A la mañana siguiente entrabamos ya a Marzo. Me fui a mi trabajo, en el cual cada dos por tres miraba el reloj, rogando que pasara y a la vez no el tiempo, toda una controversia, ¿no? Suspiré pesadamente, mientras me reprendía mentalmente al encontrarme pensando e imaginando cuando Kyan apareciera a la hora acordada. « ¿Entrará al local o me hará una llamada?, ¿cómo vendrá vestido?, ¿escogí el atuendo ideal?» Preguntas que lo único que lograban era poner mi sistema nervioso a punto de colapsar. Sacudí mi cabeza y me exigí a mí misma, a mi mente en específico el dejar de maquinar tantas ideas. Y con gran dificultad logré salir ilesa, ¿qué sería de mi cuando lo tuviera enfrente? Mis rodillas temblaron, ¡Madre santa!, debía calmarme o desvanecería seguramente en cualquier momento.
Cuando la hora de mi salida llegó, pues la chica que me relevaba había entrado, me fui al baño a ducharme y cambiar mi ropa. Y tenía solo veinte minutos para hacerlo, si salía a tiempo rompería seguramente algún record. La ropa que había escogido era un jean negro y ajustado, una blusa de cuadros roja y un par de botas marrones cortas, nada sumamente producido. Acomodé mi cabello a los lados de mi cara y maquillé mis pestañas y labios, percibiendo cierto rubor natural en mis mejillas, al parecer mi cuerpo estaba haciendo de las suyas. Llevé las manos a mi rostro, ¿era normal sentir todo aquello en tan poco tiempo? Descubrí mi cara y me observé al espejo, me sentía patética. Salí con mis ánimos reforzados, o al menos intentándolo.
—¡Oh, ahí viene! —exclamó mi compañera de trabajo, alcé la cabeza y el aire abandonó mi cuerpo y su sonrisa deslumbró mis ojos.
—Hola, ¿nos vamos? —preguntó. Mi compañera aclaró su garganta, haciéndome reaccionar ¡Estaba parada como estatua y no había siquiera correspondido el saludo!
—Ah sí, hola…, si vámonos —murmuré con torpeza. Me despedí de mi jefa y la otra chica, tratando de ignorar sus comentarios con respecto a él. Y ahí iba yo, subiéndome a aquella montaña rusa sin retorno.
—Luego tendrás que mostrarme los libros que quieres que lea… —dijo. Asentí con la cabeza, arrastrándolo fuera. Antes que escuchara los murmullos de ese par de mujeres cachondas.
Condujo por una hora, mientras yo le iba mostrando ciertos lugares de la ciudad: el teatro, supermercados, tiendas de ropa y zapatos. En los cuales no hubo espacio para silencios incómodos, pues hablábamos de los horarios, de la ciudad en general. Y eso logró que me tranquilizara y viera aquella salida como: la no cita. Por último llegamos a Joseph Gomes Park, un pequeño parque situado cerca del centro. Kyan apagó la música y eso me hizo volver a verlo, estaba apagando el motor.
—¿Qué ocurre? —pregunté.
—¿Qué dices si vamos a caminar? —preguntó, sacando las llaves del auto. Entorné los ojos, no muy segura. ¿Qué si tropezaba frente a él? Mi coordinación de manos y piernas era fatal cuando me encontraba nerviosa. Justo como en ese momento.
—No lo sé…, hay muchos lugares por ver —dije, intentando persuadirlo. Así podía regresar pronto a mi guarida. Ladeó la cabeza y sonrió de lado. ¿Por qué demonios tenía que verse tan sensual sonriendo así? Kyan, era todo lo contrario a mis antiguos novios. Él gritaba masculinidad por donde se le viera, y mis ex novios eran como ver un par de niñatos a los cuales no les interesa madurar. Sacudí la cabeza, alejando esos pensamientos absurdos de sacar a colisión. Kyan notó ese gesto y sonrió. Hice igual, tenía sus ojos clavados en mí y eso no estaba ayudando. Quería salir de ahí y a la vez temía hacerlo.
—Podemos hablar…, conocernos más… —dijo, en forma de incitar mi curiosidad. ¡Listillo!, pues lo logró. Bufé, haciendo amago de rendirme sin remedio cuando en realidad lo estaba haciendo gustosa.
Bajamos y anduvimos por todas las veredas de ese inmenso parque. En la ciudad ese sitio era de mis preferidos, pues contaba en el centro con una especie de arboleda. Era el corazón de ese parque, le daba vida y color. Y ayudaba a que en verano siempre hubiera sombra y brisas refrescantes bailando por todo el lugar. Podías sentarte en las raíces de aquellos árboles, conversar o hacer un picnic. Correr a sus alrededores o simplemente sentarte y disfrutar de la tranquilidad. Era en verdad mágico.
—Así que…, podremos conocernos más… —inquirí. Haciendo recordatorio de su promesa, por la cual yo había accedido a caminar. Alcé la cabeza para observar su reacción: sonreía.
—Pensé por un momento que se te había olvidado… —confesó. Pasó una mano por su cabello, despeinándolo apenas—… ¿qué dices si… jugamos a las diez preguntas? —Fruncí el entrecejo.