hombros, retrocediendo unos pasos al ver que él avanzaba en su dirección. Chocó con el tocador y se detuvo, resignada a que la alcanzará.

La mano de Elías subió por su brazo, hasta detenerse en la curva de su cuello, le acarició los labios con el pulgar. Mientras, con otra mano la acercó más a su cuerpo, hasta que solo unos milímetros lo separaban. Acercó su boca al oído de Edna, susurrando—: ¿No puedo persuadirte? —Insistió, dejando un reguero de besos por su cara, hasta alcanzar sus labios. Edna disfrutó el contacto, pero cuando el beso se tornó demasiado todo, se escabulló de su agarre.

—Sabes que no. —le dijo desde el otro rincón de la habitación, tomando su abrigo. La mirada de Elías se ensombreció y su buen humor se apagó.

Ese era el problema de acostarse con un hombre que la conocía tan bien. Elías Saldivar era el dueño de una pequeña empresa mobiliaria que ella usaba en sus decoraciones. Con el tiempo su relación laboral se convirtió en una linda amistad y después derivó en esa relación extraña que mantenían.

Nunca vio a Elías cómo un posible amante, no hasta que se encontró con él en un bar que le gustaba frecuentar. Le avergonzaba un poco decir que esa noche había perdido por completo el control de la situación y que el hombre la había salvado de una relación bastante incómoda. Su mente intoxicada recordaba que después de que la sacará del antro ella se le colgó del cuello y le robó un beso, aunque la mañana siguiente, cuando fue a disculparse por su comportamiento lamentable, él había negado que algo así sucedió. Seguía sospechando que lo hizo para conservar al menos un poquito su orgullo herido.

Desde ese momento empezaron a coincidir cada vez más en sus salidas y una cosa llevó a la otra y ahora se encontraban en ese limbo donde por el día eran socios y por la noche se convertían en amantes. Sabía que Elías quería más, él se había encargado de dejárselo claro, pero ella siempre era la que ponía el freno. Y ahora, cuando quería cambiar de pedales y darle al acelerador, no se atrevía.

—¿Estás segura de que…? —Se acercó a él a paso rápido, dejando un suave beso sobre sus labios, para que dejara de hablar. Habían pasado horas la noche anterior hablando de lo mismo y no habían llegado a ningún lado. Las cosas no cambiarían esa mañana, por más que él insistiera.

—Es algo que tengo que hacer. Ya no hay vuelta atrás. —repitió las mismas palabras de la noche anterior, pero Elías no se veía convencido. Posó sus manos en la cintura de la mujer y apretó con un poco más de fuerza, reacio a dejarla ir. Edna entendía su miedo, entendía el porqué de sus reacciones, pero tampoco podía dejarse convencer. Era algo demasiado importante para ella, por nadie retrocedería.

—Al menos déjame ir contigo. —La vulnerabilidad en su voz hizo que su corazón se encogiera, le sonrió con ternura y apoyó la cabeza en su hombro desnudo.

—Me encantaría. —Confesó—. Pero tienes una reunión importante, ¿se te olvidó? —cuestionó, medio divertida.

—Puedo reprogramarla. —resolvió con facilidad, Edna negó.

—Has pasado meses tratando de concretar las cosas con ellos, Elías. —Le recordó—. No voy a permitir que dejes pasar esa oportunidad por mí. Además, papá irá conmigo. —Lo tranquilizó, acariciando sus brazos.

—Ten cuidado. —pidió, depositando un casto beso en su frente.

—Lo prometo. —Se permitió unos minutos de paz en su abrazo antes de alejarse y volver a tomar su bolso, finalmente decidida a irse—. Avísame cómo te fue.

—Tú también. —pidió—. No importa la hora.

Asintió, luego salió por la puerta. Se apoyó en la pared fuera de su apartamento, dejando entrar los nervios que había mantenido a raya. No quería preocupar más a Elías, ya el pobre parecía a punto de un colapso. La calidez se derramó sobre su pecho ante sus palabras anteriores. Salió a paso tranquilo del edificio, el portero la saludó con una sonrisa y un asentimiento de cabeza, ya era bastante regular por ahí para que la reconociera. Le devolvió el saludo silencioso y buscó su coche en el gran aparcamiento delante del edificio. Suspiro al divisarlo en la última fila, trotó hasta llegar hasta él y se dejó caer sobre el asiento del piloto. Llamó a su padre, él contestó después del primer timbrazo.




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