Dolía…
Dolía como nunca pensé que volvería a doler…
Escuché como Laila le explicaba cómo llegar e intercambiaban números. Había contemplado la posibilidad de un rechazo educado por parte de Kyan, pero nunca que accedería a ir y que intercambiaría números al final.
Eché el flequillo sobre mi rostro y me dispuse a tomar de mi bebida tal vez eso me ayudaba a que el nudo que se había instalado en mi garganta desapareciera. Se marcharon varios minutos después en donde yo pase a segundo plano, comí un tercio de mis papas francesas y la mitad de mi hamburguesa. Miré la hora disimuladamente en mi móvil y faltaban quince minutos para que mi tiempo de comida terminara.
Y en lugar de desear no separarme de él, deseé como nunca antes irme, desaparecer de su presencia.
—Debo de irme ya… —dije luego de un largo silencio. Asintió con la cabeza.
—Vamos, entonces… —Me levanté, sintiendo como mi corazón poco a poco comenzaba a doler más. Negué con la cabeza, tragué grueso estaba a punto de quebrarme y no dejaría que eso pasara.
—Descuida, conozco el camino. Eh… gracias por la comida y nos vemos otro día. —Le di un beso en la mejilla, sin verlo realmente a la cara. Salí dando grandes zancadas y me dirigí a mi lugar de trabajo.
Entré al diminuto baño de la librería y solo ahí, en la soledad, deje que unas pocas lágrimas brotaran. Oleadas de dolor, inseguridad y desosiego comenzaron a arremeter contra mi cuerpo. Odiaba sentirme así, solo los había escuchado hablar y mis ánimos cayeron con tanta facilidad, qué sería de mí si algo llegaba a pasar entre ellos. Conocía a Laila y sus artimañas, no temía usar su cuerpo, sus curvas y carita bonita cargada de maquillaje, con tal de atrapar a alguien y justo en ese momento con más razón pues implicaba dañarme. No se tentaría el corazón, lo sabía.
Pero lo que más me dolía era que él sabía en mínima manera que no nos llevábamos bien, pero pese a saberlo accedió. No había que ser adivino para ver que entre ella y yo había aires de rivalidad, de incomodidad de mi parte. Minutos después, ya que había logrado dejar de lagrimear, me eché agua en el rostro y salí, debía de terminar mi turno.
El movimiento de la librería fue mucho más pesado, nunca habíamos recibido tantas personas en cuestión de minutos. Tuvimos hasta que pedir que se formaran en una fila para poderlos atender. Mi hora de salida llegó pero aun debíamos que atender a unos cuantos clientes. Minutos después Ileana se acercó a mí:
—Si quieres los despachamos… —Negué con la cabeza. Miré la hora y ya eran casi las siete. Seguramente para ese momento Kyan ya estaba alistándose para irse al bar. Pasé saliva y fingí mi mejor sonrisa.
—Terminemos con ellos, ya son los últimos —dije, me encogí de hombros para restarle importancia. No muy segura me hizo caso. Solo le envié un mensaje a mi mamá avisándole, así no se preocupaba. Cuando la tienda se quedó vacía era el momento de hacer el corte caja.
—Son casi las ocho de la noche, vámonos… hagamos el corte de caja mañana temprano.
—Está bien… —respondí. Tomé mis cosas y revisé mi móvil, tenía muchos mensajes, tanto de mis amigos y mi madre como de Kyan—… nos vemos mañana Ile —dije. Rogué al cielo silenciosamente que me llevará con bien cuando:
—Te pasaré dejando, ya es muy tarde para que esperes el autobús… —Le sonreí agradecida.
Cerramos la tienda y salimos, afuera aun había mucho bullicio. ¿Qué estará haciendo Kyan?, me pregunté mentalmente. Solo esperaba que nada se saliera de control. Debía confiar en él, debía hacerlo. Me repetí un par de veces. Ileana me dejo cerca de mi casa, solo debía de caminar mi calle para llegar a casa. Estaba tan cansada y hambrienta.
Avancé escuchando el murmullo de los programas de televisión que miraban los de mí calle, así como sin evitarlo mis ojos cayeron, pese a los varios metros de distancia, en su casa. La camioneta no estaba. Suspiré hubiera dado tanto con tal que no hubiese ido, quizá hasta le hubiera contado todo.
—Emily… —Me detuve en seco y di media vuelta con rapidez. Kyan se estaba bajando de la camioneta y luego se acercó a mí dando grandes pasos. Y yo como siempre, me quedé como tonta viéndolo. Me abrazó justo cuando llegó donde estaba—… ¡Dios!, te he buscado y llamado como loco; te fui a buscar al trabajo, luego vi cerrado y vine aquí pensando que te encontraría pero tu madre me dijo que saldrías tarde… regresé al centro comercial y la librería ya estaba en penumbras. Te busqué en la estación de buses y me vine aquí con la esperanza de verte…
—No fuiste al bar… —Fue lo único que pude pensar y decir. Se despegó solo un poco, besó mis labios y mi frente.