El rostro de Cinthia se iluminó al verme en el umbral de la puerta de su apartamento, no obstante, la luz en sus ojos no pudo brillar lo suficiente para combatir la animosidad que arrastraba conmigo. Supuse que presentiría el motivo detrás de mi aparición en su puerta por el mensaje que envié la noche anterior haciéndole saber que había terminado con las evasivas, y en caso contrario, mi rostro largo y atiborrado de amargura se lo haría saber.
No es que estuviera incomoda o aterrorizada por contarle todo lo que no le he contado a Cinthia, sino más bien, es el humor del que soy víctima al rememorar aquellos hechos del pasado. El humor culpable de remarcar las arrugas en mi frente y las ojeras debajo de mis ojos.
Ella me hizo pasar dentro con un gesto de manos, manteniéndose a solo unos metros de mí. Ocupé el sofá dispuesto justo en el medio de su sala de estar, soltando todo el aire que contenía en mis pulmones para regular el ritmo de los latidos de mi corazón que desde hace varios días eran irregulares por razones que trataría posteriormente a esto.
Cinthia, por su parte, se fue a sentar en el sillón individual que nos dejaba justo una frente a la otra.
— Estoy temblando. —murmuró, mostrándome su mano— No sé de donde proviene esta reacción si no me has dicho nada, pero que no te detenga. Ya sabes que soy melodramática.
Agradecí que quisiera aligerar el ambiente. Bien, entonces, tengo que soltarlo. Me saqué el bolso de encima, seque el sudor de mis palmas contra la tela del pantalón en mis muslos y pase saliva para tragarme la resequedad en mi boca.
Ya es hora. Tengo que hacerlo para poder avanzar.
— Andy... —pronuncie, indecisa de cómo seguir. Cinthia se hizo para adelante en su asiento, animándome a continuar con una pequeña sonrisa reconfortante. Trague saliva nuevamente con los recuerdos viniendo a la velocidad de un tren bala. Respira, piensa y formula. Puedo hacerlo. Abrí la boca, escogiendo las palabras adecuadas para no titubear esta vez—: Descubrí a Andy hurtando los exámenes finales una noche que regresé tarde al campus de la universidad. Me pareció muy extraño verlo, tanto que como una tonta, lo seguí dentro del edificio donde están las oficinas de los profesores y lo descubrí llevándose las evaluaciones para obtener copias y, posteriormente, venderlas a un alto precio. Pude confirmarlo porque mi compañera de cuarto me pidió dinero prestado, una gran cantidad que, por supuesto, me negué a darle, y aún más, cuando confesó que tenía una manera de obtener de antemano las pruebas finales que ella sabía que yo necesitaba porque había ciertas asignaturas en las que no tenía un buen desempeño y todo apuntaba a que reprobaría: "Andy Kirk, el chico altivo del grupo de estudio, puede conseguirnos todo lo que queramos. Es muy escurridizo." Eso me dijo ella no mucho después de que me lo encontré esa noche. Naturalmente, descubrieron que la cerradura de la puerta de la oficina de los profesores fue dañada y comenzaron a exigir un culpable. Me di cuenta que nadie hablaría porque más de la mitad de los estudiantes le pagaron a Andy y no lo dejarían al descubierto ya que eso significaría que se verían afectados del mismo modo que él. Como egoístas que son, prefirieron enfrentarse a una suspensión general de los exámenes finales, antes que admitir sus fechorías y librar de reprobar con ellos a quienes no aceptaron la oferta de Andy. Muchos estudiantes estaban asustados. Varios incluso se levantaron a rogar a quienes estaban involucrados para que admitieran su culpa. Los estudiantes becados e internacionales perderían sus becas y no podrían seguir estudiando. Muchas cosas malas iban a ocurrir y yo me sentí terrible por ellos. Al principio no me sentía muy segura de ir a hablar con el decano sola, pero no me quedó de otra que hacerlo al descubrir a mi compañera de cuarto tratando de meterme en el asunto. Nunca pude averiguar si fue idea de ella o de Andy o porqué me escogieron a mí de entre todas las personas, lo único de lo que tenía certeza es que me usarían como su salvavidas. La chica pondría las copias que obtuvo Andy en mis pertenencias, llamaría al celador de nuestro dormitorio y me inculparía. Eso le escuché reconfirmar mientras se escondía en el baño comunitario sosteniendo una llamada a media noche. Le conté todo lo que sabía al decano al día siguiente, pedí que comprobaran las cámaras, sin embargo, Andy... ese malnacido, sabe como zafarse de los problemas. Imploro, pataleo y chilló para ser escuchado. Conmovió al decano de alguna manera con una ridícula historia familiar sobre resiliencia. El zángano puso en tela de juicio mi confesión, y desde el ángulo que quisiera verlo, todo le favorecía. Las cámaras estaban en mantenimiento esa noche que hurto los exámenes y tenía una cuartada solida sobre su paradero. Me parecía increíble como todo apuntaba a su inocencia mientras que yo comenzaba a ser señalada por la falta de pruebas en su contra. Incluso, en medio de la desesperación, me atreví a hacer saber de su cercanía con mi compañera de cuarto, y claro que ambos pudieron pintar juntos la situación como les convenía. Nunca me arrepentí de lo que hice o dije y se lo dejé saber al decano cuando dictamino que no había pruebas suficientes para acusar a Andy y que me tendrían en la mira por la acusación inconsistente. Lo que le continuó a esto fue lo que en realidad me arrepiento de no haber podido manejar. Andy y el grupo de estudiantes que lo apoyaban comenzaron a acosarme. Si, tan tonto como suena, me acosaron como si fuese la escuela. No importaba donde estuviera, siempre encontraban la manera de hacerme algo y cada vez empeoraba. De entre las cosas que hicieron, que iban desde botar mis pertenencias a hacerme tropezar por las escaleras, la que me hizo darme cuenta que debía alejarme tan pronto como pudiera fue la que ocurrió en la cafetería en la que, irónicamente, me citó al regresar a Chicago para su boda. Demasiado ensimismada en mis asuntos para darme cuenta, no me enteré que Andy y sus, supuestos, amigos irían allí. La chica que era mi compañera de cuarto disfrutaba en mayor medida acosarme y al estar apoyada por Andy, no le importaban las consecuencias. Ella pidió un café, muy, muy, muy caliente, y se aseguró de derramarlo en el momento preciso que pasó junto a mí para hacerlo parecer un desafortunado accidente. El área que se vio más afectada fueron mis piernas, precisamente la que recorre el largo tatuaje que viste el día que jugamos golf. Me salvé de quemaduras en mi cara, pecho y brazos puesto que ese día decidí usar un suéter grueso con capucha que me protegió del líquido hirviendo. Asustada por lo que pudieran hacer una próxima vez, tras insistir, el decano aceptó olvidar por completo el asunto con los exámenes y concederme el cambió de facultad. No supe de Andy desde ese entonces. Nunca me imaginé que llegarías a comprometerte con él. No sabía qué hacer o si debería decírtelo todo porque... ¿y que si él tipo cambió y era una nueva persona? No quería llegar a arruinar todo lo que construiste para ti misma por unas cosas que ocurrieron en el pasado.
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Editado: 16.11.2025