A orillas del Virú

Epílogo


 

EPÍLOGO

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DÍA SÁBADO

 

Una mañana al salir, el Maître del hotel les dijo:

  —He escuchado su deseo de organizar una comida a estilo español. Una de las cocineras es española, lleva ya muchos años en Trujillo pues se casó con un trujillano, les prepararía la comida para esa invitación. 

Para ver si les podría prepara una cena a sus amigos, acudieron a la cocina: 

—Unas tapas de tortilla de patatas, calamares fritos, una pequeña paella. O mejor, lo dejamos a su gusto.

Doña Claudia y don Miguel a la hora prevista se presentaron en el hotel —tal vez ambos con sus mejores galas— se veía, hasta en la ropa daban mucha importancia a esa cena.

El camarero les llevó a una mesa especialmente adornada. Como detalle, le había puesto en el centro una banderita de España y hasta un pequeño toro de porcelana.

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Les sirvieron el aperitivo y Rosa aprovecho para  preguntar:

—¿Doña Claudia, cómo fue su viaje a España?

Pero fue don Miguel quien comenzó a explicar:

—Nada más salir de la cárcel, empecé a darle vueltas a la idea de marchar del Perú, por algún tiempo al menos. Solicite una Beca de estudios para España. Se trataba de un Curso de Arqueología de la Universidad Complutense, duraría nueve meses y me pagarían el viaje y el alojamiento, solo necesitábamos el dinero para el pasaje de Claudia. Teníamos ahorrado suficiente, habían sido tres años de muy pocos gastos ¿A qué fiestas iba a ir yo con ella en la cárcel?

—Recuerdo, la primera vez me negué radicalmente —apostilló doña Claudia— pero luego, después de pensarlo, me pareció la forma de darle largas al asunto, dejarlo en manos de los políticos. Y me comprometí: si le otorgaban la beca sería cosa del destino, pero pensaba —con absoluta certeza— con mis antecedentes políticos no se la concederán nunca.

—Yo había seguido su consejo y muy poca gente sabían lo de la cárcel, además, en aquel momento, la Universidad tenía fondos, pues fueron unos años de bastante prosperidad económica. El gobierno se aprovechó de la guerra de Corea para impulsar las exportaciones de materias primas. Como siempre esa prosperidad no llegó al pueblo, pero fomentó la corrupción de los políticos. A nosotros nos consiguió la ansiada Beca y la posibilidad de que Claudia estuviera más tranquila, lejos de su afición militante.

—Tuvimos un problema añadido —recordó doña Claudia— un mes antes de salir nos enteramos: estaba embarazada. No os hacéis una idea de la reacción de Miguel al saberlo: Se acabó el viaje, no podemos poner en riesgo al niño. Pero yo me mantuve firme. Si era el destino, mi primer hijo nacería en España. ¿Por qué no? Y por supuesto seguimos adelante.

—Para los dos era la primera vez de viajar en avión —siguió don Miguel rememorando— sería un gran recorrido: de Trujillo a Lima iríamos en autobús para luego, montados en un avión, hacer el resto: Quito, Cartagena de Indias y por fin Madrid. El viaje se nos hizo muy largo y pesado, en Cartagena hasta nos hicieron cambiar a un avión más grande, para cruzar el Atlántico, allí nos demoramos un día completo de la mañana a la noche. Por fin llegamos a Madrid, nuestra primera impresión no fue muy agradable era el 17 de septiembre de 1953 y todavía se notaban algunas señales de la reciente guerra incivil en los edificios. En la gente descubrimos un regusto amargo en el alma, se sentía: habían sido muchas desgracias, demasiado trágicas, muy cerca y en casi todas las familias.

—Además —intervino doña Claudia— nos íbamos de un gobierno militar y allí encontramos otro también militar y muy parecido.

—En la Universidad de Madrid nos dieron una dirección donde, tal vez, nos podíamos alojar. Fuimos en un taxi pues no sabíamos las calles, y allí nos ofrecieron una habitación con derecho a cocina, bastante aseada y digna, estaba en la C/ Cadalso, un bulevar ancho con árboles. Resultó estar muy cercana a la Facultad donde me matricularía, podía ir andando cada mañana. También cerca de la Plaza de España y la Gran Vía. Nos llamó mucho la atención un edificio, en ese momento, se estaba construyendo, la Torre de Madrid, sería el rascacielos más alto de Europa. Nosotros lo vimos de 30 plantas, pero llegaría a tener 37, era una barbaridad, acostumbrados a edificios de 3 o 4, aquel de casi 150 metros de altura nos asombraba. Como quedaban más quince días para empezar las clases, nos dedicamos a conocer la ciudad; Claudia compró un plano y antes de salir a la calle estudiábamos un recorrido. Teníamos opción de autobús y metro para desplazarnos. Nuestra primera visita fue al Museo de Prado, aunque luego volvimos otras veces. Por supuesto, estuvimos en la Puerta del Sol, en Cibeles y la Puerta de Alcalá.




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