A. Alexa. Siempre contigo

25

La vida te podía cambiar en un instante. En un momento estaba en una playa de Cancún, planeando decirle a su familia sobre su relación con Andrea Rodríguez y pedirle matrimonio a esta y en el siguiente se encontró mirando fijamente las manecillas del reloj en una sala de espera del hospital.

No podía concebir el mundo en el que Edna no estuviera. No podía imaginarse vivir por el resto de su vida sin volver a escuchar su risa, sin hablar con ella y disfrutar de sus ocurrencias. Simplemente, no podía. Pero, la realidad era diferente y sabía que debía prepararse para lo peor. El médico había sido claro: el golpe en la cabeza de Edna fue demasiado fuerte, sería un milagro que lograrán salvarle la vida.

—¿Cómo qué no puede hacer nada? —Pedro alzó la voz, sacándolo de sus pensamientos y regresándolo al presente. Su hermano estaba como loco, no podía quedarse un segundo quieto y los estaba poniendo a todos de los nervios.

—Estamos haciendo todo lo que está en nuestras manos para arreglar esto… —empezó a decir el policía, pero su hermano lo interrumpió con un movimiento de mano, antes de estrellar su puño contra una pared. Se sobresaltó hasta él mismo, por eso se alzó con brusquedad y tiró de él.

—Ya cálmate. —Era hipócrita de su parte pedirle la calma cuando todos hervían por dentro, pero no podía seguir mirándolo lastimarse a sí mismo.

—No nos hagamos locos. —Pedro se zafó de su agarre—. Todos sabemos quién está detrás de esto. —Los miró a todos, buscando a alguien quién lo apoyará.

—Señor Gallego, —volvió a meterse el policía—, entiendo que esta situación es muy difícil para ustedes, pero si nos movemos ahora, sin pruebas, pondríamos en peligro la investigación entera. —le explicó. Para Mauricio, el hombre, tenía sentido; para Mauricio, el hermano, sonaba como un puñado de excusas.

—Les voy a conseguir sus pruebas. —gruñó Pedro, haciendo ademán de salir de la sala, Mauricio volvió a retenerlo. Aunque supo de inmediato que no fue por eso que se detuvo en seco, fue el grito entrecortado de su madre—: ¡No!

Lina se había mantenido en silencio, echada sobre una silla todo ese tiempo, con la mirada perdida. Parecía ajena a lo que ocurría a su alrededor, pero al parecer los estaba escuchando con atención.

—No te atrevas. No voy a preocuparme por otro hijo hoy. —Sus palabras surtieron efecto. Su hermano destensó los hombros, se relajó un poco y se apoyó en la pared, clavando la mirada en la pared.

—Perdón, mamá. —murmuró, aún sin estar seguro de que Lina lo escucharía.

—Señora, ¿quiere que vayamos a por algo de tomar? —Lina, para sorpresa de todos, aceptó la propuesta de Elías y se levantó con lentitud, tomándolo del brazo y caminaron fuera de la estancia.

Mauricio le agradeció en silencio al hombre. Él no lo conocía muy bien, pero sabía que era un gran amigo de la familia, especialmente de Edna. En realidad, había sido él quien les avisó, por alguna razón que en ese momento desconocía fue el primero en arribar a la escena y desde ese momento no se despegó de Edna.

—Tenemos que tranquilizarnos. —Le repitió a su hermano—. No le ayudamos en nada a Edna si nos perdemos en el enojo. Deja que la policía haga su trabajo. —Pedro empezó a respirar con más calma y supo que había logrado convencerlo, de momento.

No era que él no estaba seguro de que los Rodríguez eran los responsables del accidente de Edna. Era demasiada coincidencia que eso sucediera justo después de que testificara contra ellos, pero no podía dejarse llevar por sus sentimientos. Aunque todo dentro de él le pedía que los matara con sus propias manos, eso no ayudaría en nada a su hermana y solo conseguiría destruir la vida de su familia aún más. Su madre ya estaba sobrecargada con la salud de Edna, no necesitaba a otro de sus hijos en la cárcel, o algo peor.

Las noticias sobre el estado de Edna no llegaban. Aunque una enfermera les había prometido mantenerlos informados, no había salido en todo ese tiempo. No sabía si eso significaba buenas o malas noticias. Todos se quedaron en silencio, cada quien perdido en sus sentimientos. Hasta el detective no dijo nada más, solo los sonidos de su celular interrumpían el silencio.

—Apenas tenga alguna novedad, les aviso. —Se excusó el policía, Mauricio asintió en señal de que lo había escuchado.

Solo unos minutos después de que él saliera, volvieron su madre y Elías. El hombre tenía una mueca extraña en su cara y su madre parecía aún más devastada que antes. Lo mismo lo notó su padre, porque se acercó a su mujer con rapidez.

—¿Qué pasó? —La tomó de las manos y las apretó, infundiéndole coraje. Lina frunció los labios, disgustada.

—Me encontré con una de… ellos. —le dijo, llena de odio. Nunca antes la había visto tan… enojada.

—¿Con quién? —Fue Pedro quien hizo la pregunta, porque su padre también se había quedado mudo.

—La mayor. —Mauricio sintió que su corazón se detenía por un momento—. Buitres. No podían esperar noticias, vinieron a verlo por sus propios ojos. —Su madre siguió hablando —seguramente mil cosas en contra de Andrea—, pero él ya no la escuchaba.

¿Qué hacía en el hospital? Lo único que se le ocurría era que había sido por él, que trató de acercarse para apoyarlo, porque cualquier otra opción era inconcebible. Ella no estaba involucrada. Se negaba a pensarlo, a aceptarlo. Porque eso le rompería el corazón en mil pedazos. Se quedó relegado, ignorando las voces a su alrededor: mayormente la de su padre y hermano interrogando a Lina y Elías.




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