A pesar de todo ©

Capítulo 27: Invitación

El móvil se me cayó de las manos y se estrelló contra la alfombra, ocasionando un ruido estrepitoso. Las manos comenzaron a temblarme y sentí un bajón, mientras el corazón comenzaba a latir como una locomotora y era estrujado. Debía de ser una broma, ese texto no era para mí, no, no podía ser para mi, ¿quién podía ser capaz de amenazarme de esa forma? Varios minutos pasaron y mi posición no había cambiado, tenía los pies clavados al piso, aun no podía creerlo. Pestañé un par de veces y recogí el móvil y leí varias veces más el mensaje, y con forme lo leía, la seguridad que era para mí se intensificaba.

—Tengo que contárselo a alguien… —murmuré. Y lo iba a hacer, se lo contaría a Kyan, a mis amigos… ellos tenían que creerme y ayudarme, sin embargo, para empeorar la situación, a la mañana siguiente el mensaje ya no estaba, lo cual me obligó a quedarme callada. Y todo el día pase más ansiosa que lo común, mi estado de alerta estaba en rojo, pendiente de todo lo que entraba en mi móvil y conforme los minutos pasaban, algo dentro de mí, me gritaba que debía contárselo a alguien de inmediato, antes que algo pasará… no sabía el qué, pero lo sentía. Pero no tenía pruebas, entonces si mayor cosa que hacer, me insté a olvidar ese incidente. Porque quizá todo era solo una broma y no había nada porque preocuparme.

Los días subsecuentes pasaron con dolorosa rapidez —estábamos a una semana que julio terminara, a dos semanas de iniciar clases—,  y poco a poco el recuerdo de aquel mensaje se iba esfumando de mi mente. Además con la compañía de mi novio olvidarme de todo no era una tarea complicada. Salíamos y no nos separábamos a menos que fuera estrictamente necesario. Y durante todo ese tiempo nada más importó, ni el hecho que estaba a unos días de irme por dos semanas completas, en donde muchas cosas cambiarían. Me iría el lunes de la siguiente semana, íbamos por jueves, solamente quedaban poco más de setenta y dos horas, y sí, cada segundo contaba y lo hacíamos valer, lo aprovechábamos al máximo. Ese día Kyan me había acompañado al centro comercial a comprar lo que me hacía falta para la universidad y mi estadía en casa de mis amigos. Y cuando ya íbamos sobre la carretera, de regreso a casa, una lluvia torrencial —gracias a una tormenta tropical—, comenzó a azotar con fuerza los vidrios de la camioneta, junto a los truenos que no se hicieron esperar. E inevitablemente con cada refulgente luz que atravesaba el cielo para segundos después estallar en un imponente y estruendoso rugido mi cuerpo pegaba pequeños respingos.

—No sabía que les tienes miedo a los truenos —comentó Kyan, había una pequeña sonrisa dibujada en sus labios, no estaba burlándose, o eso esperaba. Sacudí la cabeza en una negativa, no les tenía miedo, comúnmente no me sentía afectada, pero diferente era escucharlos estando en casa o en mi habitación, que sobre un automóvil en marcha, viendo como surcaban el cielo y detonaban sobre nosotros.

—Me pone nerviosa percibirlos tan de cerca —aclaré. Asintió con la cabeza, comprendiendo. Minutos después llegamos a nuestro vecindario, mis padres no estaban por lo que no iba a tener problema con refugiarme en casa de Kyan, eso y que no quería estar sola. Bajamos de la camioneta y caminamos a toda velocidad, cuidando de no mojar los libros que había comprado, pero el agua caía con fuerza y azotaba con furia, empapándonos más de la cuenta. Al fin entramos, una chica del servicio no saludó al tiempo que nos informaba que los señores Lancaster habían salido. Kyan le pidió que preparara algo caliente. Cuando nos dejó solos, inspeccioné mi ropa y mi pantalón estaba un tanto mojado, mi camiseta se había adherido a mi cuerpo y mi cabello estaba pegado a mi cara—. Nada se mojó, ¿cierto?

—Creo que no… salvo nosotros —respondió, sacudiendo su cabeza, salpicándome un poco.

— ¡Oye!, me estas mojando —dije quejándome. Se detuvo y alzó su cabeza, sonriéndome divertido. Le dedique una mirada fulminante—. Mira como me dejaste —reclamé, aplastando mis labios para no sonreír. Me observó con incredulidad.

— ¿Yo hice eso? —preguntó malicioso. Asentí con la cabeza, mientras daba pasos hacia atrás mientras él daba los mismos, acercándose. Se encogió de hombros, desdeñoso—. Mis disculpas, pero creo que eso tiene solución. —Ladeé el rostro, mirándolo con desconfianza, me asechaba, y tan pronto sentí la pared de concreto en mi espalda, él se cernió a mi cuerpo. Pasé saliva con dificultad, aun con nuestra ropa mojada podía sentir su calor irradiando, atravesando la tela.

— ¿Cuál? —pregunté con voz baja, posicionando mis manos entre su pecho y el mío, tratando de guardar un poco de distancia, de no sentirme acorralada por completo, pero era absurdo, su cuerpo era proporcionalmente más extenso y grande que el mío. Los observé relamer su labio inferior, para luego ladearlos en una sonrisa. Sus ojos escanearon mi rostro con lentitud y atención, su respiración, conforme se iba inclinando, comenzó a chocar en mi nariz.




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