A la caza de un marido para mi hermana

Estoy bien

Caminé serpenteando entre los transeúntes que iban demasiado lento para mis apresurados pasos. El reflejo de mi cuerpo en una de las vitrinas sirvió de recordatorio para enderezar mi espalda y me regañe a mí misma. Más tarde me quejaría de dolor en la zona de los omoplatos y pretendería no saber porqué ocurría.

Si sabía: era la consecuencia inminente de mi pésima postura lo que es tal vez por el peso de los pensamientos atrapados en mi cabeza.

Me detuve un par de metros más adelante en una tienda de joyería. Todo en las vitrinas era hermoso. Hermoso y caro, obviamente. Hermoso, caro y lujoso. Eso era una descripción más precisa. Al estar en el centro de la élite de Chicago me aseguré de vestir bien, justo con lo que mamá aprobaría. No deseaba ser confundida con un ladrón, ni mucho menos que me negaran el servicio. Aunque mi ropa lujosa estos días era escasa, aun conservaba una que otra prenda que me permitía pasar desapercibida entre el resto de mujeres con miles de dólares encima. Nadie me veía demasiado, solo lo justo para medir que tanto podía contribuir al ingreso de sus tiendas.

El portero abrió la puerta al ver mi interés, invitándome a pasar. Con una breve bienvenida, pasé al interior dándole una escaneada a las vitrinas nuevamente. Tenía en mente lo que quería, pero no sabía si lo que quería me iba a dejar comiendo fideos chinos la mitad del año siguiente. Una de las vendedoras se acercó con esa sonrisa que prometía convencerte de dejar tu tarjeta en números negativos y con un gesto me invitó a seguirla para comenzar a enseñarme lo que tenían disponible.

— Nos ha llegado una nueva colección de oro que le va a entonar muy bien a su...

— De hecho lo que quiero no es para mí. —la frene. Ella expresó entendimiento con una sonrisa y se dispuso a escucharme tras el mostrador—: Quisiera ver sus collares, específicamente los que tengan dijes de mariposa.

— ¿Mariposa? —repitió, pensativa. Revisó los mostradores y se desplazó unos cuantos pasos para traer las opciones— Tenemos estos tres disponibles. Son exquisitos y delicados.

No eran muy distintos el uno del otro. Quizás una que otra piedra, pero eran prácticamente idénticos. Ninguno me pareció el adecuado.

— ¿Solo estos?

— Si, solo tenemos estos disponibles.

Exhale angustiada. Llevaba todo el día dando vueltas y no podía encontrar el regalo perfecto para Cinthia.

— No es lo que busco.

— Podemos hacerlo personalizado si así lo prefiere. —ofreció.

Pude escuchar los alaridos desesperados proviniendo de mi billetera con peticiones de no aceptar la propuesta. Si de por si las joyas eran caras, personalizarlas era como empeñar un riñón y aún asumir una deuda exuberante posteriormente.

— Tengo una imagen de referencia, ¿eso serviría? —acepté sin más animo de seguir caminando de un lado a otro.

Supongo que tendría que comenzar a pensar en combinaciones baratas para acompañar los fideos chinos y no terminar muriendo de hambre. No me presentaría en la boda de mi hermana con las manos vacías o algo de poco valor. Todos iban a estar al pendiente de los regalos y los cuchicheos volarían a alta velocidad por el lugar. Nadie pasaría desapercibo. Todos estaríamos bajo el escrutinio de todos.

— Eso sería perfecto. —asintió satisfecha de conseguir la deliciosa comisión— ¿Me permite la imagen de referencia? Traeré a nuestra experta en joyas para que pueda discutir en detalle lo que desea.

Afirmé con cierto desgano dejándole mi celular y ella se marchó. Una vez sola, uno de mis pies, como de costumbre, se movió en dirección a la salida queriendo huir. Me obligué a pretender dar una vuelta por la tienda como si dentro de mi bolsa la tarjeta de crédito no estuviera pidiendo clemencia.

— Señorita Lexington.

Eleve mis ojos al cielo y pedí abundancia. Rogué con benevolencia por un tiquete de lotería ganador perdido en el medio de la calle. Suplique que no fueran más de tres ceros los que salieran de mi cuenta ese día. Antes de girarme puse mi mejor rostro y encare a la persona que me llamó... aunque, aguarda un segundo. ¿Por qué me llamó señorita Lexington? No es como si fuese cliente habitual o una transeúnte conocida por hacer grandes compras. Esos nombres siempre eran memorizados por todos los trabajadores de las tiendas en la avenida. Por alguna razón, las personas se sentían motivadas a gastar dineros cuando eran reconocidas.

En cambio, para mí, era una alerta.

— Hola, Yena. —dijo ahora en un tono más casual.

— Amanda. —pronuncie con si hubiese visto un espanto.

La refinada mujer, sonrío. De todas las personas que podía esperar conseguirme en las calles de este lugar, jamás creí que ella sería una.

— Es bueno verte, Yena. No hemos sabido mucho de ti en estos últimos años.

Caminé con calma de regreso a la vitrina, pretendiendo que mi corazón no se iba a salir de mi pecho. Ahora que ella me vio, ya no sería un secreto que me encontraba de regreso.

— Sí, claro. Bastante tiempo.

— ¿Unos cinco años, no? —detalló, innecesariamente.

— Exacto.

Sus ojos recorrieron mi cara. Debí colocarme algo más que corrector esta mañana. Seguro me veía como me sentía: destruida. Algunos recuerdos del día de ayer pasaron fugazmente por mi cabeza y me estremecí. Disimule la sensación de malestar rascando mi brazo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.