Me llevó a una heladería que no solía frecuentar, no dije nada, en cambio me deje llevar por la sensación de experimentar algo nuevo. Abrió la puerta de cristal y me permitió entrar primero —detalles que mi cabeza no dejaba pasar desapercibidos—, buscamos una mesa y al lado de un ventanal nos sentamos uno frente al otro. Y me sentía ansiosa, nerviosa, torpe en gran manera. Pues con él me era difícil pensar, actuar y sobre todo decidir con claridad.
Cada uno comenzó a leer de su menú. Había infinidades de sabores, posibles y apetecibles combinaciones y presentaciones. Llevé una mano a mi labio en gesto pensativo, había de frutilla pero algo dentro de mí quería experimentar cosas nuevas, sentimiento que pronto se saldría de proporciones. Alcé la cabeza, sintiéndome observada, pero me arrepentí al instante de haberlo hecho; él observaba de una manera que me dejaba sin aire, que con facilidad me envolvía y me sumergía en un trance especial, del cual sabía que al entrar de lleno ya nunca saldría, no completa. Ladeé la cabeza, mirándolo de la misma forma, solo que sin tanta fuerza e intensidad. Elevó la comisura izquierda de su boca.
— ¿Lista para ordenar? —preguntó. Deje el menú extendido sobre la mesa y pase mis manos por encima del mismo.
—Sip, ¿y tú?
—Sé decidir lo que quiero con tan solo verlo —dijo alardeador. Rodé los ojos, intentando de pronto ignorar esa sensación de doble intensión en su respuesta. Llamó a una mesera y esta pronto llegó, pero antes que hablará me adelanté.
—Quiero uno de vainilla con yogurt de fresas y jarabe de cerezas. —La chica anotó en su libreta y luego prestó su atención completa en Kyan.
—Uno de vainilla con mango y jarabe de piña —dijo. Pronto la mesera se fue dejándonos solos.
Mis ojos viajaron por todo el local; era agradable, calmado y decorado con detalles de colores pastel y suaves, que daban la impresión de estar dentro de un tazón de helado de vainilla y fresas. Y gracias a la tenue música que se escuchaba el silencio que entre él y yo estaba, no era del todo incómodo.
—Es un sitio agradable, ¿verdad? —dije, tratando de comenzar a taladrar el silencio.
—Sí, lo es —respondió, pero para suerte de los dos a mí me picaba la lengua por hablar y más que todo en preguntar.
—Y dime, ¿dónde vivían antes? —Bajó su mirada hasta sus manos.
—En Nueva York.
—Debe de ser genial vivir ahí, digo, acá debe de resultarte más aburrido. No después de vivir en una gran ciudad, las discotecas, bares...
—Aunque no me creas, prefiero vivir aquí. —Lo miré intrigada por su respuesta, deseando saber más—, la vida en la ciudad sí, no voy a mentir, es atractiva y muy envolvente. Pero a veces... es bueno descansar de todo ese ajetreo y alejarte de ciertas cosas.
— ¿Por eso se mudaron a Campbell? —inquirí.
—Digamos que sí.
— ¿Digamos que sí? —pregunté devuelta, con mi curiosidad tomando el mando. Sonrió y asintió con la cabeza, no diría más.
—Ahora me toca a mí, sino esto parecerá más un interrogatorio que otra cosa. —Suspiré vencida, y a la vez reprendiéndome por ser tan metiche—, ¿por qué no estas estudiando?
—Porque... estoy trabajando —respondí con gesto de obviedad. Negó con la cabeza.
—Sé muy bien lo que haces, pero esa no fue mi pregunta, Emily. —Lo miré a los ojos, tratando de descifrar el porqué de su interés. No encontré nada que me dijera: no le cuentes. Sino que compresión, la promesa tacita que me entendería y no se burlaría o cuestionaría mi proceder. Sonaba toda una locura, posiblemente.
—Pues... estoy ahorrando para pagar mis estudios —confesé. Kyan no pudo ocultar su asombro pero rápidamente regresó a la normalidad y proseguí sintiendo las palabas abandonar mi boca con una facilidad sorprendente. Le conté absolutamente todo—, y no deseo tocar esos ahorros. Confío en que con la media beca y lo poco que tengo ahorrado puedo costear todo. —Terminé diciendo muy orgullosa de mis acciones.
— ¿Tus padres lo saben? —preguntó. Negué con la cabeza—, no lo hubiesen permitido, ¿cierto?
—Exacto.
—Comprendo, y a ver, ¿por qué literatura? Leer es tan aburrido y dedicarte a eso, es fatídico —comentó en tono de exageración y broma. Sonreí, agradecida del cambio de tema.
—Lo dices porque nunca lo haz hecho, te lo apuesto —dije, alzando una ceja retadora. Comenzó a reír. Y así fue como nos enfrascamos en una refrescante conversación. Sin intentar atacarnos cada dos por tres, sin comentarios mordaces o miradas reprochables. Solo dos personas disfrutando de su compañía y de una amena platica. Donde ambos podíamos mostrarnos tal cual y sin la necesidad de impresionar.
Cuando los rayos del sol se pusieron sobre el horizonte fue cuando nos dimos cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo y que la noche estaba a punto de darnos la bienvenida y a su vez anunciaba que la hora de regresar había llegado. Salimos de aquel lugar —que muy pronto se convertiría en algo más especial—, y emprendimos camino. Sintiéndome aun un poco mareada por la sensación de rodearlo con mis brazos; porque aunque ambos no lo comentáramos, cada que nos tocábamos, sin desearlo o con intensión, esa extraña corriente parecía emerger, con fuerza y vigor, la cual nos envolvía y magnetizaba.