A partir de ese día mi mundo poco a poco se fue cayendo a pedazos, pues lo que antes creí tener, sencillamente se había esfumado frente a mis ojos.
Manejé sin rumbo, pues no quería ir a mi casa, ni a la de mis amigos porque esos serían los lugares donde Kyan seguramente me buscaría. Y durante todo ese tiempo el teléfono no dejaba de sonar, sonaba y sonaba alertando llamadas y mensajes. Todos de Kyan. Pero la imagen de ellos me perseguía, la foto se proyectaba en mi mente como un filme. Cuando la noche cayó, pues ya llevaba varias horas conduciendo, decidí ir a casa de Gabriela, ahí nadie me buscaría. Toqué la puerta y tan mal me veía que solo abrió y me llevó a su habitación. Me dio espacio, no preguntó nada; mientras yo solo lloraba presa de un dolor inconsolable, deseando que el mismo menguara pero eso nunca pasaría en mucho tiempo. Me abrazó y cuando ya estaba prácticamente seca, poco a poco sintiendo como mi pecho sangraba, comencé decirle lo que había pasado. No me sentí mejor, al contrario cada vez sentía que me lastimaba más. Recordar iba ser una de mis peores torturas.
—Fue este viernes y si no veo esto seguiría sin saberlo —dije, cerrando los ojos, atrapando las lágrimas que nuevamente querían salir. Ese día me había entregado a él como nunca, le había dado todo, ¡todo!, hasta quedarme sin nada.
—Emily, no sé qué decir. —Le sonreí o fue el intento de una—. Pero fue un imbécil, no debió besarla pero pasó y lo mínimo que tuvo que hacer fue decirte aunque eso te lastimara, creo que no hacerlo fue peor pero debes hablar con él. —Asentí con la cabeza, tenía razón, había sido mucho peor, pues la inseguridad nuevamente me estaba haciendo su presa, porque ¿ahora cómo confiaría en él cuando se casara? No lo lograría, no iba a poder estar tranquila sabiéndolo con ella.
—Lo sé... –Me abrazó con más fuerza y mi teléfono comenzó a sonar—. Mira quién es y si es mi mamá contesta y di que estoy contigo. —Le entregué el teléfono, no sabía si sería capaz de ver su nombre junto a la foto de su contacto y no contestar.
Gabriela pasó conmigo toda la noche, me escuchaba, me dejaba llorar y no me presionaba. Me animaba a hablar con él y sabía que tenía que hacerlo pero no podía, me sentía herida. Me sentía débil, sentían que si lo miraba me lanzaría a sus brazos y le diría que lo perdonaba por haberlo hecho y por callar, que lo perdonaba con tal que no me dejara. Pero no lo haría, me debía eso a mí misma, a todas esas veces que ya había sufrido. A la mañana siguiente decidí que faltaría a la facultad, había hablado con mis padres quienes estaban preocupados pues Kyan había ido a buscarme, como supuse, así como no había llegado a dormir como había dicho. Regresé a casa, necesitaba estar sola, en paz. Y así estuve por la mañana, mis padres se fueron a sus trabajos, mi auto estaba en la cochera, oculto a su vista. Sin embargo, a media tarde mi teléfono alertó que un mensaje había entrado, era Kyan.
Kyan: Necesitamos hablar, te esperaré en la calle principal, atrás del supermercado.
Dude mucho en ir, pero mi corazón quería verlo, mi mente me aconsejaba que fuera y lo escuchará. Pero el temor aun estaba presente, sin embargo, sabía que no podía alargarlo más, así que, salí decidida a solucionar las cosas. El lugar que me indicaba estaba a media hora de mi casa pero gracias al tráfico llegué en una hora. Me bajé del auto, el lugar donde mi había citado era en un gran estacionamiento de un hotel, todo me parecía muy extraño, pero seguí. Y recuerdo que caminé, las calles estaban solas, ni un auto ni personas, nada. Sin embargo, con el golpeteó de mi corazón, al tiempo que algo dentro de mi me decía que mejor regresara al auto… de un momento a otro sentí a alguien a unos pasos detrás de mí y cuando volví en mis pies pensando que era Kyan, un hombre que nunca había visto, se acercó, di pasos hacia atrás, presa del pánico y cuando iba a correr me atrapó, luché con todas mis fuerzas, gritando por auxilio pero entonces cubrió mi nariz y boca, poco a poco mis extremidades se volvieron laxas, y ya no supe más.
Mi cabeza dolía cómo los mil demonios, escuchaba voces o gritos, no estaba segura, poco a poco fui abriendo los ojos y lo primero que vi fue a Kyan golpeando a un hombre.
—Que no entiendes que ella y yo ahora estamos juntos —dijo el hombre, no entendía qué estaba pensando, Kyan lo golpeaba, estaba loco, furioso. Llevé la mirada a mi cuerpo y lo único que lo cubría era una sábana, un escalofrío me recorrió por completo al descubrir que estaba desnuda, el pánico de inmediato se abrió paso en mí al tiempo que la ignorancia de lo que había pasado me golpeaba con fuerza ¿Qué había pasado?, la desesperación me embargó, no sabía cómo había llegado hasta ese estado y temí lo peor. Entonces, un segundo después, la realidad barrió conmigo.