Inmediatamente el pulso se me disparó y antes que terminara la canción, lo hice. Atrapé uno de sus suaves y tibios labios entre los míos; así como, al sentir su abandono y su agarré fierro a mi cadera, lo halé con lentitud, acercándolo y escuchando como su respiración se volvía inconstante, recibiendo con deleite sus jadeos casi inaudibles de aceptación y que, por nuestra cercanía, logré percibir. Y me sentí poderosa, comprendiendo que tanto él como yo estábamos perdidos en toda esa bruma que nos tenía presos. Intensifiqué el beso, dejando que mi cuerpo tomara el control, dejando a un lado la aprehensión que murmuraba que eso no estaba bien. Sin embargo, cuando nuestras lenguas se encontraron, un fuerte empujón me hizo salir disparada hacia un lado, dándome de bruces contra el suelo, siendo víctima de pisotones de las parejas que ahí bailaban.
Y sin procesar aún lo que ahí pasaba, las fuertes manos de mi novio me levantaron del suelo, mientras me miraba con preocupación. Volví mi rostro y fue entonces que..., todo cobró sentido: a un metro de mí estaba Laila y sus secuaces, la primera me miraba retadora, aunque haciendo uso de su expresión de arrepentimiento, que no era más que una máscara. De inmediato, la ira comenzó a crecer en mi interior, ¡¿qué demonios le pasaba?!
—No fue mi intensión, saliste de la nada y chocamos… —dijo, la que, al parecer, se había proyectado contra mí, con toda la maldita intensión. Sentí la ira burbujear en mi cuerpo, di un paso hacia ellas, pero las manos de mi novio me aferraron de la cintura.
—Sí, Emily, no fue culpa de Carmen. Saliste de la nada —dijo Laila, excusando a uno de sus títeres. Casi enseguida, Laura apareció en escena y las miró fulminante.
—¿Qué esperan? ¡Lárguense a buscar un hombre donde restregarse! —gritó, echándolas con las manos y fulminándolas con la mirada. Y ellas, mientras soltaban risas de burla y miradas discriminatorias, se fueron. Pero, antes que se perdieran entre el mar de gente, una mirada de soslayo de Laila sobre mi novio y luego sobre mí, me dejó un mal sabor de boca e inmediatamente algo dentro de mí se activó y comenzó a mandar señales de alerta. Eso no iba a quedar ahí, ella iba trás de Kyan.
—¿Estás bien? —Kyan acunó con ambas manos mi rostro. Y lo que mis ojos delataron no pareció gustarle, había temor en ellos, inseguridad. Me abrazó con fuerza y junto a mi amiga me llevaron de nuevo a la mesa.
—Ya no se acercaran, ¿sí? No lo permitiré —dijo Laura, acariciando mis brazos y tratando de calmarme.
Ya no quise volver a la pista, solo esperaba que el tiempo pasara rápido para irme, apenas iba a ser media noche. Kyan no se alejó de mi lado en todo momento e hizo un esfuerzo monumental para despabilar mis pensamientos y relajarme. Lo consiguió con dificultad.
—Si quieres nos vamos, no quiero que sigas aquí. —Negué con la cabeza, no quería arruinar esa noche para mis amigos. «Pero ya te la arruinaste a ti misma», refutó mi consciencia. Fruncí mis labios, ¿por qué demonios tenía que aparecer ella?—. ¡Vamos, Emily! Se nota a leguas que ya no quieres estar aquí, por favor vámonos… —Sopesé mis opciones y la más sensata era aceptar lo que él me proponía, sin embargo, no quería darle el gusto a esa…, me negaba a salir huyendo.
—Solo unos minutos más… —supliqué. Y un tanto a disgusto, accedió.
Tomé un par de tragos más, los cuales pronto me terminaron de relajar. Y dispuesta a no estropear aún más esa noche, busqué la cercanía de Kyan, quien no me la negó. Me envolvió en sus brazos y comenzó a delinear con su nariz la mía y mis labios, para luego rozarlos. Pero yo no quería solamente esas inocentes caricias, quería sentirlo…, apreciar de nuevo esa seguridad que él solo me quería a mí.
Así que, utilizando una de mis manos aferré su barbilla y estampé mis labios contra los suyos, tomándolo desprevenido, pues por una fracción de segundo, no me correspondió, pero cuando mi lengua delineó su labio inferior, la claridad de mis deseos se hizo presente y atacó mi boca con la misma necesidad que yo sentía y necesitaba percibir de él.
Y no sabía si era el alcohol o el remolino de sentimientos que en mí se estaban desatando; pero ese beso fue diferente, fue más audaz y mucho más pasional. Su boca se movía con agilidad, sus manos alrededor de mi cadera me aferraban y acercaban, como si temiera que en algún momento fuera a esfumarme. Sus labios sabían a cereza y su calor, poco a poco, comenzó a quemarme. Mi pecho lo sentía pesado, mi cabeza nublada y mi cuerpo repleto de sensaciones nunca antes vividas, las cuales recorrían mis venas como lava.