Sábado muy temprano sonó mi alarma, la apagué de un manotazo. Quería seguir durmiendo, pero debía de ir a trabajar, no podía, simplemente, darme el lujo de faltar, menos cuando la firma de libros estaba tan cerca. Salí de mi cómoda cama y dejé las tibias sábanas a un lado, me dirigí al baño arrastrando los pies, pero tan pronto como el chorro de agua helada hizo contacto con mi piel, desperté.
Desayuné algo rápido y salí casi corriendo, mi madre se quedó dando vueltas en la casa igual de ajetreada. Eso nos pasaba por quedarnos hasta tarde viendo las películas de Harry Potter. Tomé, gracias a Dios, el bus a tiempo. Llegué a mi trabajo y mi jefa negó con la cabeza divertida al notar mi aspecto desmarañado y somnoliento. Entré al baño y casi saltó de un brinco, mi aspecto era como la monja de la película del conjuro.
Trabajé al mismo tiempo que bostezaba. Varios de nuestros clientes, los más cotidianos, sonreían divertidos al verme. ¡Bochornoso! Salí al medio día, agotada como nunca antes. Pues la última hora nos había tocado que estar moviendo cajas —con los libros para la presentación que sería el viernes de la siguiente semana—, para la pequeña bodega, la espalda me dolía, así como mis brazos.
Legué a mi casa, no sé cómo, pues los parpados se me cerraban. Subí las escaleras y me tiré sobre mi cama con la ropa del trabajo aún puesta. Me dormí casi enseguida y esa vez no hubo ningún intruso merodeando en mi soñar. Desperté a eso de las tres de la tarde, sentía mis mejillas tiesas y con baba. Como a eso de las cuatro y treinta llegó mi madre del trabajo, traía un montón de comprados. Todo, o bueno la gran mayoría, era para la cena. Algo que me entusiasmó de esa comida fue que ellos traerían el postre, porque, ¡vaya que les quedaban deliciosos a Keith!
—¿Qué tienes pensado cocinar? —pregunté.
—Pechugas de pollo rellenas, ya sabes mi receta especial. —Guiñó un ojo, sonreí negando con la cabeza.
Le ayudé a pelar y cortar verduras, mientras ella limpiaba las pechugas y hacia su marinado y relleno especial. Hicimos arroz y ensalada rusa —papas cocidas cortadas en cuadros, remolacha picada y aderezo de mayonesa—. Cuando el reloj marcó las seis, las pechugas ya estaban en horno. Subí a mi habitación y me aseé por completo. Lavé mi cabello y lo humecté. Salí envuelta en una toalla, entonces comencé a secar mi cabello y luego a hacerles ondas. Nada complicado. Me enfundé un jean no tan degastado y una blusa azul marino, unas sandalias de piso. Era un milagro que hubiese hecho todo eso en menos de una hora.
Salí y mi madre me estudió de pies a cabeza y me sonrió con aceptación, ella se miraba muy hermosa con un jean oscuro y una blusa desmangada color miel. Le ayudé a poner lo que faltaba de la mesa, y justo cuando acomodaba el último vaso de vidrio el timbre sonó. Mi mamá fue a abrir la puerta y yo me refugié en la cocina. La respiración comenzó a ser más inconstante y mis manos sudaban, mi estómago sentía un cosquilleo incesante. Escuché primero la gruesa voz de George, luego a Keith y por último a Kyan, quien halagó a mamá. Rodé los ojos, le era tan sencillo enganchar a las personas.
—¿No está Emily? —preguntó Keith, era tan dulce. Entonces salí. George y su esposa me sonrieron muy amables y esta última me abrazó mientras susurraba un: te ves preciosa. Sentí mis mejillas sonrojar, entonces mis ojos se posaron en él…
Me observaba con los ojos bien abiertos, sorprendidos con demasía. Le sonreí por educación y luego los guiamos al comedor para ocho personas. Pronto servimos la comida y tomamos asiento junto a ellos y, para variar, Kyan estaba sentado frente a mí.
—Espero que les guste lo que con Emily, hemos preparado —dijo mi madre.
—Se mira y huele delicioso, dudo que sea de otra manera —halagó Kyan y no me sorprendió su comentario ni un poco, él sabía muy bien cómo envolver a la gente.
—Concuerdo con mi hijo y…, Emily, que linda te vez ahora —dijo Keith, para que luego comenzara a decirle a mi madre que buen trabajo habían hecho con mi padre, sentí que mi cara se calentaba, así que, me enfoque en comer, mientras solo los observaba por debajo de mis pestañas. No obstante, aun con mis intentos para pasar desapercibida, no pude ignorar el hecho que Kyan me miraba, ya que, no podía disimular. «O quizá no quiere disimular», murmuró una voz en mi cabeza. Traté, con todas mis fuerzas, de ignorarlo, de que, el tenerlo tan de cerca, no me afectara.
—¿Se debe a algo especial, Emily? —cuestionó Keith, varios minutos después. No entendí su pregunta, así que, pestañé un par de veces. Abrí mi boca sin saber qué decir.