A. Alexa. Siempre contigo

24

La cosa sobre los huracanes era que, aun cuando te sientes preparado para ellos, nunca estás realmente preparado para ellos. Lo mismo se podía aplicar a la vida real.

La muerte es una parte fundamental de la vida, algo que nos rodea a diario y lo único seguro que tenemos en nuestro futuro realmente. De todos modos, la muerte siempre nos llega de sorpresa y nunca estamos preparados para aceptarla.

Mientras veía a Mauricio desaparecer de su línea de visión, pensaba sobre ello. Solo la noche anterior habían reído, se habían divertido y pensaron que tenían una vida entera por delante para arreglar las cosas. Ahora él partía hacia la ciudad, con el temor de no llegar a tiempo para al menos despedirse de su hermana menor.

Tal vez fue cuando él se rompió delante de ella, sollozando y maldiciendo el destino, que finalmente entendió algunas cosas en su vida. Ella nunca se rompería de esa forma por alguien de su familia —excluyendo a Abigail—, no permitiría que nadie la viera tan vulnerable. Ahora al menos podía encontrar una razón a su desapego, una explicación a su falta de sentimientos reales hacia su familia.

En realidad, no eran su familia. Sí, la habían criado y le habían dado una vida medianamente decente, pero no podía obviar el hecho de que la habían robado de sus verdaderos padres. No podía olvidar que Julián la había visto crecer desde las sombras, siempre ahí para ella, más siempre a medias, temiendo que le hicieran daño.

Y ella, en alguna parte de sí, siempre lo sospechaba. Más aún desde que se encontró a Camilo y descubrió que su tío estaba casado con una mujer de la que ella no sabía nada, las dudas empezaron a ser más y más fuertes, a parecer más y más certezas.

Suspiró, apagando el coche, pero se tomó su tiempo antes de salir. El hospital se erguía delante de ella; le pareció un monstruo que estaba ahí para arrebatarle todo. No podía dejar de imaginar a su madre, siendo llevada con prisas por esas puertas metálicas, con sangre deslizándose por la camilla, bañando el suelo. A los doctores, echados sobre ella, tratando de extender por unos minutos más su vida, aunque sabían que no había nada que podían hacer. A su padre, igual de malherido que Nina, pero seguramente pensando en el bienestar de su familia antes que el suyo propio.

Se estremeció. Ni siquiera sabía si había sido ese el mismo hospital donde había muerto su madre, pero en ese momento no necesitaba certezas, sino algo para llenar sus memorias. Salió del coche despacio, tratando de ralentizar lo máximo posible su entrada en ese fúnebre lugar. Apretó su celular en la mano, esperando una llamada que aún no llegaba.

Cuando se tranquilizó un poco, Mauricio salió con prisa junto a Pedro, y ella se quedó atrás por unas horas. Después decidió hacer lo mismo, a pesar de no poder estar con él en el hospital, al menos podía estar en la cercanía cuando la necesitara. Por eso se sentía aún peor al entrar a la sala de espera, no quería encontrarse con nadie de la familia Gallego. Sabía que todos sospechaban de los Rodríguez, no había que ser un genio para darse cuenta de ello, así que seguramente no sería placentero para ellos verla deambulando por ahí.

Así que el plan consistía en pasar desapercibida, terminar sus cosas ahí e irse antes de perturbar a nadie.

—¿En qué puedo ayudarla, señorita? —La voz de la enfermera de guardia la sorprendió, no la había visto cuando entró.

—Eh… —Por un momento no supo exactamente qué decir, su cerebro había dejado de funcionar por un breve minuto—. Estoy esperando al detective… —La enfermera la entendió, claramente estaba al tanto de lo que sucedía. Sin dejar que terminara, le indicó el camino, con una sonrisa ensayada.

Odiaba a Camilo. ¿No había otro lugar donde citarla más que el maldito hospital? Llegó con facilidad a la sala de espera, se sentó en una silla medio escondida de la vista de todos, porque podía sentir que los Gallego estaban al otro lado de la pared. Camilo estaba con ellos, aunque ella no entendía muy bien por qué se estaba encargando él de un accidente automovilístico. Quizá la implicación de su familia era la razón, Camilo no perdería oportunidad de hundirlos.

No podía quedarse ahí, escondida como una ladrona detrás de una pared. Por eso paseó por el lugar, fue a comprar un café en una máquina expendedora y se quedó ahí mientras se lo bebía. Camilo podía mandarle un mensaje cuando la necesitara.

Se despegó de la ventana que daba al área interior del hospital, cuando se dio de bruces con una de las personas que había tratado de evitar todo el día. Lina Gallego era una mujer hermosa para su edad, pero en esos momentos no podía ver nada de la jovialidad que la caracterizaba. Parecía haber envejecido veinte años en un par de días, sus ojos estaban rojos de tanto llorar y sus manos temblaban sin control. No reconoció al hombre que la acompañaba, aunque podía ver que era alguien cercano a la familia, porque él parecía igual de destrozado que Lina.

Tuvo la esperanza de que Lina no la reconocería, por eso con un asentimiento de cabeza los saludó y trató de escabullirse. Una mano en su brazo la detuvo.

—¿Viniste a terminar el trabajo? —Su voz estaba rota por el llanto, pero su agarre era demasiado fuerte para la mujer frágil que estaba delante de ella. La mano del desconocido se posó sobre la suya, le dio un pequeño tirón para liberar a Andrea.

—No vale la pena, señora. —Esas palabras escocieron más de lo esperado, más aún el hombre tampoco la miraba. Estaba concentrado en Lina.




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