A. Alexa. Siempre contigo

27

La lluvia empezó en las últimas horas de la tarde y pronto inundó las calles de la ciudad, llevándolas al colapso. Una pila de coches se atiborraba en la avenida principal de su barrio, las sirenas de los conductores frustrados llenaba el aire de una cacofonía insoportable. El viento que acompañaba la lluvia mecía los árboles y las farolas, haciendo que las luces que iluminaban las calles titilaran.

Se apoyó en el vidrio frío de la ventana, demasiado hipnotizado con el caos de ahí afuera como para quitar la mirada. Las gotas de lluvia se deslizaban por el mismo, en patrones diferentes, acaparando aún más su atención. El crepitar de la leña en la chimenea lo sacó de su ensimismamiento, justo cuando la luz se fue definitivamente.

—¿Vas a bajar por más leña tú? —Andrea estaba sentada delante de la chimenea, el danzar de las llamas se reflejaba en su pelo y su cara, haciéndola ver etérea. Ella giró hacia él, con una sonrisa en la cara, una sonrisa que no había admirado desde hacía demasiado tiempo.

—Pensé que sería simbólico. —Se encogió de hombros, aun sonriendo. Mauricio se separó finalmente de la ventana y se acercó a donde estaba sentada; antes había extendido una manta y había arreglado varias almohadas, creando un refugio delante del fuego—. Ahora creo que realmente lo vamos a necesitar. —Rio, sonrojándose un poco.

Mauricio se sentó a su lado y la mujer no perdió tiempo para acercarse e instalarse entre sus brazos, llevando sus manos a posarse sobre su estómago, afianzando su unión.

—Creí que ya no construían estás en los edificios nuevos. —Se refería a la chimenea; se recostó sobre su regazo, con la mirada fija en la suya. Mauricio afianzó el abrazo, inclinó un poco la cabeza para dejar un beso sobre su frente.

—También creí que sería simbólico. —Explicó—. Le instruí al capataz que siempre tenga leña en el depósito, para ocasiones especiales. —Andrea frunció el ceño ante sus palabras y una mueca graciosa se formó en su rostro.

—Es decir, para seducir las mujeres con tu hermosa chimenea en un apartamento en medio de la ciudad. —No pudo evitarlo y río ante su tono disgustado. Siguiendo con su pequeña broma —o quería pensar que lo era— trató de liberarse de su agarre, pero no se lo permitió.

—Eres la primera que la encendió. —Le aclaró.

—Ah. —Ella pareció pensar en algo por un minuto, pero su mueca no desapareció—. Entonces, hasta eso tuve que hacer por mí misma. Tú lo hacías para los demás. —Mauricio volvió a reír, a pesar de saber que no era lo más prudente.

—¿Y este ataque de celos, señorita Rodríguez? —preguntó, medio divertido, medio preocupado.

—No es un ataque de celos. —Aclaró, volviendo a clavar la mirada en el objeto de su discusión—. Simple curiosidad.

La tomó de la barbilla para hacerla girar la cabeza en su dirección. Dejó un beso suave sobre sus labios, apenas un toque ligero, pero que de alguna manera se sintió más íntimo, más especial que el más apasionado de ellos.

Volver a estar en sintonía con Andrea, con sus sentimientos, traía una calma inexplicable a su vida, tranquilizaba su alma. Aunque en ningún momento estuvieron de verdad alejados, los últimos acontecimientos habían hecho que una brecha se abriera entre ellos sin siquiera estar conscientes de ello. Hasta sus encuentros parecían un intento desesperado por volver a ser los mismos de antes, pero no han tenido éxito.

No, hasta esa noche. La lluvia, el ambiente y la magia que se respiraba en el aire lo traía de regreso a Cancún, a ese hotel donde estuvieron encerrados durante el huracán, con cero problemas a su alrededor más la creciente atracción entre ambos. Pero, no podía darle todo el crédito al clima y a la atmósfera. También tenía que ver que Andrea se había sincerado con él esa tarde, en frente de la estación de policía.

Ella había temido que cuando descubriera su involucración en el accidente de su hermana —las palabras de Andrea, no suyas—, se enojaría. Por su parte, Mauricio no lograba encontrar las palabras para decirle lo orgulloso que se sentía de ella. Hacer una denuncia en contra de una empresa corrupta y rival era una cosa, pero hacerlo en contra de tu propia familia significaba un código moral más alto. Un código que él mismo temía no poseer.

Sentía que había algo más en esa historia, la voz de Andrea se rompía cada vez que mencionaba a su fallecido tío Julián, pero no quería indagar más. Confiaba ciegamente en ella y sabía que se lo contaría llegado el momento. Lo único que temía era que fuera demasiado tarde. Andrea estaba traicionando a personas que estaban dispuestas a todo para protegerse y proteger a su patrimonio, jugando un juego doble que podía llevarla a una situación peligrosa.

No quería ni imaginarse que ocurriría cuando los Rodríguez se enteraran de que la información había salido de sus propias filas, que una de ellos decidió hablar y exponer todas sus fechorías. El destino de Edna le parecía demasiado benevolente con lo que sabía le harían a ella.

—Eres la primera mujer aquí. —De vuelta a la realidad, le confesó. Volvió a sentir la misma vulnerabilidad que fue su compañera por demasiados años después de la traición de Melina. No era un santo y había tenido su quita de relaciones sexuales durante ese tiempo, pero nunca trajo a nadie a su apartamento. Era su santuario y no soportaría que alguien usara su confianza de nuevo para traicionarlo. La boca de Andrea se abrió debido a la sorpresa y él aprovechó para volver a robarle un beso—. Sin contar a mi mamá y a mi hermana, claro. —Intentó bromear, quitarle hierro a su confesión. Por la mirada que le dedicó la mujer, no tuvo éxito, aunque decidió no preguntarle nada más.




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