A. Alexa. Siempre contigo

32 [Especial]

 

La caída de una familia prominente

Una batalla feroz que duró meses, finalmente vio su final el día de ayer en los juzgados de la capital del país, donde el juez declaró culpables a los integrantes de una de las familias más prominentes de la ciudad de una serie de cargos criminales…

Desde pequeños fraudes y sobornos, al secuestro infantil y homicidio, Sebastián Rodríguez junto a su esposa, Carmen Rodríguez y sus dos hijos, Alan y Ángel, fueron condenados, respectivamente…

 

—No deberías hacer esto. —La reprendió Mauricio, arrancándole el periódico de las manos. Andrea frunció el ceño en su dirección, pero se abstuvo de comentar nada. El hombre deslizó una manta sobre ella, a medida que avivaba el fuego de la chimenea—. Resulta curioso como siempre terminamos en una situación así. —comentó mientras se sentaba a su lado en el sofá y se metía él también bajo la manta.

—¿En un hotel en medio de un desastre natural? —curioseó Andrea, dejando de lado el malestar que le provocó leer las noticias y dejándose envolver por la calidez del ambiente.

—Precisamente. —Mauricio rio, a través de la cortina corrida tenían una vista perfecta de la lluvia inundando las calles de la ciudad y el viento meciendo los árboles.

—Bueno, otras parejas tienen sus canciones, sus películas, sus lugares románticos. —Enumeró, divertida—. Nosotros tenemos nuestros desastres. —Mauricio rio, dejando un beso sobre su cabeza.

—¿Estás bien? —Se refería a su manía de leer la noticia del juicio de sus tíos varias veces al día desde que la misma salió, un mes atrás.

En ese momento habían estado en Cancún, ultimando los detalles del proyecto ahí antes de ir a Veracruz, donde comenzarían un nuevo proyecto. No dejó que eso cambiara sus planes; en realidad, había ido al juzgado solo una vez, para testificar, y después se desentendió de todo el proceso. Algo que no podía decir de su hermana —seguía llamando a Abigail así, a pesar de saber que no lo era—, quien, aún enojada con ellos, permaneció a su lado hasta el final.

—Sigo sin poder creer todo el daño que causaron. Me hace sentir bien saber que van a pagar por ello y eso también me hace sentir mal porque no sé sí… —Mauricio la interrumpió con un beso pasional, aunque sabía que su solo propósito era callarla.

—Tienes derecho de sentirte de esa forma. Te hicieron mucho daño, directa e indirectamente. —Repitió las mismas palabras que las últimas cien veces que Andrea entró en ese estado de confusión y ella empezaba a creérselas.

—¿Me pasas el periódico? —Mauricio la miró sin estar muy seguro, pero finalmente se lo alcanzó. Sonrió cuando lo tiró a la chimenea encendida. Verlo arder le provocó una satisfacción instantánea—. Tienes razón. No tienen por qué condicionarme más.

—Siempre la tengo. —Presumió, Andrea le propinó un golpe en el hombro—. Hablando de familias, ¿cuándo se lo diremos a los demás? —No tuvo que aclarar su pregunta, ella lo entendió al instante.

—Después de la boda. —prometió.

🌊🌊🌊

Elías retiró la silla para que se sentara en un gesto caballeroso que los tenía a ambos al borde de la risa. Trataron de disimular, se encontraban en uno de los restaurantes más exclusivos de Cancún y no querían que los sacaran a patadas por no saber comportarse. Edna se estaba divirtiendo con sus caras de sufrimiento al leer las opciones del menú —su compañero definitivamente no era un gran admirador del marisco.

—Esperé tanto por… esto. —lo escuchó murmurar, pero fingió no hacerlo.

—¿Dijiste algo? —Se interesó, dejando de lado su propio menú y se inclinó sobre la mesa para acercarse a él. Elías negó, aun con el ceño fruncido.

—Nada. —Respondió, distraído—. ¿Qué vas a comer?

—La seis está exquisita. —Ofreció, reconociendo su dilema. Por la sonrisa que le dedicó, entendió que no estuvo equivocada.

Ella tampoco era una cliente frecuente de los restaurantes caros, su fiasco de esa noche se lo debían a su queridísimo hermano, Pedro. Era la primera vez de ambos en Cancún y cuando Edna le mencionó a Pedro que quería invitar a Elías —finalmente— a la cita prometida, le aconsejó que fueran a ese lugar. La broma fue evidente desde que salieron del coche delante de la fachada cristalera del lugar, pero la reservación ya estaba hecha y ellos estaban demasiado hambrientos para buscar otro lugar.

—Pedro tiene un sentido de humor… peculiar. —Excusó a su hermano mientras esperaban la comida. Elías negó, buscando su mano por encima de la mesa y la cubrió con la suya.

—No le gusto. —corrigió.

—Eso no es verdad. Son amigos. —protestó, pero Elías le dedicó una sonrisa ladeada, como si fuera una niña pequeña que no entendía nada de la vida.

—Somos amigos. Le gusto como amigo. —Corroboró—. Pero no le gusto como el pretendiente de su hermana.

—Ah. —Entendió finalmente y muchas cosas de repente adquirieron un nuevo sentido—. Va a tener que acostumbrarse. —sentenció despreocupada.

—Sinceramente, la única opinión que me importa es la tuya. —Había una pregunta escondida ahí, pero ella simplemente no se sentía cómoda respondiéndola… aún.




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