A. Alexa. Siempre contigo

Especial [3]

Su cuerpo entero dolía. Se sentía en llamas, su garganta estaba ardiendo y los párpados le pesaban.

Fue vagamente consciente de que sus padres habían entrado a verla, su mamá había llorado y su papá estaba detrás de ella, abrazándola y confrontándola. Solo con verlos algo dentro de ella volvió a cobrar vida, fue una imagen tan familiar que le llenó el corazón de esperanzas.

El siguiente en entrar fue Pedro. No le había dicho nada, solo se quedó ahí llorando y pidiéndole perdón. Aún no sabía por qué lloraba, pero tampoco era algo de que podía preocuparse en su estado.

Se había quedado dormida después de la visita de Pedro, los sedantes estaban haciendo estragos en ella. Cuando despertó, horas después, el dolor había vuelto con más fuerza y no podía mantener los párpados abiertos. Cuando juntó las fuerzas suficientes estiró la mano y apretó el botón de emergencias para llamar a una enfermera.

—Me duele. —se lamentó cuando entró una mujer regordeta, ella le sonrió con amabilidad.

—Lo sé, cariño. —Se acercó con lentitud y apretó un botón sobre el monitor que seguía sus signos vitales—. El doctor va a venir pronto para verte. —le indicó, deteniéndose para arreglar sus almohadas y ponerla más cómoda.

—Gracias. —dijo, mientras la mujer se alejaba con paso resuelto.

En el silencio de su habitación volvió a entregarse a los recuerdos. Amaría poder decir que no recordaba nada de lo sucedido, pero la realidad era que tenía cada pequeño instante grabado a fuego en su memoria.

El dolor, el fuego, el olor al petróleo quemándose. Los gritos de los transeúntes, tal vez los suyos propios. Hasta tenía clara la alucinación que le hizo creer que Elías había estado ahí, abriéndose paso en su dirección.

Se estremeció, volviendo a sentir el miedo que la había paralizado más que el metal apretando sus piernas. Retrocedió un poco más, rememorando el pánico cuando se encontró con el coche avanzando en su dirección a toda velocidad, sin siquiera salirse un poco de su ruta. Por un momento pensó que el coche fue vacío, no le pareció haber visto a nadie detrás del volante. Sacudió la cabeza ante ese pensamiento absurdo y el dolor viajó por cada rincón de su ser, llevándola a la locura.

¿Qué habría pasado con el otro conductor? La atormentó esa pregunta.  Un abanico de posibilidades se abría delante de ella, cada cual más fúnebre que la primera. Tal vez se había sentido mal y por eso no alcanzó a girar; tal vez había perdido el control del vehículo. Tal vez… tal vez. Tal vez sus propias memorias estaban empeñadas y todo aquello había sido su culpa.

El sonido de la puerta al abrirse la rescató de ese camino tortuoso por el que iban sus pensamientos. Mauricio le sonreía desde el otro lado de la habitación, pero pareció dudar antes de acercarse. Ella estiró el brazo, llamándolo.

—¿Cómo te sientes? —Su hermano susurraba, como si el sonido de su voz podría lastimarla. Ella intentó sonreír, pero el dolor le impidió hacerlo.

—Como si un camión me hubiera pasado por encima. —respondió.

—Casi. —Una leve sonrisa se dibujó en los labios de Mauricio, acercó su mano para dejar un beso sobre su dorso—. Nos asustaste mucho.

—Lo siento. —Se disculpó, aunque no sabía exactamente por qué—. Mau… —llamó su atención cuando pareció perderse en sus pensamientos—, ¿qué pasó con el otro conductor?

Mauricio frunció los labios, indeciso. Supo que no le gustaría la respuesta.

—Cariño, no hubo otro conductor. —La revelación hizo que su corazón se detuviera por un segundo antes de volver a latir frenéticamente.

—¿Cómo? —preguntó con voz ahogada.

—Eh… —Dudó de nuevo, asustándola—. El coche fue arreglado para conducir en línea recta. —Ella seguía sin entender lo que su hermano decía, pero presentía que no era nada bueno.

—No entiendo. —se lamentó, dejando que un sollozo doloroso se escapara de su garganta.

—No pasa nada. —Mauricio se levantó ante los signos del malestar, apretó el botón sin esperar un segundo—. Ya tendremos tiempo para hablar. Lo importante es que estés bien.

Todo a continuación pasó demasiado rápido. Un par de enfermeras irrumpió en la habitación, seguidas por un médico. Empezaron a hablar atropelladamente —o así le pareció a ella—, revoloteando a su alrededor hasta que la oscuridad ganó la batalla y la arrastró consigo.

La próxima vez que despertó, el sol volvía a brillar en el cielo. Había dormido la noche entera y recordaba la conversación con Mauricio como envuelta en una niebla.

Se acomodó un poco en la cama y el dolor se disparó por su cuerpo, haciéndola gemir. Su gemido despertó a su acompañante, a quien hasta entonces no había visto.

—¿Te sientes mal? —La voz suave de Elías fue como un bálsamo para sus sentidos adoloridos; ignorando la punzada de dolor que sentía con cada movimiento, se giró hacia él. Negó.

—¿Dormiste aquí? —preguntó a su vez, acariciando su mejilla. Sus dedos —ásperos por el trabajo duro al que estaba acostumbrado— le parecieron demasiado suaves en ese momento.

—No tuve oportunidad de verte ayer. Y no quería dejarte sola. —Se encogió de hombros, como si el hecho de que hubiera pasado la noche a su lado, durmiendo sobre un sillón incómodo y demasiado pequeño para él fuera poca cosa—. Me asustaste muchísimo. —confesó, bajando la cabeza hasta dejar un beso sobre su frente.




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