Arrastré la maleta hasta la salida del aeropuerto y me detuve. ¿Cómo debería decir "hola"? Había pasado un tiempo. Muy bien, alto ahí. Con toda honestidad, esa era una expresión vaga. Unos cinco años lejos de casa no pueden ser definidos como “un tiempo”. Como sea. No resuelve mi duda. ¿Qué debería decir?
El interior de mis cachetes dolía de tanto morderlos nerviosamente. Me sentía, sin una razón evidente, bastante cohibida. Ahora que lo había pensado mejor, hubiese preferido elegir algo de ropa más cómoda para viajar, pero no quería que pareciera que estaba pasando por un mal momento. Mi ropa cómoda, era eso, ropa cómoda. Para mi hermana, sin embargo, eran harapos. Una mujer en estos días de supervivencia extrema, y en esta sociedad en la que cohabito con Cinthia, parece no poder estar cómoda sin ser comparada desvergonzadamente con un vagabundo.
Ajusté la fastidiosa camisa de chiffon que seguía moviéndose con la brisa y continúe esperando. Cinthia debía estar aquí en algunos minutos. O al menos eso me dejó saber en el mensaje que envió antes de embarcar.
Estaré esperando por ti a la afueras del aeropuerto. ¡No vayas a tardar! Tenemos mucho por hacer.
De cualquier manera, el vuelo había sido desastroso y ciertamente me dolía un poco el cuello. Las dos personas a mi lado se apropiaron de su espacio y también el mío. A veces no lograban comprenden cómo es que las personas eran capaces de trasgredir el espacio personal de los demás y sentirse tan cómodos con ello.
Yo no fui capaz de despertar a ninguno de los dos para que me dieran un poco de espacio y como consecuencia, porque la timidez siempre tiene consecuencias, cada movimiento mínimo que realizaba me causaba un fuerte tirón desde la nuca hasta los hombros. Por lo que esperaba que, lo que sea que significará "mucho por hacer", no me detuviera de estar más tiempo del necesario alejada de la cama de mi habitación de hotel.
Revisé el celular esperando no haberme perdido algún mensaje. Nada. Ninguna notificación pendiente en la pantalla. Por un parte, siendo positiva, era bueno. Aunque amo mi trabajo, había solicitado que las llamadas fueran limitadas a situaciones sumamente necesarias. Confiaba en quienes quedaron al mando tras mi partida, pero con niños, jamás se sabía con certeza. En un segundo están bien y al siguiente alguno casi pierde la mitad de un dedo, o pretendían volar desde el escalón más alto. No se podía confiar en niños con altos picos de energía qué tenían ganas de vivir las experiencias más extremas a expensas de nuestros nervios. Jamás.
El pitazo de un auto retumbó a los lejos y lo ubique con la vista y note que, a una velocidad cuestionable, se acercaba a mi posición. Decidí moverme hacia atrás ya que un charco se desplegaba frente a mí y no quería ser mojada. A ese pitazo le continuó otro, y otro, y otro. ¿Qué clase de loco está al volante? A este paso sería reportado a la policía, incluso parecía que ni siquiera tenía el control total del volante.
A pocos metros de mí, la discreción se había perdido. Todas las cabezas seguían el auto esperando conocer su paradero. Puesto que tampoco parecía que iba a disminuir la velocidad o detener los pitazos, me alejé aún más. La buena pinta no combinaría con un chapuzón de agua de dudosa procedencia. El marrón no me sentaba bien.
Caminando lejos del maniático conductor, divisé una cafetería. Suspire animada de poner un poco de energía liquida en mis entrañas. Con lo poco que pude dormir la noche anterior, un café me levantaría el ánimo. Inicié la marcha tan contenta que me imagine dando pequeños saltos, solo que no pude dar más de dos breves pasos.
— ¿Qué haces? —exclamaron a mis espaldas.
Miré a todos lados reconociendo la voz. ¿Acaso escuché mal? Vi a un lado y al otro, comprobando. La única opción restante era la peor de todas. Me aferre a la maleta cerrando los ojos por un momento para elevar una petición. Cuando me giré, inevitablemente la vi a ella y el auto que momentos atrás juzgaba duramente con el resto del público. Mis hombros cayeron.
— ¿Eres tú quien conduce? —quise asegurarme.
Su sonrisa se agrandó y palmeo el capó del auto demasiado orgullosa para una persona que parecía querer emular el movimiento de una serpiente con su auto. Pensando eso, mis ojos se clavaron en ella para no descifrar las expresiones de los demás presentes. Aunque por los duros murmullos sabia que las personas a nuestro alrededor no estaban muy contentas con sus modos temerarios.
— ¿Quién más podría ser sino yo? —admitió como si fuera cualquier cosa.
Observé a mis alrededores sin más remedio, demostrando una visible postura de vergüenza que esperaba surtiera efecto y nadie quisiera reportar a un conductor alocado en el medio del aeropuerto. Mientras caminaba hacia donde estaba ella me incliné como gesto de disculpa.
— Sube al auto antes de que nos ganemos una multa o una noche en la cárcel por tus habilidades de conducción. —pase por su lado soltando un bajo pero claro susurro ahogado y apresuradamente ocupé de inmediato el puesto de pasajero.
Ella se encogió de hombros y recogió mi equipaje el cual colocó en la parte trasera. Regresó al puesto de conductor visiblemente feliz, para nada afectada. Varias personas seguían viendo el auto con molestia.
— ¿Por qué siempre tienes que saludar de una manera tan tosca? —reclamó sin perder la felicidad plasmada en su expresión.
#3066 en Novela romántica
#1038 en Otros
#373 en Humor
romance, amigos de infancia, reencuentro de amigos y familiares
Editado: 16.09.2025