Parpadeé un par de veces, pero el sonido estridente de una bocina logró sacarme del trance en que me encontraba.
—Puedo irme sola, gracias —respondí. Y por la oscuridad no logré ver por completo su expresión, la mitad de su rostro era iluminado por las luces de la ciudad y la otra era sombría. Me moví en mi sitio un poco dubitativa, mientras sus ojos azules brillantes me observaban.
—Solo es un favor de vecino a vecino —respondió. Miré a ambos lados de la acera y la oscuridad espeluznante y el sonido insistente de la bocina del conductor de atrás me orillaron a aceptar. Me acerqué, abrí la puerta y con la ayuda de su mano subí. Cerré y rápidamente, luego de otro bocinazo, Kyan arrancó y a gran velocidad avanzó. Giré mi cabeza vislumbrando al conductor de atrás, luego volví a ver a Kyan.
—Gracias... —dije, cuando encontré mi voz, me miró de soslayo y sonrió.
—De nada; creo que después de casi atropellarte, mi deuda queda saldada. —Miré a la ventana y oculté la sonrisa que me había provocado. Todo se sentía demasiado extraño. Atacarnos, sonrisas, malas miradas y luego esto.
—Lo está, no te preocupes. —Fue lo único que mi cabeza logró hilar en respuesta. Aún no sabía cómo manejar todo lo que ahí comenzaba a surgir.
— ¿Y qué hacías tan tarde? Es muy peligroso que andes por esas calles, más tú sola.
—Yo... hice algo después del trabajo... —respondí a la defensiva. Asintió con la cabeza. Una tenue melodía se escuchaba al fondo—... y no medí el tiempo.
—Suele pasar. —Afirme con un sonido nasal. Un corto silencio reinó, pero fue interrumpido por una pregunta que jamás pensé que Kyan podría hacer—, ¿estabas con tu novio?, quizá eso te hizo perder la noción del tiempo.
Frené una risa, giré mi cuerpo para encararlo y poder descifrar las intenciones de sus palabras. Lo evalué y su expresión no denotaba nada.
— ¿Novio? Ese no es asunto tuyo —mascullé.
—Tienes razón, no lo es... —Mis manos cosquilleaban, sintiendo la necesidad de estar alerta para atacar si era necesario.
— ¿Por qué te ofreciste a llevarme? —cuestioné, sintiendo un aguijón en mi pecho. Pues he de admitir que sus cambios de humor me tenían en una embarcación que me mareaba. ¿Pero qué más podía esperar?
—Ya te lo dije: para ser buen vecino. —Fruncí mi ceño, haciendo un gran esfuerzo mental por entenderlo.
—Podía irme sola —espeté alzando mi barbilla. Kyan giró su cabeza y estaba sonriendo.
—Solo acepta el favor y no digas nada —dijo sonando amable. Mis mejillas se calentaron sintiéndome de pronto un poco avergonzada; solo estaba tratando de ser amable y yo en cambio lo atacaba.
Seguimos en silencio el resto del camino. Pasamos calle tras calle, y en poco tiempo ya estábamos cerca de nuestro vecindario. El aire frío del auto comenzaba a calarme en los huesos, llevé las manos a mis brazos, intentando cubrirme un poco y entrar en calor.
— ¿Tienes frío? —Sentí como mi piel se erizaba al escuchar lo profunda y ronca que era su voz. O quizá era el frío y el sueño.
—Un poco...
—En el asiento de atrás creo que hay una chaqueta, puedes ponértela.
—Gracias, pero ya estamos por llegar —contesté, llevando una mano a mi boca evitando que un bostezo se escapara. Kyan ladeó la cabeza.
—Puedes enfermarte, póntela.
—Que mandón eres —farfullé. Me incliné hacia el asiento de atrás y tomé la chaqueta.
— ¿Nunca podré quedar bien contigo? —dijo divertido.
—No, porque tus cambios de humor me dan jaqueca —confesé. Se encogió de hombros y siguió conduciendo. Pasé mis brazos por las mangas de la chaqueta hasta ponérmela por completo. El calor poco a poco comenzó a llenar mi cuerpo—. ¡Oh sí!, esto se siente bien —murmuré, enterrándome más en el asiento—. Gracias, de nuevo.
Asintió con la cabeza, pero tenía su ceño levemente fruncido. Ignoré su gesto y me perdí en el exterior. Llegamos a nuestro vecindario y en minutos ya estábamos sobre nuestra calle. Mi vecino aparcó frente a mi casa, desabroché el cinturón de seguridad e iba a quitarme su chaqueta cuando posó su mano sobre mi hombro, frenándome.
—Puedes dármela mañana —dijo bajito. Pasé saliva nerviosa y observé como su mano seguía aun sobre mi hombro. Y su piel se sentía tan cálida contra la mía. Bajó su mano y acomodó su chaqueta en mí. Y, ¡Dios! Sentía que en cualquier comento iba a hiperventilar. De pronto el espacio dentro del vehículo se me hizo minúsculo.
—Gracias... —Intenté abrir, pero esta tenía aun seguro. Pronto Kyan lo quitó y bajé de un salto, buscando poner distancia, como un animalillo huyendo de su cazador. Caminé rodeando el vehículo ubicándome frente a la ventana del conductor—, bueno... muchas gracias por el aventón y por no dejar que muriera de frío. —Sonreí y él hizo igual. Me comportaba igual de bipolar que él.