No podía creerlo, simplemente era imposible que toda esa pesadilla que por tanto tiempo había temido sucediera… se estaba cumpliendo. Justo en el momento en que la había echado a lo más profundo de mi memoria, justo cuando creía que podía ser feliz, que podía rozar el cielo. Kyan estaba con su rostro escondido entre sus manos, me dolía verlo así, comprender lo que estaba a punto de vivir, no era lo que deseaba, lo que yo anhelaba.
— ¿Qué pasó exactamente? —cuestioné, necesitaba saber la magnitud del problema. Pasaron varios segundos de silencio sepulcral. Un sollozó se escapó de mi boca sin poder evitarlo, esa situación estaba rebasando la poca paciencia y cordura que aun tenia. Descubrió su rostro y me miró con pesar, con dolor y culpa.
—No llores por favor —suplicó, acercándose hasta donde me encontraba de pie—, voy a emendar esta situación, te lo prometo. Haré todo lo que esté en mis manos para encontrar una solución que no me lleve hasta el punto de tener que casarme por compromiso —pronunció cada una de esas palabras con seguridad, aguerrido y decidido a hacerlas realidad y esa seguridad era la que más necesitaba en esos momentos.
—Te creo, todo estará bien, ya lo verás —dije. Sus manos acariciaron mis mejillas en una caricia que se me antojó dolorosa. Pero necesitaba creer y hacerle creer que saldríamos de esa situación—. Yo te ayudaré, no sé cómo pero encontraremos una solución. —Tomé una de sus manos y besé su palma, teníamos que encontrar un arreglo lo más pronto posible.
—Lo sé y muchas gracias. —Sonrió tratando de verse tranquilo pero lo conocía y sabía que estaba muy lejos de sentir eso—. Ahora debo de ir a la empresa, debo de saber cómo exactamente esta nuestra producción tal vez podemos solventar el problema. —Comenzó a buscar ropa limpia, me acerqué.
—Iré contigo —dije decidida. Sacudió la cabeza en una negativa.
—No quiero exponerte a esto, por favor quédate aquí. Ya no quiero agobiarte más –respondió con dulzura. Negué con la cabeza.
—No —refuté con firmeza—, iré contigo quieras o no. —Sonrió, aunque esta no tuvo ni la más mínima intención de asomarse a sus ojos, como amaba que sucediera.
—Está bien, como quieras. Ya sabes que no puedo negarte nada —murmuró. Traté de sonreír.
—Pasa por mí en media hora, prometo estar lista. —Entonces me fui, con el corazón pulverizado y con el tiempo escurriéndose entre mis manos.
Me vestí lo más rápido que pude, pues sentía que me ahogaba, que necesitaba aire. Bajé y salí al jardín, el aire frío comenzó a relajarme. Y es que mi cuerpo ardía de coraje, la impotencia que sentía me asfixiaba, el miedo de lo que vendría eran como púas que al más mínimo toque amenazaban con herirme. Pues pensar que todo sería tan fuerte, tan complicado y que sufriría, me llenaba de miedo. Kyan pasó por mi cuarenta minutos después y aunque lo miraba tranquilo, sabía era solo una pantalla. El camino a la empresa fue silencioso, ninguno dijo palabra alguna, quizá por el hecho que no había qué decir o no sabíamos qué decir. Lo vi conducir con un halo ausente, sumergido en sus pensamientos. Sin embargo, me armé de valor y pregunté lo que me aterraba saber.
— ¿Todo está tan mal? —Mi pregunta lo tomó desprevenido. Pero no estaba dispuesta a otra evasiva. Soltó un suspiro cansino.
—No sé qué tan grande o grave sea pero pase lo que pase, no dejaré que esto interfiera entre nosotros —respondió. Y aunque no era la respuesta que buscaba, esa… me llenó por un instante. Llegamos, y tomados de la mano, entramos a un edificio.
—Yo te espero aquí, ¿sí?
—Está bien. —Se acercó a mí y rozó mis labios—. Regreso pronto, bonita. —Lo vi perderse al cruzar el umbral de una puerta. Me senté en un sofá y esperé.
Sin embargo, pocos minutos pasaros hasta que vi como George Y Keith venían caminando a toda prisa, con otra mujer detrás de ellos. Ninguno se percató de mi presencia a excepción de esa mujer. Observé cómo le murmuró algo a Keith quien pronto viró en mi dirección, hasta que por fin me vio. Intentó sonreí pero la preocupación estaba clavada en todos sus gestos.
—Hola, Emily… supongo que ya te enteraste. —Asentí con la cabeza, sin poder evitar mirar de vez en cuando a la otra mujer—. Fue por una tormenta tropical, se perdió toda una naviera que llevaba un cargamento de hierro para Europa, ni siquiera el seguro nos beneficia. —Su labio inferior tembló, de inmediato me levanté para abrazarla—. Mi marido está demasiado preocupado, eran meses de trabajo los que se perdieron.
—Todo estará bien, encontraremos una solución… —dije, tratando de consolarla.
—Ella tiene razón, encontraremos una solución, siempre hay una —dijo, pero la forma en la que lo hizo me hizo temblar.