El pulso se me disparó y las manos me comenzaron a temblar, pero luego de dar una bocanada de aire deslicé mis dedos sobre la pantalla y me exigí a mi misma estar en calma. Solo entonces respondí:
—Hola…
— ¿Te desperté? —preguntó. Podía sentir, pese a no estar juntos, esa brecha que se había forjado entre nosotros, por mi culpa.
—No, no… estaba a punto de llamarte —confesé.
— ¿En serio? —Y creí por un segundo el sentirlo feliz con mi anterior declaración.
—Sí, te extraño muchísimo —murmuré. No dijo nada en segundos, segundos que se me antojaron demasiado incómodos.
—Yo también a ti… —Cerré los ojos con fuerza, detestaba ser tan insegura—… ¿estás llorando? —cuestionó culpable. ¿Qué? Y no fue hasta ese momento que sentí como gruesas gotas de agua se deslizaban por mis mejillas, sorbí de la nariz sin evitarlo. No tenía la intención de llorar, odiaba ser tan débil a veces.
—Discúlpame por lo de ahora en la tarde… —pedí. Limpié mis ojos y mejillas con mi mano libre.
—No, bonita. Tú no tienes porque disculparte… discúlpame tú a mi por no ser paciente, sé por todo lo que has pasado y lo menos que quiero es que te sientas culpable, que… que te sientas mal por mis arrebatos —dijo afligido. Sacudí la cabeza en una negativa, aunque sabía que no podía verme, no podía evitar que se echara toda la culpa, Kyan solamente había tratado de hacerme sentir bien, de quererme y yo había echado a perder todo. ¡Maldita sea!, ¿por qué demonios no podía solo disfrutarlo y dejar de torturarme pensando cosas que ni siquiera sabía si pasarían?
—Es que no te pongo las cosas fáciles… —refuté. Necesitaba liberarme de toda esa culpa que estaba haciendo mella en mí—… y en verdad lo lamento por ser tan…
—No te disculpes, por favor. Emily, nada ha sido fácil contigo… menos con nosotros y lo sabes. Solamente no dejemos que lo que el día de mañana suceda nos afecte, ¿sí? Yo te quiero a ti y no voy a fallarte como ellos —susurró muy bajo lo último—. Además, Larissa ya no forma parte de mi vida, ahora eres tú quien más me importa, quien ocupa la mayoría de mis pensamientos, solamente tú, preciosa. En tan poco tiempo te has vuelto indispensable para mi… ¿sabes? Todo en mi vida cambió desde que te vi aquella noche…Porque puedo jurarte que yo… nunca había sentido nada parecido a lo que tú me haces sentir, por favor créeme y créelo. Yo estoy enamorado de ti.
El aliento se escapó de mis pulmones, el corazón comenzó a latir como una locomotora, el pecho comenzó a apretarse, a atestarse de una infinidad de sentimientos… hermosos. Kyan me quería, no cabía duda ya y solo esperaba que eso ayudara a mi quebrada autoestima. Porque me arriesgaría, en ese momento más que nunca, le daría todo lo mejor de mí.
—Así que preciosa, ve a descansar, que mañana tienes trabajo y yo también. Ya por la noche te robaré. —Sonreí un tanto más tranquila.
—Está bien.
—Sueña conmigo que yo lo haré contigo. Y Emily… —Su tono se volvió más serio—… Nunca olvides que te quiero, ¿sí?
—Nunca… Y yo te quiero a ti, mucho.
Colgamos y luego me quedé mirando hacia el techo, andaba demasiado sensible… seguramente mi periodo estaba cerca o ya me estaba volviendo loca. Y no descarte ninguna.
A la mañana siguiente pasó por mí como era ya nuestra costumbre. Me dejó en el trabajo prometiendo pasar por mí a la salida de mi jornada, no creía venir a comer conmigo pues tenía que ir a recogerla al aeropuerto… No objeté ni traté de demostrar cuanto me desagradaba la idea. Pero, sabía que lo intuía, yo era como un libro abierto para él, muchas veces me pregunté cómo era eso posible, yo trataba lo mismo con él pero me era difícil, con el tiempo había logrado entenderlo un poco, conocer sus reacciones y actitudes pero sentía que me llevaría un siglo conocerlo y no del todo.
Pero más allá de todo, ante la llegada de Larissa, yo me encontraba más tranquila.
Toda mi jornada estuve con los nervios a flor de piel. No sabía qué tenía planeado, no podía imaginar a qué lugar iríamos, todo con Kyan era un constante ajetreo, entre el sinfín de sentimientos que afloraban en mi con el pasar del tiempo, así como en el crecimiento exponencial de mi… cariño.
¿Pero qué podía hacer contra todo eso? Absolutamente nada y reconocerlo ya no me aterraba como antes, creía que poco a poco lo estaba aprendiendo a aceptar, a rendirme.
Antes que mi turno terminara entró una mujer más a la tienda. Salí del mostrador para atenderla, iba vestida de negro a excepción de una chaqueta color magenta, estaba usando un par de lentes de sol y una mascada negra. Un atuendo demasiado extravagante, a mi parecer, para visitar una librería. Su cabello era azabache, lo llevaba hasta los hombros y contrastaba con el blanco de su piel.