A pesar de todo ©

Capítulo 9: Témpano de hielo

—Muchas gracias por mostrarme la ciudad… —dijo, serio. No me miraba a los ojos, y aunque eso facilitaba todo dentro de mí. Se sentía extraño, ¿por qué no me miraba? No le busqué más patas al gato, quizá estaba cansado.

—No fue nada, cuando quieras… —dije, en una forma de sonar amable. Es una frase común, ¿no? Pero entonces dijo algo que cimbró fibras ocultas: desilusión y enojo.

—Creo que ahora ya no habrá necesidad de seguir viéndonos… —dijo. Ahora si me miraba y su expresión era seria, fría y sin ninguna emoción. Me causo escalofríos. No entendía su comportamiento; en un momento parecía la mejor persona, cálido y que se preocupaba por mí o eso creía pero como rayo que ves pasar y sin percatarte desaparece se volvía un témpano de hielo. Construyendo una barrera, no dejando pasar a nadie y guardando sus emociones en lo más profundo de su ser.

—No comprendo… —confesé. Entorné los ojos, demasiado confusa. Lo escuché suspirar y su expresión luego denotaba enojo, fastidio. ¿Qué ocurría?

—Seré sincero contigo… —Pestañé un poco consternada por la forma tan dura con la que me estaba hablando—…, mi madre me obligó a salir contigo e intentar ser tu amigo. —Mis ojos amenazaron con salirse de sus cuencas y mi corazón dolió. Desilusión y enojo era lo que comenzaba a embargarme—. Espero que ahora sí, comprendas que lo hice por ella y…

—Ya no digas nada, quedó más que claro. Y descuida, hasta nunca —mascullé. Bajé de un saltó y le di un portazo a la puerta y a grandes zancadas entré a mi casa y subí corriendo a mi habitación, ignorando el llamado de mi madre. Solo quería estar sola.

Me recosté sobre mi cama y limpié una lágrima. Sentía unas inmensas ganas de llorar, gritar o de romper algo. Me sentía traicionada, usada y una grandísima estúpida. ¿Cómo no pude pensar que algo así estaba pasando? ¡Claro! Keith quería que su hijo malcriado hiciera amigos, ¿pero obligarlo? ¡Dios! No sabía quién era el culpable en esa situación: si su madre por obligarlo a intentar hacerse mi amigo, él por ser un imbécil o yo por ilusa.

« ¿Todo este tiempo había estado fingiendo?», llevé las manos a mi cara, la sentía hervir de vergüenza, de cólera conmigo misma. Y pensar que comenzaba a sentir cosas por él, que comenzaba a creer que no era un prepotente y pesado. « ¡Dios!, ¿habrá notado todo lo que sentía al tenerlo cerca?» No quería ni imaginar si así era, porque seguramente, a esas alturas, estaría riéndose de mí. Eso me pasaba por ilusa. « ¿Y si lo hubiera besado?» Sacudí la cabeza, alejando ese pensamiento, sin duda no haber dejado que pasara había sido lo mejor.

¿Qué buscaba con querer besarme? Cerré los ojos y me obligué a no pensar en eso. La lágrimas volvieron a escaparse de mis ojos y aunado a eso un nudo se instaló en mi garganta, me sentía decepcionada, ¿qué miraban los chicos en mí?, ¿a alguien fácil de engañar y de usar? Llevé una almohada a mi boca y grité con fuerza, intentando sacar la impotencia, frustración y enojo. De lo contrario iba a explotar y eso no iba a permitirlo.

Salí de mi habitación para la cena, mi madre ya había ido a tocar a mi habitación para saber qué me pasaba y haciendo un esfuerzo enorme logré actuar y convencerla que todo estaba bien, que estaba cansada y deseaba dormir un poco. Por lo que, gracias al cielo ya no indagó más. Comimos los tres, no participé tanto de la plática pero intentaba hacerlo, así no levantaba sospechas.

—¿Ocurre algo, mi cielo? —Me preguntó mi padre. Dejé el cubierto sobre el plato, había estado picando la comida y sumergida en mis pensamientos: en el engaño.

—Todo bien, ¿por qué? —Traté de sonreír, creo que lo logré.

—Has estado un poco callada… —dijo mi madre. Mi papá la secundo con un asentimiento de cabeza.

—Estoy cansada, ahora fue un día de locos en el trabajo…, y luego salí con…, y eso me cansó más —dije atropelladamente y bebí de mi zumo. Mis padres me miraron curiosos, esperaba que no inmiscuyeran en mi salida con ese cretino.

—Termina de comer y te vas a dormir… —dijo mamá. Le sonreí agradecida y así hice.

Me acosté sobre mi cama e intenté pegar un ojo, daba vuelta y vuelta y ninguna posición encontraba cómoda. ¡Era frustrante! No podía sacar de mi cabeza lo que Kyan me había dicho. Y era claro que no iba a lograr conciliar el sueño. Me quedé boca arriba, observando el techo y la oscuridad de mi habitación: la mitad era penumbras y la otra iluminada por la luz de luna filtrada por mi ventana. Me giré nuevamente y fijé mis ojos en el exterior; la brisa movía las copas de los arboles como si estuviesen inmersos en un baile, decadente y suave. Eso logró relajarme y por fin me sumergí en un profundo sueño. Del cual, estoy segura, Kyan estuvo presente.




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