A pesar de todo ©

Capítulo 3: Angelical

Abrí mis ojos como platos, perpleja ante su propuesta. Aclaré mi garganta en lo que buscaba las palabras adecuadas para declinar su invitación. Observé sus ojos, los cuales brillaban y mostraban un entusiasmo que hizo que mi estómago diera un vuelco.

—Muchas gracias, señora…

—Keith, dime así. —Asentí con una media sonrisa.

—Keith, muchas gracias por la invitación pero…

—Por favor, di que sí. Te prometo que te gustará la comida, he hecho una Lasaña de cuatro quesos, para chuparse los dedos. —Cuatro quesos, pensé. Sintiendo como la boca se me hacía agua. Ladeé la cabeza incomoda. ¿Por qué era tan difícil decir que no? Pero antes que de mi salieran las palabras un ruido retumbó en nuestro corto espacio. Mi estómago. Mi vecina sonrió—, vamos querida, no hagas sufrir más a tu estómago, que ruge por comida.

Me tomó de los hombros y comenzó a halarme hacía su casa. Cerró la puerta antes que pudiera replicar o meterme buscando esconderme. Caminamos los pocos metros que nos dividían y conforme estos pasaban los nervios cobraban vida en mi piel, y sin saber porque comencé a sentirme ansiosa. Entramos a esa gran casa y nos dirigimos hasta lo que parecía ser el comedor. Keith abrió una puerta de madera y se hizo a un lado para que yo pasara.

—Toma asiento donde gustes, ya regresó —dicho eso se alejó por la misma puerta.

Suspiré, ¿por qué había aceptado? Di un par de respiraciones profundas, intentando calmarme, porque en ese entonces todas las emociones que en mi comenzaban a emerger me convertían en una montaña rusa. Y es que mi vida era tan tranquila, aburrida si, posiblemente, pero al fin y al cabo no poseía problemas, todo giraba sobre la misma rutina, y algo dentro de mí me decía que eso estaba a punto de cambiar.

Pronto sentí como por mi espalda me recorría una corriente eléctrica, provocada por la sensación de ser observada. Y cuánta razón tenía; giré la cabeza y me encontré con un espécimen que parecía más algo fuera de este planeta. Kyan me observaba desde el umbral de la puerta, su rostro mostraba asombro y a la vez otras emociones más que no lograba comprender, aun. Y su sola presencia mostraba imponencia, logrando hacerme sentir insignificante, porque él se movía de una forma que derrochaba seguridad por donde pasara. Y además no podía negar que era guapo, muy, muy atractivo como ningún otro chico que podía haber conocido. Pero lo que desde el principio me atrapó, lo recuerdo bien, fueron sus ojos, esos que fácilmente podían dejarme sin aire.

Lo observé andar por la habitación y me atreví a observarlo con mayor detenimiento; brazos torneados y aun por encima de su camisa se podía mirar un abdomen muy bien trabajado. ¡Oh rayos, el tipo estaba bueno! Se sentó en la silla que estaba frente a mí y me miró directo a los ojos, y aunque hubiese preferido hundirme en mi asiento, hice lo contrario. Mantuve por cierto tiempo esa conexión que se estaba dando. Y sentía como Kyan fácilmente podría leer mi alma, pero aunque yo intentará lo mismo, no podía. Sentía una barrera invisible. Desvié los ojos, sin soportar más su penetrante mirada, la que me hacía sentirme a un hilo de estar desnuda.

—¿Cómo seguiste luego de… lo que pasó? —cuestionó. Volví a enfocarlo, pensando en que quizá no era tan arrogante como pensaba—. ¿Ya superaste lo de tu helado? —Pero olvídenlo, siempre lo era. Inevitablemente rodé los ojos.

—¡Oh vaya! —exclamé—, el señor me recuerda. —Frunció su entrecejo, pero de inmediato relajo su expresión y sonrió de esa forma encantadora que me irritaba.

—Tienes suerte —dijo, encogiéndose de hombros. Apreté mis manos en puños, él tenía el poder de sacar lo peor de mí en tan solo un segundo.

—Dudo mucho que sea suerte —espeté. Kyan alzó una ceja.

—Aparte de loca, gruñona. —Sentí la ira viajar vertiginosa por mi piel, ¿qué se creía para tratarme así?

—Imbécil —murmuré. Él sonrió de lado.

—Esperaba algo más creativo. —Entrecerré los ojos, ¿estaba poniéndome a prueba? Mordí el interior de mi mejilla, tratando de reprimir los comentarios mordaces que deseaba decir y decidí ignorarlo, pensar que enfrente de mí no había nada.

« ¡Sí!, sigue pensando eso», me alenté. «Ahí no hay nadie, ahí no está ningún chico arrogante, con sonrisa de ángel y mirada intensa».




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