Me llevó a La PanotiQ Pastelería y Café, quedaba cerca del centro a unos veinte minutos con tráfico, y personalmente me encantaba ese sitio. Servían unos cafés deliciosos. El sitio era de colores cremas y marrones, las mesas eran de un café quemado, daba un estilo sofisticado y cálido. Nos ubicamos en una mesa de uno de los costados y luego llegaron a pedirnos nuestra orden. Yo ordené un croissant y un latte de vainilla, Kyan pidió un mousse de chocolate junto a un café negro.
— ¿Cuándo regresa tu padre de Nueva York? —preguntó, recién nos habían llevado nuestras bebidas.
—La próxima semana, aún no sabemos si viernes o durante el fin de semana —respondí.
— ¿Son muy frecuentes esos viajes?
—Ya no, antes viajaba cada dos meses pero desde hace un año solo lo hace una o dos veces por semestre. —Asintió con la cabeza, dio un sorbo a su café y luego me sonrió de lado.
Seguimos comiendo en silencio y no era del todo incomodo pero por alguna razón ese día en particular me hallaba muy callada, yo solía ser muy parlanchina, hasta cierto punto bromista pero había algo que no me dejaba abrirme del todo con Kyan, había intentado dejar a un lado mi lado aprensivo pero no podía. En mi mente aun rondaba la idea de ser rechazada por su familia, así como el que algún día, mi mayor miedo se hiciera realidad.
—Emily… ¿Qué sucede? —Kyan había tomado una de mis manos, la cual movía con nerviosismo. ¡Odiaba esa manía! Nunca me había fijado que la tenía, hasta que él la señaló. Lo miré y sonreí a boca cerrada, negué con la cabeza, no podía hablar pues de la nada mi garganta se hallaba cerrada—. Has estado todo el rato más callada de lo usual, ¿sucede algo? No te gustó que fuera a tu trabajo sin avisar, ¿es eso? —Me sorprendió la rapidez con la que hilaba cosas de la nada.
— ¡No, no! No me molestó, al contrario.
Me miró con ternura y con cierto recelo, me creía pero sabía qué si no era eso había algo más. Mordí mi labio inferior y Kyan observó con atención el gesto, me sentí desfallecer. Lo liberé de inmediato y suspiré, tenía que sacarlo todo o me volvería loca.
— ¿Qué dirán tus padres cuando se enteren que tú y yo… estamos juntos? ¿Piensas decirles? —murmuré lo último con la cabeza gacha. Escuché un suspiro cansino.
— ¿Te terminaras eso? —preguntó, señalando mi croissant a medio terminar. Negué con la cabeza, ocultando la molesta sensación que hubiera ignorado mi pregunta. ¡Por amor al cielo! Estaba abriéndole mi alma. Sacó un billete de alta denominación que en otras circunstancias me hubiese sorprendido pero mi mente tenía cosas más importantes por las cuales preocuparse—, no puedo responder a tu pregunta en este lugar, así que vámonos.
Se levantó como resorte y caminó hacia la salida, esperándome a medio camino. Pasé por delante de él y salimos. El viento frio de la noche chocó contra mi rostro acalorado por la vergüenza e indignación. Caminamos media cuadra hacia abajo, donde estaba su camioneta. Pero antes de llegar a esta me tomó del codo y me hizo virar con rapidez y agilidad. Y sin verlo venir y con mi cabeza dando vueltas aún, me besó.
Y esta vez fue diferente, sus manos se colaron en mi cabello, sosteniendo con firmeza mi cara, mientras que yo, torpe hasta lo indecible, no sabía dónde poner las mías, así que las dejé entre nuestros pechos y me dejé besar. Su boca se movía con urgencia y posesividad, que a duras penas lograba seguirle el ritmo. Kyan amasaba mis labios, los mordía y torturaba. Y nunca había sentido tantas cosas con un simple beso, mi pecho se sentía pesado lleno de una conmoción de sentimientos: amor, temor, deseo, desconfianza, calidez e inestabilidad.
—No dirán nada malo porque tú eres lo que ellos siempre han querido para mí, no te preocupes por agradarles porque desde hace mucho que te adoran. Es la verdad, Emily —murmuró con su frente pegada a la mía, liberando su aliento el cual se colaba en mis fosas nasales inundándolo todo—, y este beso era para borrar y esclarecer todas las dudas que existen en tu cabeza, eso y que moría por comerte la boca. —Sonreí y relamí mis labios. ¿Qué no se suponía que estaba molesta y confusa? ¡Dios!, ya lo había olvidado todo—. Pero, para que estés más segura hablaremos con tu madre y luego con mis padres. —Iba a negarme pero me lo impidió besándome con el mismo ardor. Y con una facilidad sorprendente dejó mi mente en blanco.
—Lamento por haber arruinado nuestra cita… —dije ya íbamos en su vehículo. Negó con la cabeza.
—Sabía que todo esto podía pasar; dudas, miedo y que te sientas insegura con respecto a nosotros. Pero no te preocupes, deja que el tiempo y sobre todo yo, te demostremos que estoy dispuesto a todo. —Asentí con la cabeza, tenía razón eso era lo único que, por el momento, podía hacer, esperar y rogar al cielo a que todo marchara bien… siempre.