Cuando notaste mi presencia guardaste la hoja de papel en la que me dibujabas, pero ya era tarde, lo había visto.
Me senté a tu lado, no hizo falta decir nada para que supieras que podías contarme lo que fuera.
Nos quedamos varios minutos en silencio hasta que sonreíste.
Tu sonrisa es demasiado hermosa, ¿sabes?
Pero, ¿por qué sonreíste?
No hizo falta preguntarlo, murmuraste un "me gustas" inconscientemente.
No hizo falta responder, tú ya sabías la respuesta.
Pero en ese momento volvió a dar vueltas en mi cabeza la pregunta de siempre.
¿Por qué no terminabas con ella?