A. Alexa. Siempre contigo

29

El apartamento estaba en silencio. Aún no había movido las cortinas de las ventanas, haciendo de la oscuridad su fiel compañera. Su madre se había ido a dormir una hora atrás, sin dirigirle siquiera una palabra. Su hermano no se molestó en quedarse, se fue minutos después de Andrea.

Aunque ya conocía el posible desenlace de todas las mentiras que contó en los últimos meses, eso no hacía que afrontar las consecuencias fuera más fácil. En realidad, era un tormento bien merecido.

Valerio se sentó a su lado, arrastrándolo de vuelta a la realidad. Le ofreció una copa de whiskey, a la vez que él apuraba la suya propia. Por un segundo pensó en rechazarla, apenas eran las nueve de la mañana, pero se sentía como si hubiera estado despierto por días. Por eso aceptó la bebida.

—¿Cómo lo supiste? —Desde que Andrea le contó que su padre ya sabía su secreto, no supo cómo sentirse.

Quitaba algo del peso que le aplastaba el pecho el pensar que, si realmente le estuviera molestando, habría dicho algo antes. Aunque, tratándose de Valerio, nunca podías estar completamente seguro sobre esas cosas. Su padre era conocido por sus maneras rebuscadas de tratar algunos asuntos.

—Melina me llamó, hará un par de semanas. —dijo a cabo de un minuto. Mauricio casi escupió el trago que le había dado a su whiskey ante la impresión.

—¿Melina te llamó? —repitió, incrédulo. Valerio asintió, pero no agregó nada más por un buen rato, llevándolo a la desesperación—. ¿Por qué? —Miles de preguntas se escondían detrás de esas dos palabras, más no fue necesario formularlas, Valerio ya sabía lo que más le molestaba.

—No es la primera vez. —confeso, sorprendiéndolo aún más. Lo último que se le ocurriría era que Melina mantuviera contacto con su padre—. Desde que ocurrió, trataba de llegar hasta ti. Siempre me encargué de que se encontrara con una pared en cambio.

—¿Por qué? —No parecía estar capaz de pronunciar otra cosa que no fuera esa eterna pregunta. ¿Por qué?

—Estaba desesperada, hijo. Lo perdió todo de la noche a la mañana y trataba de al menos recuperar una parte de su red de seguridad.

—Estaba furiosa conmigo por lo de la tesis. —Le recordó, no tenía ningún sentido que Melina lo buscara cuando fue ella quien se creyó la víctima de lo ocurrido.

—Supongo que recapacitó. —Valerio se encogió de hombros, quitándole la importancia al asunto.

Para su familia, Melina fue la nuera soñada. Compartía los mismos intereses, no solo con Mauricio, sino con los demás Gallego también. Pedro la miraba como el ideal de la mujer, Edna como una hermana mayor sin ningún defecto. Sus padres, también, como a otra hija. Y ella había arruinado todo eso con un chasquido de dedos, rompiéndole el corazón sin piedad.

—¿Por qué nunca me lo dijiste? —cuestionó. Su padre dejó escapar una risa sin una sola pizca de humor, antes de rellenarse de nuevo la copa. Volvió a bebérselo de un trago, sin siquiera hacer una mueca ante la quemadura del alcohol.

—Estabas destrozado. —Ofreció como toda explicación—. Toda la vida, tu madre y yo nos esforzamos por mantenerlos lejos del dolor. Sé que eso es una utopía, que no podía mantenerlos protegidos del todo. —Se explicó—. Pero eso no significaba que le dejaría el camino libre hacia ti de nuevo.

—Nunca me lo dijiste. —acusó.

—Y lo siento por eso. Pero, como dije, estabas destrozado. Y después, no lo estabas. Sanaste y no quería que ella volviera a tu vida, que volviera a lastimarte. —se excusó.

—¿Por qué te llamó de nuevo? —Dejando de lado al asunto de Melina —a esas alturas ya no tenía importancia alguna— recordó por qué estaban teniendo esa conversación.

—Se encontró contigo en Cancún. Eso le dio esperanzas, hasta que tú te encargaste de aplastarlas. Se puso en contacto conmigo porque esperaba que yo te hiciera entrar en razón. —Suspiró—. Cuando le dije que no, pensé que había terminado todo, que finalmente desistiría.

—Pero no lo hizo. —adivinó.

—Un par de días después se comunicó de nuevo. Esperé que volvería a pedirme lo mismo, pero… En todos estos años, nunca advertí tanta maldad en su voz. —Se quedó callado de nuevo, seguramente repasando lo acontecido en su mente. Mauricio ya imaginaba como terminaba el relato, pero se abstuvo de interrumpirlo—. Estaba trabajando con Alfonso, ya no necesitaba mi apoyo. Pero, quería darme un regalo de despedida.

—Él se lo dijo. —Concluyó Mauricio—. Era el único que lo sabía. —Se odió en ese momento. Nunca se habría imaginado que su amigo lo traicionaría, a pesar de cómo habían quedado las cosas entre ellos. Al parecer, su atracción por Andrea iba más allá de lo que ninguno de ellos se imaginó.

Y si fue dispuesto a traicionarlo a él, no le extrañaría que hiciera lo mismo con Andrea. Debían decirles a los Rodríguez todo aquello por su cuenta lo antes posible, antes de que lo supieran de otro lado. Adelantarse a los hechos era la única manera que se le ocurría de controlarlos.

—Quería hacerte daño, era evidente. Por eso me tomé la información con reserva, empecé a hacer algunas preguntas. —Prosiguió su padre, ajeno a su debate interno—. Luego entendí que tuve la respuesta delante de mí todo ese tiempo.

—¿Cómo? —se interesó.




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